Zdzisław “Najmro” Najmrodzki fue un criminal que, durante los setentas y ochentas, se convirtió en una especie de leyenda urbana en Polonia por haber escapado de las autoridades 29 veces. Una adaptación cinematográfica de la historia de tan peculiar sujeto tenía todas las herramientas para ser un producto fascinante, es por ello que “El maestro de las fugas” de Mateusz Rakowicz es tan decepcionante.

La película sigue la vida, actividades criminales y escapes de Najmro (Dawid Ogrodnik), criminal con tintes de Robin Hood que nunca cometió un asesinato, más bien se dedicó a aprovecharse de la gente rica y a asaltar Pewex, tiendas del estado inaccesibles a la mayoría de la población debido a sus altos precios y el hecho de que solo aceptaban dólares. 

El guion, escrito por Rakowicz y Łukasz M. Maciejewski, es sumamente básico. Najmro roba, se escapa de la policía, se enamora y… sí, adivinaste, decide hacer un último gran atraco antes de retirarse para pasar el resto de sus días con su amada Teresa (Masza Wągrocka), sin embargo, un dedicado teniente (Robert Więckiewicz) con fuerte compás moral está siempre detrás de su rastro. Su predecible trama solo se sale del carril a través de la forzada transformación de un personaje secundario a villano despiadado, suceso que culmina en un final emocionante y placentero, pero también apresurado. 

La película ofrece personajes sencillos de quienes aprendemos poco más allá de lo evidente. En vez de indagar en el proceso psicológico o motivaciones de Najmro para dedicar su vida al crimen, la película se decanta por delinear a un antihéroe de apariencia y dialecto chévere, despreocupado por su destino y siempre a un paso adelante de la ley. Es un personaje que no ofrece nada nuevo, pues ya se ha visto antes. Lo mismo ocurre con los personajes secundarios que van desde una subordinada unidimensional hasta un policía bufonesco. Las buenas actuaciones de Dawid Ogrodnik (“Ida”) y Robert Więckiewicz (“Leave No Traces”) elevan a sus personajes pese a la pobre escritura.

“El maestro del engaño” es el clásico ejemplo de estilo sobre sustancia, pues para remediar todas las carencias narrativas, Rakowicz intenta distraer a través de una estética llamativa. Todo el primer acto intenta cautivar a través de la forma. Rakowicz se detiene en las vestimentas ochenteras y el pulcro look de su protagonista mientras visita exóticos clubes nocturnos, pero en realidad no está ocurriendo nada de importancia. La estética no está al servicio del guion o del desarrollo emocional de los personajes, pues solo existe para apantallar.

La utilización de fotografía no saturada y una paleta de colores que abusa de rojos y naranjas no tiene razón de ser, más bien distrae y recuerda a filtros de Instragram. Y hablando de abusos, aquí encontramos decenas de insulsas tomas en cámara lenta que rara vez aportan algo a la historia y solo existen para intentar crear momentos visualmente espectaculares. 

Aunque “El maestro de las fugas” tiene sólidas escenas de persecuciones, buenas actuaciones y un disfrutable último tercio, principalmente derivado de una aproximación más humana a su protagonista, no deja de ser un producto blando y superficial que tiene miedo de explorar con detenimiento el trasfondo socioeconómico de su historia y de proveer un retrato más complejo de su interesante sujeto.

“El maestro de las fugas” ya se encuentra disponible en Netflix.