Además de ser la ópera prima de Laura Baumeister, “La hija de todas las rabias” es apenas el quinto largometraje de ficción originario de Nicaragua y el primero dirigido por una mujer nicaragüense. Aunque dura, es una obra sobre resiliencia con una cautivadora vibra espiritual.
María (Ara Alejandra Medal), una niña de 11 años, vive en un basurero junto a su madre Lilibeth (Virginia Sevilla). Debido a severos problemas económicos, la última esperanza de la familia es vender un grupo de cachorros recién nacidos. Cuando todos mueren debido a un descuido de María, a su madre no le queda más remedio que abandonarla en un centro de reciclaje para buscar trabajo en una plantación.
“La hija de todas las rabias” no es fácil de ver y su primera mitad definitivamente es desafiante. Entre pobreza, abandono y cachorritos muertos (con mamá perra llorando desconsoladamente), Baumeister tiene serios problemas balanceando el tono, provocando que la película rápidamente se convierta en pornomiseria. Pero conforme la historia avanza y a pesar de que María se sigue enfrentando a obstáculos desgarradores, Baumeister recupera el mando de la película y comienza a guiarla hacia buen puerto con ayuda de un aspecto ambientalista y espiritual.
En medio de la desesperanza, encontramos enriquecedoras escenas que juegan con elementos fantásticos; María utiliza su imaginación para crear sus propios constructos y así lidiar con el trauma del abandono. Estas ocurrencias se repiten de manera paulatina a lo largo del filme hasta llegar a un final precioso y memorable que se combina con otro importante aspecto narrativo: la vida animal y nuestra conexión con la naturaleza.
Perros, urracas y felinos pueblan esta historia porque a través de ellos, Baumeister explora las complejidades que existen en los lazos madre-hija: es indudable que existe amor y fortaleza, pero, irónicamente, mucha fragilidad también. Temprano en el filme, una perra madre no puede hacer mucho para proteger a sus hijos y por factores ajenos a ella, los pierde. De manera similar, las condiciones a su alrededor y la carencia de oportunidades — factores ajenos a ella — orillan a Lilibeth a tomar una drástica decisión que pone en peligro el lazo con su hija. Sin embargo, María utiliza al amor que siente hacia su madre como fuerza propulsora para resistir, y eventualmente lo fusiona con un imaginario y la naturaleza para procesar sus emociones.
Es también plausible la manera en cómo Baumeister utiliza a los animales. A diferencia de la enorme mayoría de directores trabajando hoy en día, la directora no utiliza a los animales como simple excusa narrativa, sino que sutilmente los encumbra para posicionarlos en el mismo nivel que el ser humano y, de esa manera, deja en claro que todxs estamos conectadxs con el planeta. El amor de la directora por la naturaleza es palpable.
El hilo ambientalista de “La hija de todas las rabias” también se manifiesta en el uso de escenarios naturales. Durante el desarrollo de la historia, tenemos oportunidad de ver hermosos paisajes que contrastan con la terrible situación de la protagonista. Las montañas de basura eclipsan las montañas naturales: una sencilla metáfora de cómo nuestro consumo está destruyendo al planeta.
Baumeister hizo un gran trabajo con su joven elenco. Ara Alejandra Medal es toda una revelación: con una mezcla de bravura e inocencia, comanda la pantalla y te alienta a seguir viendo aun cuando la miseria se apodera de la historia. Interpretando a Tadeo, amigo de María en el centro de reciclaje, Carlos Gutíerrez es también excelente como una fuente de calidez que mantiene viva la flama de resistencia de la protagonista.
Aunque por momentos la desgracia se apodera de su historia, “La hija de todas las rabias” sale avante como una película ambientalista y animalista que aterriza un mensaje de resiliencia utilizando a la imaginación y el amor por la madre Tierra como su guía.
“La hija de todas las rabias” o “Daughter of Rage” tuvo su premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Toronto 2022.