A lo largo de más de 100 años, Hollywood ha sido una fábrica de emocionantes historias y espectáculos que nos han entretenido o transportado a otra realidad, pero esto se ha logrado a costa de consumir a un gran número de personas que trabajan en ese sistema. Hollywood es la tierra de los sueños pero también de la destrucción. Damien Chazelle plasma esta dualidad en “Babylon”, una película titánica que utiliza sus excesos para, inteligentemente, criticar duramente a la industria del cine pero también reconocer y celebrar su magia y capacidad para generar emoción.

Esta crítica contiene spoilers de “Babylon”

En los años 20, Manuel Torres (Diego Calva) es un mexicoamericano que trabaja para Don Wallach (Jeff Garlin), un poderoso ejecutivo de cine que está organizado una fiesta/orgía masiva. Aquí, entre la cocaína, los exuberantes bailes, la música y la locura en general, Manuel —quien se hace llamar Manny— conoce a Nellie LaRoy (Margot Robbie), una mujer que exude alegría, carisma y electricidad; su personalidad recuerda a un espectáculo hollywoodense, y tal vez por eso Manny se siente tan atraído hacia ella: el joven sueña con trabajar en la industria. Debido a la sobredosis de una actriz en esa misma fiesta, Nellie obtiene un pequeño pero significativo papel en una película al día siguiente, mientras que la amable energía y trabajadora actitud de Manny cautiva a un icónico actor silente llamado Jack Conrad (Brad Pitt), quien lo enlista como su asistente.  

Pero vamos a regresar un momento a la orgía. Además de ser un espectáculo audiovisual llevado a la vida con humor, vestuarios y sets de primer nivel, así como la energía de la ostentosa fotografía de Linus Sandgren, y el magistral y pegajoso score de Justin Hurwitz (que juega con los mismos ritmos y acordes a lo largo del filme para conectar la historia de amor), toda esta secuencia paulatinamente se convierte en una metáfora de Hollywood y un divertido portador del mensaje de “Babylon”. Cuando la ya mencionada actriz sufre una sobredosis, Manny y sus compañeros sacan su cuerpo de la fiesta en secreto utilizando como distracción a un elefante (mismo que durante los primeros minutos del filme defeca sobre la cámara y un amigo de Manny, metáfora del trato de los poderosos de Hollywood hacia la gente de color). El animal es como una gran película hollywoodense que nos entretiene y distrae; quienes la ven desconocen todo el veneno que hubo detrás de su realización.

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“Babylon” | Cortesía de Paramount Pictures

Chazelle le saca el máximo jugo a sus tres horas de duración (que se pasan como agua si te comprometes con la historia) para desarrollar una narrativa con tintes de falso cuento de hadas que utiliza al concepto de transformación como uno de sus ejes. 

Hollywood se transforma: a nivel técnico evoluciona y progresa, pasa de la era silente a la sonora; y gracias al poder emocional y empático de una película, la vida del espectador puede cambiar después de verla. Sin embargo, la industria también transforma a las personas que trabajan en esta maquinaria. “Babylon” explora la asimilación cultural que ocurre con las personas de color que forman parte de su sistema; explora cómo aquellas personas que se resisten a ser transformadas —aquellas que se conocen a sí mismas y defienden su identidad— son presionadas, arrastradas o expulsadas por el voraz modelo de Hollywood; y también explora a quienes no logran adaptarse a la transformación del sistema. 

Estas transformaciones son exploradas a través de las carreras de Manny, Nellie y Jack. Todos estos personajes ven su mundo cambiar primero con la llegada del cine sonoro y luego el código Hays (de “principios morales”); el atrevimiento y perversión pasan a ser elegancia, las orgías se convierten en reuniones pomposas organizadas por la socialité en donde la depravación efectivamente sigue existiendo pero ahora de formas furtivas. 

Nellie tiene problemas adaptándose al nuevo Hollywood y pronto comienza a ser consumida por las críticas y la ciudad; una extraordinaria Margot Robbie (“Amsterdam”) transiciona entre una fuente de electricidad pura, una bailarina que exude erotismo, una actriz asombrosa y una vulnerable adicta en búsqueda de identidad. Por otro lado, Jack no logra conservar el éxito y no entiende por qué: la industria lo dejó atrás. Este olvido se recalca en una breve pero crucial escena en donde Manny, ya convertido en un ejecutivo reconocido por su visión, recibe una llamada de Jack e intenta disculparse: “Te iba a marcar, pero…”. Manny olvidó al hombre que lo ayudó a entrar a la industria en parte porque ya está en un proceso de asimilación.

