Por Steven Florián Estrella | Éric Rohmer fue uno de los directores más influyentes y precursores del New Wave francés, capaz de acaparar nuestra atención en las más ásperas intimidades del ser humano. En su filmografía explora temas que aparentan no decir nada pero derivan del todo: las mentiras, el juego de seducciones, el placer de ser joven y dicotomías morales. Éric es el genio de las apariencias en el cine y espero que juntos recorramos las sendas de lo inevitable e irreversible: la cotidianidad subversiva.
Es incómodo para mí iniciar este escrito hablando de signos zodiacales, sin embargo, fue con este mismo tema de mi gran desinterés que un grande del Séptimo Arte inició su cinematografía y es “El signo de Leo”.
Leo es quizás el signo más llamativo debido a su personalidad explosiva e intrigante. Algo en este marketing del zodiaco logró cuestionar a este, su servidor tan escéptico. ¿Por qué tanto empeño en prestar tu futuro a interpretaciones de las estrellas? Esta pregunta cala hondo al conocer el personaje principal de la obra de Éric, Peter Wesselrin, mejor conocido como Pierre e interpretado por el actor Jess Hahn. Es un compositor de música que, tras la muerte de su adinerada tía, podría convertirse en el único heredero de su fortuna. Ante semejante acontecimiento, decide pedir prestado 50,000 francos a su amigo periodista Jean-François y dar una fiesta para todos sus conocidos.
Pierre siempre ha creído más en su suerte que en su talento. Oh, ¡su suerte! Tan aprehendida a él como Venus en el cielo de París. El Sol gobierna su signo Leo, pero Venus es su estrella. Y esta vez las estrellas se adelantaron a su próximo cumpleaños del 2 de Agosto con una fortuna a la vuelta de la esquina. Este hombre adentrado a los 40 no esperaría nada más qué hacer con su talento, sino seguir confiando en esta suerte. No obstante, y él lo tiene muy claro, después de los 40 o viene la fortuna o la indigencia.
Para él, leer el horóscopo a diario ha sido más acertado que cualquier otro sermón. Leo, el signo más noble. El signo de conquistadores. Entrega sus dichas y penas a la corazonada diaria de la mente de otro. Su suerte solo le pertenece al decir de las estrellas. Veremos qué le traerá Venus a Pierre.
La noche entra en calor. Pierre sigue de fiesta y ya tiene muy asimilada la riqueza de su futuro. Sus amigos celebran con él (hasta podemos apreciar a Jean-Luc Godard jugando el papel de melómano) y en medio de la algarabía decide tomar su escopeta y rendirle tributo a Venus como lo merece. Un solo disparo a la calle. Sin pensar en las consecuencias, en su vida, la de sus amigos y vecinos. Pero qué más da. Es Leo. La suerte está con él.

Pasan los días y sus amigos no vuelven a saber de Pierre, ¿lo habrá sacado la fortuna de París? ¿O más bien lo tragó en sus brillantes ríos veraniegos? No tenemos noticias de él hasta encontrar a Willy, amigo de la fiesta, con la primicia sobre la herencia de la tía. Jamás fue para Pierre, sino para un primo de él. Es difícil imaginar cómo esto le afecta a Pierre y sus amigos, en especial a Jean-François y los miles de francos prestados. Se cuestionan si la herencia fue todo un invento de Pierre para obtener el dinero y derrocharlo. Sin embargo, y es evidente a pesar de la situación, que sus amigos todavía esperan lo mejor de él; se dignan a buscarlo, pero no lo encuentran. Pronto, Jean-François y su colega reciben un mensaje sobre su pronta partida a Sudamérica para cubrir una noticia. Está clara una cosa: nadie más buscará a Pierre.
Sabemos que él ahora está de hotel en hotel, viviendo con lo mínimo y sin pagar la renta, usando nombres y profesiones falsas, como Peter Winter: Arquitecto. Incluso usando otra fecha de nacimiento, ¿quiere aparentar ser Libra o evolucionar a Escorpio?
