La franquicia de Rocky ha sido muy maleable con el paso de los años y directores, pero cuando la fórmula parecía estar agotada, Ryan Coogler (“Black Panther: Wakanda por siempre”) propuso un nuevo estilo visual, musical y un interesante enfoque narrativo en “Creed”, lo cual le dio un segundo aire al concepto creado por Sylvester Stallone. Sin embargo, ese estilo poco a poco se ha ido desdibujando y para muestra lo hecho por Michael B. Jordan, quien debuta como director con “Creed III”, en la cual su propuesta narrativa se tambalea por su incipiente ritmo, pero se recupera gracias a las secuencias arriba del ring.
La paz de un retirado Adonis Creed (Michael B. Jordan) a lado de su esposa Bianca (Tessa Thompson) y su hija Amara (Mila Davis-Kent), llega a su fin cuando reaparece Damian Anderson (Jonathan Majors), una persona fundamental de su pasado. Adonis y Damian eran amigos desde niños, ambos se cuidaban las espaldas y se apoyaban, pero un acto violento en la calle marcó el rumbo de su amistad y de sus vidas: Adonis pudo continuar con su vida bañada en oro, pero Damian terminó en la cárcel. Ahora, Damian está libre luego de 18 años encerrado y tiene hambre de ser campeón mundial, pero en su camino está Adonis.
Michael B. Jordan toma la silla de director y aunque es notable su madera como creador, su inexperiencia le juega en contra al momento de llevar la historia a buenas decisiones, pues su refugio en convencionalismos dramáticos lo delatan. Sí, la franquicia tiene fórmulas establecidas que continúan funcionando (los ejemplos más notables son el “épico” entrenamiento final y el renacer del boxeador luego de besar la lona en la pelea final), porque son la esencia de estos productos, pero cuando se recae en construcciones dramáticas tan clásicas como la inminente muerte de alguien después de una discusión, queda clara la falta de ideas.
Ryan Coogler, como parte de la reinvención del concepto, utilizó planos secuencias en las escenas boxísticas, las cuales clarificaron su interés visual para esta historia; Steven Caple Jr, director de “Creed II: Defendiendo el legado” dejó un poco de lado esa visión técnica, para dirigir su estilo hacia la música y su compenetración con las escenas, pues más que decoración, funcionaba como un tempo emocionante; Michael B. Jordan se olvida por completo del score musical (de hecho, muchas de sus secuencias más emocionales quedan planas ante la falta de acompañamiento musical) y se ocupa en reestructurar a su gusto las batallas campales arriba del ring con inspiraciones en el anime, en especial el de “Espíritu de lucha” y “Dragon Ball”, todo aderezado con el artificioso uso de la cámara lenta.
El espectro técnico es lo que más cuida Jordan, pues parte del filme está grabado en IMAX, pero no se ocupa en complementar y fortalecer el guion escrito por Keenan Coogler y Zach Babylon, pues la construcción de sus personajes, en especial el de Adonis y Damian, se excede en diálogos reiterativos y superficiales. Damian tiene más características de un villano que de un antagonista con matices psicológicos, no obstante Majors (“Ant-Man and the Wasp: Quantumania”), impone por su notable presencia física y su mirada, la cual transparenta el dolor y el hambre por ser “el más grande”; Jordan trata de mostrar a un Creed maduro y adulto, pero en su lugar presenta a un niño que cae en el juego de los demás y sigue perpetuando la violencia como método de hombría (bueno, al final, eso es el discurso principal de la saga, ¿no?)
“Creed III” es un desabrido debut como director de Michael B. Jordan y consecuentemente una tercera entrega tan desalmada como prescindible. No hay epicidad ni en la cimentación de las secuencias, ni en la psicología de sus personajes y mucho menos en el score musical que siempre había caracterizado a la franquicia.
“Creed III” ya está disponible en cines.