Hay algo muy encantador en escuchar a Werner Herzog hablando apasionadamente sobre meteoritos, cenotes y ciencia en su documental “Fireball: visitantes de mundos oscuros”. Y aunque el mítico cineasta alemán se rehúsa a aparecer en pantalla, su narración es la herramienta ideal para animar hasta las más aburrida explicación sobre polvo cósmico.
Quien aparece en cámara para entrevistar a científicos, investigadores y geólogos sobre los misterios detrás de los meteoritos, es su co-director Clive Oppenheimer (“Into the Inferno”), quien es cortés y muy culto, pero no tiene el carisma de Herzog. Así que cuando el alemán interrumpe una explicación científica para hacer un chiste malo, no puedes evitar carcajearte.
Irónicamente, el documental es como un meteorito que al llegar a la atmósfera se deshace en pedazos más pequeños. Herzog nos lleva a La Meca en Arabia Saudita, el techo de una arena deportiva en Oslo, al Telescopio de Sondeo Panorámico (Pan-STARRS) en Hawaii, al gigantesco cráter Ramgarh en la India, a la Antártida, e incluso al lugar en donde cayó un meteorito que se cree erradicó a los dinosaurios: Chicxulub Puerto en Yucatán, o como Herzog lo describe “un lugar tan olvidado por Dios que te dan ganas de llorar”. El hilo narrativo que une a estos sitios es muy débil, pero vale la pena conocer la información derivada de ellos.
En cada uno de estos lugares aprendemos distintas cosas sobre meteoritos y la manera en cómo la humanidad ha intentado comprenderlos a lo largo de los siglos. Hay una anécdota sobre un pueblo francés interpretando la caída de un meteorito como una señal de Dios, una amena exploración de las creencias mayas del Inframundo y una interesante explicación sobre cómo es que realísticamente podríamos destruir un meteorito si se acerca a la Tierra. Esto último deriva en uno de los mejores momentos del documental: Herzog narrando con mucho entusiasmo (tal vez demasiado) la escena en la que una ola gigante destruye una ciudad en la película “Deep Impact” de 1998.

Para comprender estos misterios, Herzog y Oppenheimer entrevistan a una serie de excéntricas y muy emocionadas personas, entre los que destacan un cotorro sacerdote que relaciona los acontecimientos cósmicos con Dios, un científico coreano que se orgasmea cada vez que encuentra un meteorito en la nieve y un artista de jazz noruego que en sus tiempos libres examina partículas cósmicas junto a un geólogo sobreviviente de cáncer que se viste como vaquero. A varias de estas personas no les entiendes nada, pero su pasión por el tema es contagiosa. Es como escuchar a tu amigo norteño hablando de baseball: no le entiendes nada, pero como que te dan ganas de ir a ver un partido con él. En la primera mitad del documental hay una explicación sobre ‘quasi cristales’ tan complicada que Herzog la interrumpe para “no torturarnos con detalles”. Y ahí está la magia del “Fireball”. Aún cuando la charla científica no te atrapa, siempre aparece la voz del alemán para sacarte una sonrisa con su humor seco y absoluta fascinación por el tema.
Y si eso no funciona, tenemos la fotografía. La belleza de los paisajes naturales y su gente es capturada con singular detalle por Peter Zeitlinger. Tenemos un desfile del Día de Muertos en Yucatán, tomas aéreas de un gigantesco cráter en Australia y un baile tradicional en Papua, pero Zeitlinger se lleva la cereza del pastel con sus tomas de la Antártida; aunque no te interesen los meteoritos, debes ver este documental simplemente por los deslumbrantes paisajes helados que el director de fotografía te regala.
“Fireball: visitantes de mundos oscuros” es como un documental del Museo del Papalote narrado por el Abuelo Simpson. Aunque un poco desconectado, es un trabajo interesante y visualmente deslumbrante que ilumina tu día gracias al humor y la pasión en la narración de Werner Herzog.
Este documental forma parte de la sección TIFF Docs del Festival Internacional de Cine de Toronto 2020.
