En el petrolífero Lago de Maracaibo se encuentra el pequeño pueblo flotante de Congo Mirador. Aquí cada casa parece una isla y sus habitantes se desplazan en lancha de un lugar a otro. Pero su peculiar existencia corre peligro. La laguna se está sedimentando, es decir, llenándose de tierra; la contaminación está matando a la vida marina y muy pronto hará lo mismo con la humana. Al gobierno no le podría importar menos. “Érase una vez en Venezuela” es un testigo artístico de lo que podrían ser los últimos años de este pueblo.

La directora Anabel Rodríguez pasó cinco años documentando lo ocurrido en Congo Mirador y al hacerlo se encontró con una encapsulación de la situación del país. La negligencia gubernamental ha causado estragos económicos y ambientales, y dentro de la misma comunidad encontramos una división política representada por las dos figuras prominentes del filme: Tamara y Natalie.

El cuarto de Tamara está tapizado de imágenes de Hugo Chávez. Está obsesionada con él y apoya incondicionalmente sus ideales. Es la líder gubernamental de la comunidad, vive en buenas condiciones y está dispuesta a todo por impulsar la palabra del Partido Socialista, aunque eso signifique utilizar sobornos para influenciar el voto. 

Natalie es maestra en la única escuela de Congo. Hace todo lo posible por mantener un espacio limpio y con los recursos necesarios para seguir adelante. Sus alumnos la aman, caso contrario de los “peces gordos” de la comunidad. Natalie se opone a las ideas políticas de Tamara y por lo tanto encontramos una confrontación entre las dos. No importa qué tan pobre sea el pueblo, aquí pasa lo mismo que en todos lados: una persona poderosa intenta sofocar a la pequeña.

A pesar de las diferencias, ambas intentan ayudar al pueblo desde sus trincheras. Natalie quiere continuar la educación del pueblo, mantener cierto tipo de esperanza y reforzar un cambio ideológico alejado del chavismo. Del otro lado, Tamara intenta resolver el problema de la sedimentación, pero se topa con respuestas inútiles de oficiales. 

Cuando no está siguiendo a sus dos sujetos principales, Rodríguez observa la vida del pueblo: un anciano sobreviviendo, un perturbador concurso de belleza infantil, pescadores haciendo su trabajo. La fotografía de John Márquez captura la naturaleza del lugar en toda su gloria y al hacerlo constantemente te quita el aliento; su trabajo es instrumental para convertirte en un habitante más de Congo Mirador. Y encima, el viaje es acompañado por las melancólicas canciones de un viejo pueblerino y su guitarra acústica. Sus versos son una poética reflexión del pasado y presente de este pueblo cuasimágico.

“Érase una vez en Venezuela” es un espléndido relato de cómo un pueblo se está ahogando literalmente por el agua y metafóricamente por el gobierno. Sus habitantes son víctimas de una letal mezcla conformada por el calentamiento global y la corrupción humana. La simple existencia de Congo Mirador parece una fantasía, pero su final probablemente esté alejado de lo que leerías en un cuento de hadas. A lo largo del filme y de manera sutil, Rodríguez comunica un atisbo de esperanza retratando la energía y vividez de los niños: al fin de cuentas, son ellos el futuro, tal vez no de Congo, pero sí de Venezuela.

“Érase una vez en Venezuela” es la selección oficial de Venezuela para el Oscar de Mejor Película Internacional 2021. El documental formó parte de la selección de DOC NYC 2020.