Entre toda su brillantez, la mejor cualidad de “Babylon” es su acertada exploración de esta asimilación cultural que ocurre en Hollywood. Primero, Manuel se presenta como “Manny”, un nombre más extranjero y fácil de asimilar para la gente blanca; más tarde aprendemos que ya no visita a su familia, es decir, que comienza a negar sus raíces. Cuando adquiere mayor poder en la industria, le cierra las puertas a una artista lesbiana (la Lady Fay Zhu de Li Jun Li); en la reunión de William Randolph Hearst se presenta como un español en vez de mexicano; y manipula a un hombre negro (el Sidney Palmer de Jovan Adepo) a oscurecer su tono de piel, todo en nombre de Hollywood, en nombre de supuestamente mantener el “sueño” vivo para trabajadores y espectadores. La actuación de Diego Calva es genial porque encumbra esa transformación, y cómo Manny es consumido por el capitalismo, a través de pequeños detalles actorales, pero siempre dejando lugar para exhibir un atisbo de culpa en sus ojos.

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“Babylon” | Cortesía de Paramount Pictures

En “Babylon”, Chazelle crea una especie de fábula en donde está presente el concepto de la fantasía para representar la magia del cine que tantas satisfacciones nos ha dado. Por ejemplo, el divertidísimo rodaje de una película protagonizada por un borracho Jack que se recompone en el momento perfecto para filmar una escena mágica, con una esplendorosa puesta de sol de fondo (y un genial Spike Jonze interpretando al desquiciado director); o Nellie exhibiendo a la perfección las emociones que su directora le pide en su rol revelación. 

Sin embargo, estos momentos como sacados de un cuento de hadas se convierten en un retorcido relato de los hermanos Grimm. Detrás de toda la magia hay destrucción cultural; hay sobredosis, racismo, discriminación y muerte. Hay olvido y carencia de empatía en Hollywood. La pesadilla termina de consumirse cuando aparece el personaje de Tobey Maguire para conducir a Manny a un mundo clandestino en donde actos repugnantes de violencia y degradación son tratados como el más grande de los espectáculos: un Hollywood inverso. Mientras la maquinaria de entretenimiento esconde sus esqueletos, aquí están visibles para ser celebrados y aplaudidos.

No es casualidad que los únicos finales felices en “Babylon” son de aquellos personajes de color que se alejan de Hollywood: el trompetista Sidney y la cabaretera Lady Fay Zhu, quienes conocen su valor y escapan del podrido sistema de asimilación para seguir creciendo y mostrando su talento en otras tierras. Los encuadres de estos personajes mientras tocan o bailan son utilizados por Chazelle para reconocer la pasión y creatividad de artistas en la industria, y se unen a una gran variedad de memorables escenas diseñadas para recordarnos al mismo tiempo el poder del séptimo arte y la podredumbre dentro de la industria para lograrlo. 

Esto va desde la periodista cinematográfica Elinor St. John (Jean Smart) explicando cómo todo es desechable en Hollywood hasta un poderoso final que, de manera sublime, plasma la dualidad del filme: años después de su apogeo en Hollywood, Manny rememora su carrera mientras ve una película. Manny llora por las memorias; por su amor a Nellie, por todo lo que le costó alcanzar su sueño y por el terrible ser en el que se convirtió, pero también llora por el poder del cine, por esa capacidad que tiene la cinematografía para tocar lo más profundo de nuestras almas. Amamos al cine pero eso no significa que todo alrededor de su existencia sea tan puro como las emociones que provoca.

Chazelle cierra con un montaje de la historia del cine, con énfasis en sus películas innovadoras, para crear una oda al séptimo arte pero también una advertencia al rumbo que ha tomado la industria y los modelos conformistas que permean en ella para intentar atraer espectadores. Y “Babylon” es precisamente una película que se rebela contra la actualidad de Hollywood; tal vez sea indulgente en sus 190 minutos de duración y en sus excesos cinematográficos pero ese es exactamente el tipo de indulgencia que necesita la industria hoy en día, una indulgencia audaz, propositiva y 100% auténtica que estudia y desmenuza a la historia hollywoodense para aterrizar una mordaz crítica a sus numerosos problemas sin dejar de lado las alegrías que es capaz de producir.

“Babylon” se estrena en cines el 19 de enero. Foto de portada cortesía de Paramount Pictures.