De entre la gran variedad del catálogo de Netflix, hay un tipo de película particular que se anda repitiendo lo suficiente como para formar su propio universo cinematográfico, al cual llamaremos el romance turístico: historias en las cuales una persona sin rumbo en la vida viaja a un lugar con hermosos paisajes, deliciosa comida (se hace énfasis en lo delicioso) y se enamora de alguien terriblemente atractivo a la vez que se descubre a sí misma (pueden o no acabar juntos, pero el verdadero objetivo es el autodescubrimiento). “Amor y gelato”, del director Brandon Camp, se suma a esta fórmula y nos trae justo lo descrito arriba: un producto bonito de manera general, pero sin mucho que decir.

Tras la muerte de su madre, Lina (Susanna Skaggs) viaja a Roma a un viaje que habían planeado hacer juntas. Allí averigua mucho sobre su mamá y de ella misma, a la vez que conoce a un rico y atractivo chico llamado Alessandro (Saul Nanni) y a un joven y tierno aspirante a chef, Lorenzo (Tobia De Angelis). ¿Podrá alguno de ellos ganarse su corazón?

Si tenían interés por conocer algo más de los intereses amorosos que lo arriba enunciado, se van a llevar una decepción. De manera similar a “El año de mi graduación”, la película aborda demasiados temas y personajes, al punto de no desarrollar bien ninguno de ellos. Lina comparte con cada uno de sus pretendientes 6 escenas repetitivas en las cuales nos cuentan lo mismo: Alessandro es presionado por su padre a ser alguien que no es y la gente tiene una idea equivocada de él, ninguno de esos dos conflictos se resuelve de forma alguna; por su parte, Lorenzo quiere hacer las cosas diferentes a lo tradicional y ser un gran chef, pero no se atreve (y necesitamos ver tres escenas de él diciéndolo para entenderlo, aparentemente).

Susanna Skaggs tiene un aire a Miley Cyrus en sus primeros años como Hannah Montana, tanto en lo bueno (su carisma y ternura) como en lo malo (la sobreactuación innecesaria en momentos cómicos). El tono de la película tampoco le ayuda, puesto que salta del drama romántico a la comedia exagerada en dos segundos, lo cual hace el recorrido aun más atropellado de lo que ya de por sí es. Después de ser el mejor elemento de “Tall Girl”, Anjelika Washington regresa como la mejor amiga de la protagonista blanca, pero su poco tiempo en pantalla y el hecho de que sea básicamente el mismo personaje de esa otra comedia adolescente no le da mucho qué hacer.

Los paisajes son bonitos, la comida antojable y la trama es sencilla, pero su estilo televisivo (en el cual todo está iluminado y en foco casi todo el tiempo) no la hacen muy dinámica ni sobresaliente en el apartado técnico. Tal vez quienes busquen un momento para poner algo de fondo mientras hacen otra cosa puedan encontrar en “Amor y gelato” algo para pasar el rato, pero si alguien busca un verdadero y profundo viaje de autodescubrimiento a Italia en Netflix, le recomendaría “Fue la mano de Dios” en su lugar.

“Amor y gelato” ya se encuentra disponible en Netflix.