Desde los esfuerzos mudos de James Stuart Blackton y John Emerson a principios del siglo XX hasta la más reciente versión cinematográfica cortesía de Justin Kurzel y pasando por extrañas reimaginaciones modernas como “Scotland, PA” y “Maqbool” en la India, Macbeth ha sido adaptada decenas de ocasiones para cine y televisión. Por ello, la gran pregunta que nos hacemos al examinar “La tragedia de Macbeth” de Joel Coen es: ¿Por qué? ¿Puede Coen justificar una adición más al largo linaje de adaptaciones de Macbeth?

La influencia de Shakespeare, y en particular de Macbeth, siempre ha estado presente en la filmografía de los hermanos Coen. En películas como “Blood Simple”, “Fargo” y “No Country for Old Men” tenemos a personajes con una vida funcional tomando ciertas oportunidades del destino para intentar mejorar su predicamento, eventualmente metiéndose a un lodazal del cual es complicado salir. Son personajes que actúan por avaricia o venganza que terminan encarando las consecuencias de sus acciones. Los planes nunca salen bien y la tragedia termina apoderándose de la narrativa.

Al dirigir “La tragedia de Macbeth”, pareciera que Joel Coen (en su primera dirección separado de su hermano Ethan) nos invita a ponderar sobre su trabajo previo. No está reinventando Macbeth o dando giros a su historia; presenta la obra clásica a través de un enfoque minimalista con ayuda de magníficas actuaciones y geniales florituras. La mejor de ellas es el personaje de las brujas que aquí son consolidadas en un solo cuerpo llevado a la vida por una impresionante y visceral Kathryn Hunter, quien se retuerce y utiliza su inquietante voz para representar a tres conciencias y evocar un aura sobrenatural con resultados aterradores. 

Después de una batalla, Macbeth (Denzel Washington) y su compañero Banquo (Bertie Carvel) se encuentran a las brujas, quienes profetizan el ascenso de Macbeth primero a la posición de thane de Cawdor y luego a la de rey. Inicialmente, el protagonista es escéptico a la idea pero en cuanto la primera parte de la predicción se hace realidad, comienza a salivar con el prospecto de llegar a la cima. Pero en vez de esperar, es alentado por su esposa Lady Macbeth (Frances McDormand) a acelerar el proceso asesinando al actual rey (Brendan Gleeson). Lo que sigue es , tal y como dicta la historia clásica, un conjunto de conspiraciones, sangre derramada, traiciones, paranoia y un forcejeo con devastadores sentimientos de culpa.

Denzel Washington lo hace parecer fácil con una actuación brillante en donde la locura por la que atraviesa su personaje es transmitida gradualmente y sin necesidad de recurrir a exageraciones teatrales. Su trabajo es obstaculizado por un guion que maneja de manera poco convincente el viaje psicológico de su Macbeth. 

El filme cuenta con exquisitos valores de producción destacando la fotografía a blanco y negro de Bruno Delbonnel y un astuto uso de escenografías y humo para crear atmósferas deslumbrantes y convincentes, siempre manteniendo el tono minimalista. 

Pero a pesar de todas sus virtudes, Joel Coen tiene problemas justificando la existencia de “La tragedia de Macbeth”, en particular después de la brillante “Macbeth” de Justin Kurzel en 2015. Es un producto entretenido que goza de excelentes actuaciones y secuencias memorables, pero también es emocionalmente distante, la relación entre Washington y McDormand no se siente auténtica y no hay gran innovación con respecto a la prosa de Shakespeare. Es cuando Coen nos regala creativas representaciones que esta adaptación cobra vida: los tres cuervos adquiriendo una forma humana, el caldero burbujeante, la intimidad en la escena del asesinato del rey y las coreografias vistas en el tercer acto. Estos elementos, con énfasis en la actuación de Hunter, diferencian a “La tragedia de Macbeth” y lo alejan de ser tan solo un capricho innecesario.

“La tragedia de Macbeth” se estrena en Apple TV+ el 13 de diciembre.