Existe este mito del artista atormentado: aquel que mediante el sufrimiento y dedicación a su arte produce obras maestras gracias a haberse privado de los placeres mundanos de simples mortales. Sin embargo, esta concepción que ha sido alimentada por muchas películas, como Black Swan, no hace más que generar la idea de que el arte es algo lejano, inalcanzable y que está por encima de los demás. En Cielo rojo (o Afire) el director Christian Petzold cuestiona esta idea con mucha inteligencia y humor.

Leon (Thomas Schubert) viaja con su mejor amigo Felix (Langston Uibel) a una casa de ensueño frente al mar para alejarse de la civilización y poder terminar su libro. Sin embargo, cuando llegan descubren que tienen que compartir el lugar con Nadja (Paula Beer), una mujer que disfruta de los placeres del lugar. Su jovialidad no hace más que molestar a Leon, quien no entiende cómo nadie parece comprender la seriedad de su trabajo.

Mediante un escenario sencillo, pocos personajes y un guion sumamente astuto, Petzold (Undine) nos muestra cuán ridícula es esta prepotencia del artista que cree estar por sobre otros. Leon no hace más que alejarse de la gran belleza y diversión que lo rodea con la excusa de estar trabajando, cuando en realidad gran parte del tiempo se la pasa distrayéndose de todos modos en tonterías como lanzar una pelota o escuchar música. Sin embargo, en lugar de admitir su bloqueo creativo, culpa a los demás por sus pocos avances y se amarga la vida.

El caso de Leon contrasta mucho con la situación de su amigo Felix, quien también está en el proceso de armar su portafolio fotográfico. En lugar de recluirse o frustrarse como Leon, se divierte con Nadja y el muy guapo salvavidas Devid (Enno Trebs): se une a sus juegos, al coqueteo y se deja llevar por el mar. El progreso de su trabajo y descubrimiento artístico, para enojo de su amigo, avanza con mucha más naturalidad y fluidez.

Esta es solo una de las muchas formas en las cuales el director y guionista nos enseña cómo el arte no se produce a partir de tomarse uno muy en serio, de crear para agradar a los demás o de encerrarse en un ejercicio casi religioso que te aisle del mundo: el arte es una actividad humana que conmueve justamente por la capacidad del artista de tocar fibras humanas, de llegar al corazón y los sentidos gracias a su conocimiento del mundo. 

La propia película es un testimonio de esto: una obra cómica y sencilla con profundas reflexiones, pero que no necesita recalcárselas a su audiencia o regodearse en lo inteligente que es. Cielo rojo ante todo busca el disfrute del público, pero eso no la hace menos sublime o valiosa, sino que le permite transmitir su mensaje con efectividad gracias a su accesibilidad. 

Como telón de fondo en la historia tenemos, además, una serie de incendios forestales que le dan el título a la película. Ninguna obra de arte puede contra la grandeza de la naturaleza, ya sea en su belleza o en su capacidad de destruirnos sin ningún reparo. El protagonista está tan ensimismado y frustrado que no calcula los acontecimientos grandiosos (y terribles) que ocurren a su alrededor: ¿cómo pretende crear un reflejo de la vida si no la vive?

Sin embargo, no todo es crítica: Petzold igual nos muestra las formas en cómo el arte eleva el espíritu humano y nos ayuda a transmitir belleza (sobre todo con un ingenioso giro en el tercer acto). De forma muy similar a Pig, Cielo rojo dice que para disfrutar o crear una pieza artística no hace falta ser un pretencioso atormentado en busca de comunicar su “visión” al público inculto, sino que se necesita conocer, apreciar y amar la condición humana. Para ser un artista se necesita disfrutar la vida.

“Cielo rojo” o “Afire” formó parte de la 22 Semana de Cine Alemán en México.