Por: Alejandra Herrera. Solo un par de notas tristes al piano y puedo presentir lo que se avecina: la típica película biográfica de alguien famoso, con sus bajos y altos, y esa irremediable tragedia final. Sin embargo, “At Eternity’s Gate” (2018) sabe diferente. Es un viaje hacia un pasado inmerso en la soledad a través del arte.
Un suspiro profundo y luego la contracción de mi pecho resultan en sensaciones familiares; es la aflicción del personaje, su deseo. Apenas empieza a correr la cinta y ya lo conozco, o al menos, la sensación del primer cuadro: aislamiento.
Hace aparición un desgastado Willem Dafoe quien, a pesar de su diferencia en edad con Vincent Van Gogh, parece ser la persona físicamente perfecta para interpretar la vida del pintor responsable de un gran legado, apreciado por una generación ansiosa por hacer visible la salud mental y las relaciones interpersonales.
¿Es acaso el destino de algunos artistas trascender en el olvido de su presente y encontrarse aclamados por generaciones futuras?
A lo largo de este filme, cuidadosamente hermoso, podemos percibir la desesperación del protagonista en su búsqueda por encajar, rodeado de paisajes llenos de flores y envuelto en un viento tan frío que es capaz de traspasar la pantalla; el frío del sur de Francia. Sin duda, “At Eternity’s Gate” no es una cinta hecha para los tristes de corazón, sino para aquellos buscando una respuesta al sentido de crear.
El camino de la creación es complejo, desgastante y tortuoso; la mente puede jugar con el caos y hacernos perder la guía, sobre todo si estamos en el proceso de descubrirnos pintores, músicos, escritores, etc. Ha habido personajes a lo largo de la historia que pudieron identificarlo a muy temprana edad y el director Julian Schnabel plantea que Vincent Van Gogh es uno de ellos.
El deseo de pertenecer es sustancial al humano y Van Gogh anhelaba ser parte de algo superior a él, sin embargo, nunca vio como un obstáculo su nula capacidad de relacionarse, más bien fue el detonante que lo impulsó a perseguir su objetivo: compartir su visión del mundo; una visión en demasía menospreciada por aquella época y sus colegas. Era considerado un paria de la sociedad. En su filme, Schnabel nos permite ver una muestra de las emociones responsables de cientos de exposiciones a lo largo y ancho del mundo actualmente, sin olvidar el frustrante hecho sobre Van Gogh y su nulo conocimiento acerca de los alcances de su arte.
¿Por qué pudo llegar a ser absurdo contemplar las flores, las hojas de los árboles en movimiento y plasmar retratos de emociones realistas si bien el expresionismo y cualquier otra corriente de la época eran de tendencia subjetiva?
Schnabel no profundiza en cuanto a temas delicados, solo deja al aire las premisas relacionadas al posible enamoramiento de Van Gogh con su colega Paul Gauguin (Oscar Isaac), y de los posibles problemas de esquizofrenia que constantemente lo torturaban. Es interesante la construcción del monólogo desarrollado por Dafoe que nos adentra en los pensamientos del pintor y sus alucinaciones como viajes entre la realidad y su mente, pero ¿qué es realmente la realidad objetiva sino eso creado a partir de nuestras construcciones sociales, lo vivido y lo anhelado? Es una pregunta recurrente en el mundo del arte y gracias a la cual, movimientos como el expresionismo del que formó parte Van Gogh tomaron gran relevancia en gran parte de Europa y el resto del mundo.
“At Eternity’s Gate” resulta ser un viaje cargado de emociones intensas, en donde el director nos muestra el lado más bello de éstas, dando lugar al contraste perfecto entre la desolación y colores vivos provenientes de paisajes llenos de vida.
Un filme para recordar: recordarnos que no importa cuán solos estamos o lo solitaria que resulte nuestra vida, pues no dejemos de crear y de amar lo que hacemos. Algún día seremos lo que hicimos.