“El otro Tom” se integra a la escasa lista de largometrajes sobre el déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en niños e inmediatamente sobresale gracias a la intimidad generada alrededor de sus personajes y los cuestionamiento planteados sobre la medicación psiquiátrica. Es una película empática que expone los problemas de un sistema sin el interés o las herramientas para apoyar a su población.

Tras problemas de conducta en la escuela (y terrible atención docente), Tom (Israel Rodríguez Bertorelli) es diagnosticado con déficit de atención e hiperactividad, e inmediatamente es medicado por una psiquiatra. Sin embargo, el cambio en conducta de Tom viene acompañado por otros síntomas preocupantes que eventualmente desencadenan en un incidente y la realización crucial de su madre Elena (Julia Chávez) de que los medicamentos podrían traer graves repercusiones.

La película está basada en una novela escrita por Laura Santullo, quien aquí funge como coguionista y codirectora junto a Rodrigo Plá. Esta dupla, ya conocida por “Un monstruo de mil cabezas” y “La demora”, trabaja con excelencia para crear una historia auténtica, forjada con ayuda de una investigación con psiquiatras y psicoanalistas, sobre los peligros de los los diagnósticos psiquiátricos incompletos y cuya ancla emocional reside en la relación entre madre e hijo.

Con mucho tacto, Plá y Santullo establecen las complejidades del TDAH y las consecuencias en la vida de los protagonistas. Elena (Julia Chávez) es una madre soltera y un tanto irresponsable que además de lidiar con la conducta caótica de su hijo, está luchando por sacar a flote su vida. Tiene problemas económicos y el padre de Tom no ha enviado dinero. Así que el diagnóstico de TDAH la toma por sorpresa y el escalamiento abrupto de la situación la obliga a tener fe ciega en esta psiquiatra y los medicamentos que propone. ¿Por qué habría de cuestionar a una especialista? Es una situación inédita y nadie la preparó para afrontarla. Asimismo, la conducta sumisa de Tom representa un respiro muy necesario en su vida y la conduce a una falsa seguridad que a su vez la lleva a ignorar banderas rojas en el comportamiento de su hijo.

Elena tampoco es ayudada por su personalidad: es áspera y tiene una serie de barreras a su alrededor. Es una mujer que claramente desconfía de otras personas, nunca baja la guardia, y por lo tanto, no sabe escuchar a los demás, o más bien, no quiere hacerlo y en una situación tan delicada, esto solo le genera problemas; una observación de su conducta confirma el conflicto central de la trama y genera autenticidad en la relación madre/hijo. En su debut como actriz, Julia Chávez hace un gran trabajo dándole vida a esta complicada figura, en particular cuando muestra desesperación y enojo; su actitud y energía en pantalla me recordaron a Aubrey Plaza. La joven saca fuego con la mirada e inevitablemente te obliga a generar respuestas emocionales a sus abruptas acciones.

Pero el problema no recae en Elena. El problema radica en un sistema apresurado y carente de paciencia que utiliza píldoras como la primera y única solución en vez de conocer con profundidad al individuo y generar una solución para su caso en específico. El sistema parece no estar interesado en aprender sobre TDAH y eso deja expuesta a una población que no está preparada, ni psicológica ni económicamente, para afrontar el trastorno. 

Otra barrera explorada en “El otro Tom” corresponde a las instituciones — en este caso la escolar — y su carencia de capacitación para manejar temas de esta naturaleza. El cuerpo docente de una escuela debería estar preparado para reaccionar y apoyar al alumno en tan crucial etapa de su vida, pero tristemente sabemos que los temas de salud mental rara vez son tomados en cuenta con la seriedad que se requiere de ellos. Santullo y Plá no solo exponen este problema tan real, sino que también lo manejan con exactitud para generar empatía hacia los personajes.

La fotografía de Odei Zabaleta  potencializa la conducta de Tom y nos ayuda a comprender los sentimientos de su madre. Por ejemplo, mientras lo están diagnosticando, no vemos a la doctora charlando con Elena, sino a Tom maltratando incesantemente — y a pesar de los regaños de su madre — una báscula en el consultorio; la azota, hace ruido, la manosea. Es una toma sencilla, pero altamente efectiva porque crea desesperación e incluso te lleva a desear una solución inmediata a su condición, y eso lo compartimos con el personaje de Elena. Posteriormente, mientras Tom está tomando el medicamento, Zabaleta se asegura de siempre tener visible la cara del niño: quiere que observemos con detalle la tristeza en su rostro. Y en esto, evidentemente también es clave la gran actuación de Israel Rodríguez Bertorelli, quien representa una diversa gama de estados de ánimo para reflejar su situación psicológica. El balance obtenido entre elementos técnicos y actuaciones es una marca de la gran dirección.

Finalmente, cuando “El otro Tom” propone una solución, rápidamente la deshace porque no existen soluciones simples cuando se trata de salud mental. Santullo y Plá demuestran un entendimiento del tema y exitosamente plasman sus preocupaciones en relación a los diagnósticos incompletos. Y esto lo logran sin melodrama o la necesidad de caer en extremos; el enfoque se mantiene en la emotividad de una madre y un hijo aprendiendo a vivir con un trastorno más complicado de lo que la sociedad y los sistemas puedan hacernos creer.

“El otro Tom” forma parte del programa Contemporary World Cinema de TIFF 2021.