Jonás Cuarón dirige Chupa, una película orientada completamente para el público estadounidense, la cual desafortunadamente perpetúa los clichés fílmicos sobre México establecidos por la industria hollywoodense, y que además tiene una historia familiar repetitiva que rápidamente se queda sin combustible.
Alex (Evan Whitten) es un niño que acaba de perder a su papá y piensa que el mundo es muy cruel con él. Con motivo de las vacaciones escolares, su madre lo envía con su abuelo paterno (Demián Bichir) a México para que conviva con sus primos y de paso se reencuentre consigo mismo, pero a él no le agrada la idea. En la casa de su abuelo descubre a un raro animal llamado chupacabras, sin embargo, la criatura está horrorizando a varios poblados y es perseguida por cazadores estadounidenses liderados por Richard Quinn (Christian Slater). Alex debe evitar la captura de Chupa y ayudarlo a regresar con su familia.
Es sorprendente e inaudito que se haya requerido a tres personas (Joe Barnathan, Sean Kennedy Moore y Marcus Rinehart) para escribir un guion tan falto de originalidad y alma: la típica historia del animal salvaje rescatado y ayudado por el humano que han abordado películas como Lilo, Lilo, cocodrilo o Mi mascota es un león por nombrar dos ejemplos recientes. La historia repara en todos aquellos tropos y convencionalismos de estas historias familiares, solo que el animal en cuestión es el hasta hoy ficticio chupacabras, aquel ser retomado por medios mexicanos durante el periodo presidencial de Carlos Salinas de Gortari con el muy posible objetivo de funcionar como una cortina de humo para esconder todos sus actos de corrupción.
Además de intentar desarrollar una historia tan simplona, los tres guionistas no ocultan su limitada visión sobre México, ya que folklorizan al país a través de los mismos rasgos que explota la industria estadounidense como la lucha libre, la música de mariachi o rancheras; ya solo les faltó el filtro sepia en la fotografía. Si hay algo peor que esto, es que un mexicano, miembro de una dinastía cinematográfica prominente, es el director de esta película y permitió la repetición de estos clichés. Ante este cansado retrato, no sería sorpresa que a los estadounidenses (tanto público como crítica especializada) les parezca atractivo este film, porque para ellos los mexicanos continúan siendo estereotípicos.
Otro de los puntos donde Chupa falla es en su terminado de efectos visuales. Es increíble que pese a la poca aparición del animal y su familia, los efectos no tengan calidad y arruinen el desarrollo de las escenas por su falta de sincronía con los humanos. Las interacciones son antinaturales e incómodas de ver porque ni siquiera las miradas están alineadas.
Chupa es una película que la familia pensará que ya vio con anterioridad y sí, porque es un producto sin originalidad, repleto de convencionalismos y efectos visuales deprimentes. Es muy probable que Jonás Cuarón haya hecho esta cinta para poder entrar al mercado hollywoodense, pero es lamentable cómo permitió que la cultura mexicana se retratara con una visión completamente americanizada.
“Chupa” ya está disponible en Netflix.