Me gustan mucho las películas que hablan acerca de cumplir sueños y metas y también me gustan los musicales. Dos de mis películas favoritas de la década pasada son “La La Land” de Damien Chazelle y “Sing Street” de John Carney, musicales cuyo tema central es, por un lado, el amor y por otro el cumplir los sueños; ambas películas difieren en sus aproximaciones a estos temas: para Chazelle el cumplir un sueño es casi un calvario donde debes dejar todo y a todos mientras Carney tiene una visión infantil del asunto (sus protagonistas son niños) donde va a costar trabajo cumplir un sueño pero vale completamente el viaje.

En este año tan repleto de musicales me he encontrado con “tick, tick… BOOM!”, dirigida por Lin-Manuel Miranda y producida por Netflix, una película basada en el musical autobiográfico del escritor y compositor Jonathan Larson. En la cinta seguimos a Jon Larson (un Andrew Garfield brillante y sobresaliente), un joven compositor con el sueño de convertirse en una de las grandes promesas del teatro musical neoyorquino a través de un proyecto en el que ha estado trabajando por casi diez años; la semana de su trigésimo cumpleaños, en donde también debe balancear su vida, sus relaciones personales y su sueño, será decisiva y determinante para su futuro dentro de la industria.

Debo decirlo, no soy un gran fanático de Lin-Manuel, a quien este año hemos tenido en muchísimas producciones, pero tras leer las primeras críticas de su debut como director decidí darle una oportunidad y terminé encontrándome con una de las grandes sorpresas del año. Su dirección no me parece muy sobresaliente (y su edición llega a fallar en algunos momentos) sin embargo la película destaca por el gran carisma de Garfield y la historia que, a mi parecer, es el punto medio exacto entre las de Chazelle y Carney: realista.

La mítica figura del artista

No es fácil ser creativo. Muchos dan por hecho que las ideas creativas se materializan en el aire frente a ciertas personas, otros piensan en la inspiradora figura de las Musas quienes bajan del cielo en su toga blanca y cargando una lira de oro para susurrar en los oídos de las personas creativas las ideas más interesantes y universales. La realidad es completamente lo opuesto pues el ejercicio creativo depende enteramente de la persona y de sus circunstancias.

La historia y los medios de comunicación se han encargado de cubrir la figura del artista con un velo de misticismo cuasi divino, colocando en pedestales altísimos a estas figuras que, lo queramos o no, admiramos y vemos como modelos a seguir. Ya sea Shakespeare, Billie Eilish o Guillermo Del Toro, todos tenemos un artista al cual idealizamos hasta el cansancio debido a su obra, sus canciones o sus películas, sin embargo pocas veces nos detenemos a pensar en el camino recorrido para poder estar en el lugar en donde están, tal vez detrás de esa creatividad hay mucho dolor, tristezas y lágrimas, a veces puede tratarse de simple dicha, pero ni siquiera nos preguntamos ¿Son felices? ¿Estarán realizados?

Desde niños solemos tener sueños, la pregunta “¿Qué quieres ser cuando seas grande?” comienza a rondarnos desde la infancia y muchas veces esos sueños son más difíciles de alcanzar en la realidad. Inclusive esa idea, poder cumplir o hacer realidad un sueño es una meta que creemos debemos cumplir para sentirnos plenamente realizados, personas completas… ¿Qué tan cierto es esto?

La realidad del artista

En la película de Lin-Manuel no hay cabida para estas preguntas, entendemos que el personaje de Andrew Garfield está quebrado, a punto de renunciar a su trabajo y no vive en las mejores condiciones posibles; escribir tampoco es sencillo para él y montar el taller de su musical le cuesta dinero, mucho dinero… así inicia un artista de verdad en el mundo real, así se vive el proceso creativo: con bloqueos, desesperación, frustración y ansiedad, ¿Cuándo habíamos visto eso en un musical? El filme introduce estos temas novedosos poco explorados en el cine (“Adaptation” de Spike Jonze se me viene a la mente como otro referente) así como Larson introdujo temas reales de la sociedad de su tiempo al reflector de Brodway, como la homofobia, el SIDA y las adicciones.

En la cinta, las cosas no cambian para Jon tras su presentación, nadie le ofrece un cheque, no montan su musical en un gran teatro; ocho años de trabajo le concedieron el aplauso momentáneo, el reconocimiento de su talento como escritor/compositor y un silencio abrumador y frío, confrontándolo con lo que le espera en la realidad: el paso del tiempo y todos los problemas dejados cual rastro de migajas tras ese sueño, esa obsesión (tan elevada por Chazelle en sus filmes).

La realidad de Larson en “tick, tick… BOOM!” es muy similar a la experimentada por el personaje de Jaime Foxx en “Soul” de Pixar: a veces ese momento tan esperado no es mágico y tampoco es la solución a todos tus problemas. Este mensaje dado por Miranda es sumamente poderoso y está lejos de ser desalentador, aquí otra de las grandes máximas del trabajo creativo: debes esforzarte constantemente si de verdad es tu sueño y si quieres llegar a donde dices que quieres. Tal vez no lo consigas a la primera o a la segunda, pero si dejas de intentar entonces todo lo vivido fue para nada. Eso, para mí, es algo fortísimo, incluso ahora escribíendolo pesa mucho sobre la página, pero es una verdad opacada por la idealización del sistema.

Jonathan Larson murió el 25 de enero de 1996 a los 35 años de edad, revolucionó el teatro musical, como dijo que haría, pero desgraciadamente no pudo ver todo ese éxito y premios, como muchos otros artistas y creadores; su vida, su legado y sus logros, ese sueño de un joven alquilando un departamento feo en el barrio de SoHo, Nueva York se cumplió y recibe nueva vida gracias a películas como esta, valientes y dispuestas a contar la verdad, al menos la verdad de Larson, sobre el tortuoso camino del arte, uno donde debes escribir, escribir y escribir …y tal vez, solo tal vez, eso es el tick, tick, boom del título… esa repetición constante y la posterior explosión de gozo. Al final, y aunque se trate de un cliché inventado por la sociedad, nadie te quita la satisfacción de ver tu sueño realizado.