Durante más de cuatro décadas, el personaje “exótico” en la lucha libre era como una caricatura; hombres que en realidad no eran gay se vestían en drag para luchar, perder y recibir abucheos por parte de audiencias mexicanas. Fue entonces cuando el gran Saúl Armendáriz, mejor conocido como Cassandro y junto con estrellas como Pimpinela Escarlata, dignificó y elevó al personaje como un tipo de luchador capaz de combinar carisma y extravagancia con grandes habilidades atléticas: Armendáriz era una estrella fugaz que cautivaba, entretenía y te contaba una historia en el cuadrilátero. Tristemente, nada de esto podrás comprender si ves Cassandro, superficial película biográfica e intento de carnada de Oscar en donde el director Roger Ross Williams jamás logra plasmar la influencia de su sujeto en la industria y mucho menos replicar la sensación tan especial que era verlo luchar.
Escrita por Williams y David Teague, el convencional guion nos lleva de la mano por ciertos acontecimientos clave, algunos de ellos mentira, en la vida de Armendáriz, interpretado por Gael García Bernal: sus inicios como un luchador perdedor llamado El Topo (en realidad Armedáriz comenzó luchando bajo el nombre de Mister Romano), su adaptación al personaje de exótico (la película perezosamente dice que obtuvo su nombre en una telenovela, pero en realidad lo tomó en honor de un noble burdelero) y su estrellato exacerbado a partir de una importante lucha titular contra El Hijo del Santo.
Llámese Kazuchika Okada, Stone Cold, LA Park, Mitsuharu Misawa, o el mismo Cassandro, algunos luchadores cuentan con una presencia apoteósica difícil de describir; son atletas capaces de comandar atención de manera inmediata y hacerte vibrar con un simple movimiento. Sin embargo, Roger Ross Williams (Life, Animated) jamás logra plasmar esta emoción en pantalla porque no comprende el aspecto teatral de la lucha libre. Su Armendáriz tiene algunos chispazos de extravagancia, demostrados a través de gestos durante las escenas en el ring, pero jamás llega a los niveles que podemos ver en la lucha libre. Aunque destaca en las escenas sutiles de dolor fuera del cuadrilátero, Gael García Bernal (La Red Avispa) no logra exhibir el carisma necesario para evocar el espíritu icónico de la persona a la que está interpretando. Hay más teatralidad y carisma en una lucha telonera de domingo en Arena México que en toda esta película.
En vez de comprender qué hizo a Armendáriz tan popular, Cassandro está más interesada en ser una película tipo Rocky (posiblemente para intentar ganar un Oscar) en donde un underdog llega a la cima a pesar de las adversidades. Pero estas adversidades no son interesantes ya que el lánguido guion apresura el ascenso de su personaje: después de un par de luchas, Armendáriz ya se ganó el cariño de todos y de repente ya es una estrella. La explosión de popularidad ocurre casi de manera mágica y pasa por alto el factor político en la industria de la lucha libre, esto como consecuencia principal de la pésima decisión de contar la película sin romper kayfabe (la pretensión de que los combates de lucha libre son reales) de manera directa. Todo esto le resta riesgo a la historia y la convierte en algo muy básico, en donde hay poco en juego y la única intención es crear satisfacción efímera en audiencias.
Aunado a esto tenemos una subtrama de romance, involucrando al Gerardo de Raúl Castillo (Cha Cha Real Smooth), muy mal desarrollada que de plano queda olvidada durante largos periodos del filme, una lástima considerando la química que Castillo y Bernal despliegan. De manera similar, la Sabrina de Roberta Colindrez no tiene desarrollo alguno y simplemente es un apoyo incondicional para el protagonista, mientras que el personaje de Bad Bunny (Tren bala) está metido con calzador; la película hubiera sido la misma sin la presencia del boricua.
La influencia que tuvo Cassandro en la comunidad gay no se retrata de manera satisfactoria. Por un lado, Williams hace un buen trabajo mostrando cómo Cassandro desafió el ambiente de homofobia en la lucha libre a través de su personaje, sin embargo, su papel en la cultura es reducido a una perezosa secuencia involucrando un show televisivo con El Hijo del Santo; en vez de mostrarnos con imágenes cómo es que Cassandro revolucionó a la industria, el director utiliza exposición directa y descarada para hacerlo. Algo similar ocurre con la subtrama de su padre que es paulatinamente desarrollada a través de flashbacks pero que finalmente es explicada durante una conversación llena de exposición en un carro.

Es evidente el pobre entendimiento que Roger Ross Williams tiene de la lucha libre, en particular de la mexicana: además de que la vibra carismática de Cassandro está ausente, las escenas luchisticas están pésimamente dirigidas: no tienen energía, algunas son incoherentes (acaban aleatoriamente, sin un conteo o rendición) y hasta su presentación es fallida, por ejemplo, cuando el anunciador le da la bienvenida a los fanáticos para inmediatamente presentar el evento estelar de la velada; son errores torpes que hablan de una dirección floja. ¿Habrá Williams visto una lucha entera de Cassandro antes de comenzar producción? El resultado final indica que no.
Tal vez un documentalista como Roger Ross Williams no era la persona indicada para dirigir Cassandro, pues la lucha libre está fundamentada en la teatralidad y el arte del engaño para generar emoción. El estilo sobrio y con los pies en la tierra de Williams no encaja con este mundo. Su película es rígida y convencional, dos palabras que de ninguna manera están relacionadas con la lucha libre y mucho menos con la personalidad eléctrica con la que el legendario Cassandro cautivó a miles de aficionados durante décadas.
“Cassandro” ya está disponible en Prime Video.