El coming-of-age “Metal Lords” de Peter Sollett busca rendir tributo al heavy metal y los leales seguidores del género, pero diversos baches narrativos evitan que ésta sea una verdadera sinfonía de destrucción.

Hunter (Adrian Greensmith) es un adolescente obsesionado con el heavy metal que sueña con ganar la Batalla de las Bandas de su escuela para así arrancar su carrera como leyenda metalera. Para lograrlo, prácticamente fuerza a su mejor amigo Kevin (Jaeden Martell) a aprender a tocar batería y así tener una banda. Pero cuando Kevin se enamora de Emily (Isis Hainsworth), una joven violonchelista forcejeando con su salud mental, Hunter comienza a mostrar las facetas más desagradables de su actitud metalera, provocando fricciones entre los dos.

Sollett y su guionista D. B. Weiss (“Game of Thrones”) hacen un buen trabajo moldeando al personaje de Hunter, un chico que utiliza al heavy metal para desahogar sus problemas emocionales provocados por el abandono de su madre a raíz de las infidelidades de su padre. Pero pronto se hace evidente que Hunter no entiende qué es el metal. Su visión sobre el género es arcaica y estrecha: no es más que un clásico metalero intolerante, ese que todos y todas hemos conocido en algún punto de nuestras vidas: el vato acomplejado y sexista que intenta hacer sentir mal a otras personas por escuchar géneros ajenos al metal. 

Sin embargo, cuando parece que “Metal Lords” está por deconstruir esta figura tóxica del metalero intolerante y explorar las consecuencias sociales de la conducta de Hunter, Sollett y Weiss se decantan por una narrativa cliché, enfocada en desarrollar su trama de amistad masculina. Esto funcionaría de no ser por un grave problema en el guion: jamás es creíble la amistad entre Hunter y Kevin.

Durante la primera mitad de la película, es muy grato seguir a Kevin, un joven inadaptado que utiliza su nuevo gusto por el heavy metal para crear conexiones con otras personas y de paso encontrarse a sí mismo. Sollett hace énfasis en la dulce relación que Kevin tiene con Emily, permitiéndonos empatizar aún más con su personaje. Es por ello que es difícil comprender por qué es amigo de Hunter.

La única explicación que Sollett y Weiss proveen en torno a la amistad protagónica es que Hunter “evitó que Molly le arrancara el pelo en tercer grado” a Kevin y que “lo cuida siempre” (hecho que presenciamos una sola vez en toda la película). Esto nos lo comunica Kevin con voiceover barato, pero nunca es respaldado por hechos narrativos. Al contrario, desde un inicio vemos cómo Hunter trata mal a Kevin, lo insulta, le grita, lo expone a situaciones incómodas, frena sus intentos por salir de su caparazón de inseguridad y llega un punto en donde literalmente utiliza insultos misóginos para atacar a su novia, dos veces. 

Además, si Hunter ha utilizado al metal como soporte emocional durante tanto tiempo, ¿cómo es que Kevin apenas está aprendiendo sobre el género? Si son súper mejores amigos desde el tercer grado, ¿cómo es que Hunter nunca había compartido su única obsesión con Kevin? Es imposible creer que estas dos personas compartan una amistad verdadera, y como el tercer acto se basa en ella, naturalmente “Metal Lords” se cae a pedazos. Sobre todo cuando Kevin decide darle la espalda a su novia, defender al vato insoportable que la insultó y rescatarlo de una institución psiquiátrica.

Todo esto es una lástima considerando que “Metal Lords” tiene elementos destacados. La edición relajada permite a la película avanzar a buen ritmo, Sollett hace un uso sólido de su soundtrack clásico (tal vez demasiado clásico), la canción original que escuchamos en la Batalla de las Bandas es genial, la interpretación de “War Pigs” en los créditos es tremenda y un cameo de cuatro leyendas del heavy metal es una grata sorpresa.

Desde su caminar incómodo hasta una conversación temblorosa con su crush, Jaeden Martell (“It”) es muy convincente como un adolescente tímido intentando adaptarse a su entorno. Los mejores momentos del filme son consecuencia de su gran química con Isis Hainsworth (“Emma.”), quien lo hace bien como una volátil chica forcejeando con sus propios problemas. También debemos destacar a Noah Urrea, quien es excelente en su interpretación de un bienvenido y agradable personaje que subvierte arquetipos.

“Metal Lords” sucumbe ante diversos clichés del género, pero su verdadera perdición radica en su conformismo. En vez de explorar alguno de los temas de intolerancia, sexo, drogas y hasta salud mental que propone, la película se queda en una historia sencilla y convencional que irónicamente traiciona la esencia del género al que intenta celebrar, provocando que esta historia termine siendo más “Chinese Democracy” que “Appetite for Destruction”… y Netflix ya tiene demasiados “Chinese Democracy” en su biblioteca de contenido.

“Metal Lords” ya se encuentra disponible en Netflix.