El día de la fiesta se podían apreciar sus libros viejos. Ahora le toca venderlos por al menos 400 francos para poder comer un trozo de pan y sardina. Aun así, las esperanzas de Pierre se ven latentes. En un intento de abrir una lata de sardina, cae aceite en su único pantalón (único quizás por todos los olvidados en varios cuartos donde no pagó la renta) y para él andar con este pantalón sucio por las calles de París, es inaceptable. Mantener el decoro de su vida, a pesar de sus bajezas, no le impide comprar un bote de tricloroetileno por 80 francos. 80 francos que pudo usar para comer toda la semana. Pero no, él intenta cuidar su imagen a pesar de las circunstancias. Algunos le llamarán vanidad, pero yo lo veo como un signo de dignidad. Son esas minucias en el comportamiento de Pierre que pueden llevarte a odiarlo o amarlo.
Es notable también su desesperación cuando gasta sus últimas monedas de la venta de sus libros policiales para hacer llamadas a todos sus amigos. Recuerden lo antes mencionado, Pierre sí tiene amigos, pero por razones que él llamaría “cosas del destino”, todos se fueron de viaje al campo, a vacacionar o trabajar. Cala muy hondo en el pecho ver a este hombre gastar el último céntimo con la esperanza de obtener una respuesta a su auxilio. Pierre incluso ya huele mal. Su aspecto ya no es el de un músico de poca paga, sino de uno que jamás compuso nada.
En las calles de París podemos escuchar a los transeúntes, en especial las jóvenes, hablando de sus amores perdidos, de su desconfianza con los hombres y otras parejas haciendo bochinche. Pierre solo recuerda que por tal miseria ya ninguna mujer le echa el ojo, ¡cómo quisiera él ser el tema de conversación de esas jóvenes! Que alguien lo llegué a amar lo suficiente para hablar sobre él en las calles; sobre su atractivo y habilidades musicales. Pero no. Hoy todos lo ven como el tipo con la mancha de aceite en el pantalón. Un tipo que no pudo ni encontrar un trabajo ilegítimo en una aduana. Un tipo cuya suerte no piensa cuestionar por más continuas desgracias arrebatándole el alma bohemia.
La genialidad narrativa de Éric Rohmer se hace notar a través de los diálogos internos de su personaje y sin necesidad de palabras. Se evidencia en muchas ocasiones: cuando se sienta en una banca y escucha a una joven hablando de su salario, 45,000 francos. Imposible que Pierre no esté pensando en su deuda con Jean-François. El éxito de otros le recuerda sus desgracias. El éxito de otros opaca su mente. Otro ejemplo, y para colmo, es cuando su reloj deja de funcionar. ¿Con qué tiempo se pondrá a pensar sobre la última vez que cambió las baterías? Mejor olvidar los días y las horas ante semejante arrebato de la suerte. En estos detalles, Éric demuestra el impacto de la espontaneidad: no necesita de situaciones rebuscadas o diálogos extensos para demostrarnos cómo se siente Pierre. Cómo sufre y añora.
Otro de sus diálogos inmanentes es cuando una mujer con dos hijos se distrae; Pierre ve la oportunidad de robar un trozo de pan olvidado, pero no lo logra debido al ladrido de un perro. Decide retirarse y masticar las hojas de un árbol. Hasta este punto Pierre no es un pordiosero. Solo tiene hambre. Más allá de su infortunio, de cualquier signo, de cualquier estrella, nada puede impedir que este hombre tenga hambre. Tal necesidad humana lo conduce a tomar estas decisiones, sujeto a arrepentirse, ¿pero quién piensa en arrepentimiento cuando te gana el hambre? ¿Acaso piensa Pierre, en este momento, sobre si el fin justifica los medios? Imposible.
La evolución de Pierre hasta llegar a la degradación y asumir el rol de vagabundo es como dirían los gladiadores romanos al entrar a la arena de combate: ABITUROS VOS SALUTANT. Pierre lo hace con los golpes que le traerá la vida, no sin antes decir: “¡Maldito, maldito, maldito, maldito, maldito París!”. Todo mientras Venus le observa antes de darle el giro inesperado a su odisea.