Gente hermosa, bonitos paisajes y melodrama: estos son algunos de los ingredientes que la directora Hilal Saral usa para “Condena de amor”, el nuevo drama romántico de Netflix. Si bien no es una pieza particularmente innovadora o memorable, la realizadora (que cuenta con más de 20 años de experiencia dirigiendo telenovelas) da un producto que probablemente satisfaga a los amantes de los dramas turcos.
Firat (Boran Kuzum) se va a un retiro espiritual cuando su empresa de obituarios cae en la quiebra. Deprimido y sin objetivo en la vida, conoce a Lydia (Pinar Deniz) y Yusuf (Yigit Kirazci), un par de músicos alejados de lo material que viajan por Turquía viviendo de su música. Embelesado por la soltura y belleza de Lydia, Firat se les une y descubre cómo lo más importante en la vida no es lo material, sino el amor.
Si me dijeran que esta película es un comercial para una empresa de coaching con hermosos destinos para meditación, lo creería totalmente: las hermosas locaciones y actores hacen muy atractiva la idea. Claro, es muy fácil vender el concepto de desapego material cuando los personajes no tienen ningún conflicto real por esa renuncia: sí, Firat pierde su negocio, pero sus viajes con Lydia y Yusuf siempre terminan en hermosos lugares que los reciben con los brazos abiertos por escuchar su música; y, en los raros casos en los cuales necesita dinero, sus amigos siempre se lo prestan desinteresadamente.
Esto lleva a uno de los grandes problemas de la película: la trama, o la falta de ella. Más que un romance progresivo, la película es una serie de viñetas conectadas por montajes musicales de la banda en los cuales el grupo aprende distintas lecciones (un poco al estilo de la poco profunda “Comer, rezar, amar”). Sí, se aprenden lecciones, pero todas pasan de forma tan sencilla y sin problema alguno, que la verdad nada se queda en la memoria, y cuando el tercer acto al fin presenta un conflicto fuerte, termina muy rápido y con un final confuso que tira a la basura cualquier obstáculo superado por los protagonistas.
A esto se suma la propuesta visual y sonora: para ser una película sobre lo hermoso que es no ajustarse a las normas, no hay nada arriesgado o novedoso ni en la foto ni en la banda sonora ni en la puesta en escena. Los momentos tristes y felices son acentuados por una banda sonora obvia, mientras que la fotografía (pese a sus locaciones bellísimas) no trae nada nuevo a lo que un video turístico de esos muy populares en YouTube podría mostrar. Todo esto da como resultado una pieza bastante superficial y convencional cuyo tema supuestamente profundo jamás es explorado bien.
“Condena de amor” no es una completa pérdida de tiempo: cumple con su dosis de romance, gente guapa y paisajes escapistas. Su público tal vez la disfrute, sobre todo con el aumento en la popularidad de los melodramas turcos, pero para un trabajo que prometía un poderoso viaje introspectivo, resulta decepcionante.
“Condena de amor” ya se encuentra disponible en Netflix.