El Holocausto marcó un antes y después en la historia, revelando la crueldad y deshumanidad a la cual puede llegar una sociedad cuando se deja llevar por el odio (algo que nunca se debe olvidar). Se han hecho muchísimas películas sobre él, tantas que a veces puede resultar complicado hacer una nueva: ¿qué puede decirnos que no se haya contado ya? “Mi mejor amiga, Ana Frank”, del director Ben Sombogaart, nos demuestra con un ángulo diferente lo mucho que aún se puede decir, en una pieza tan entretenida como conmovedora.

Esta película nos cuenta la historia de Hannah Goslar, una joven judía cuya mejor amiga es Ana Frank. Ambas chicas son dos adolescentes normales: hablan de sus ambiciones, de su interés por los chicos, de sus miedos y preocupaciones propias de esta edad. Son dos niñas tratando de descubrir quiénes son en un lugar que las obliga a enfrentarse a una realidad terrible: la Ámsterdam ocupada por los nazis, una ciudad en la que la muerte y la violencia están cada vez más presentes.

El éxito de la película es apropiarse completamente del tono juvenil y alegre de sus protagonistas. Como todo adolescente, Hannah y Ana a veces pueden ser inconscientes, frívolas e incluso mala onda entre ellas, y eso está bien: son dos chicas que se han visto obligadas a vivir en un ambiente hostil, pero no por eso dejan de ser jóvenes. Muy similar a “Noche Real” de Julian Jarrold, trae un tema pesado, un personaje al que relacionamos con los libros de historia, y lo convierte en alguien con quien cualquier adolescente puede identificarse.

El guion de Marian Batavier y Paul Ruven entrelaza de manera muy elegante la amistad de Ana y Hannah en Ámsterdam con escenas de esta última en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Hay un buen balance entre la jovialidad de las protagonistas y los horrores a su alrededor. Similar a lo que hace “El niño con el pijama de rayas”, la perspectiva de las chicas ayuda a atenuar la historia sin dejar de lado lo monstruoso de la situación.

Aiko Beemsterboer y Josephine Arendsen son brillantes como Ana y Hannah, respectivamente. Su naturalidad y química son fundamentales para llevar la historia, sobre todo en el desgarrador acto final, cuando todas las risas y la niñez han quedado atrás. La calma y timidez de Hannah contrastan perfectamente con la osadía y carisma de Ana: uno quiere ser amigo de estas dos inmediatamente

Tal vez el aspecto más reprochable de “Mi mejor amiga, Ana Frank” es que casi cualquiera sabe cómo termina esta historia, pero la película lo compensa con un gran corazón y un acercamiento fresco al tema. Los más cínicos tal vez se quejen del sentimentalismo exagerado, particularmente cuando la historia se acerca al final, pero este relato sobre una amistad femenina honesta y entrañable (algo que definitivamente se debería mostrar más en el cine y la televisión) justifica con creces hasta la última lágrima derramada.

“Mi mejor amiga, Ana Frank” ya se encuentra disponible en Netflix.