Las películas que tienen como eje principal la relación de los animales con los humanos, sin duda son de las más atractivas para las productoras y para mucha audiencia, pues existe un grado de identificación emocional sin precedente, pero cuando los creadores solo quieren forzar y manipular la emoción con tal de gustar encarecidamente como lo hace Stephen Herek con “Perro perdido”, es una gran y triste decepción para un producto que pudo aportar mucho más que lágrimas fáciles.
Fielding (John Berchtold) no la está pasando bien en ningún ámbito de su vida, pero no es hasta que, por un impulso amoroso, se hace amigo de Gonker, un perro con extraordinaria actitud pero con algunos problemas de salud. Un mal día, Gonker escapa y debe ser encontrado de inmediato porque necesita tomar los medicamentos que lo mantienen vivo. Fielding y su familia deben mover cielo, mar y tierra para encontrarlo.
Existe un sorpresivo y efectivo encanto con todas aquellas historias donde se narra el vínculo entre un animal y un humano, sobre todo por la cercanía del día a día. Las películas acerca de esta conexión por lo regular suelen funcionar y más cuando hay honestidad y respeto por el relato, como en “Siempre a tu lado” con Richard Gere y “Umberto D.” de Vittorio De Sica, por nombrar algunos ejemplos. Sin embargo, cuando los productos se hacen con el objetivo de manipular vilmente al espectador, tal como “Perro perdido”, causa hasta coraje.
La película ni siquiera aboga por un título ingenioso o menos literal, como si el equipo de publicidad hubiera visto la película y de lo mala que fue, no pudieron agarrar inspiración de ningún lado. En otro sentido, la cinta busca generar encarecidamente la lágrima fácil al construir situaciones donde todas, absolutamente todas las personas son buenas y apoyan en la búsqueda del cachorro; a la larga, eso provoca desinterés porque nunca existen obstáculos y altibajos en la aventura. El relato se empapa de puras coincidencias narrativas y milagros “inesperados” (de hecho, muy esperados).
El director estadounidense plantea un protagonista joven con complejidades psicológicas interesantes como la depresión causada por el agobiante estrés de no encontrar el camino y no saber qué esperar del futuro personal y laboral. Un chico que, además, tiene una relación paternal fracturada y cuyo único consuelo es Gonker, el perro. Toda esta construcción de personaje es desperdiciada, ya que jamás se profundiza y claramente cae en una irresponsabilidad en el tema de la salud mental al tratar todo con superficialidad y con el discurso de “todo se arregla con un milagro y por obra del amor”.
“Perro perdido” no goza de buenas actuaciones (desaprovechando a un Rob Lowe maduro), ni le tiene respeto a los discursos sobre la salud mental y mucho menos por la construcción de un relato sólido. Sí, es linda, pero para nada encantadora y mucho menos propositiva.
“Perro perdido” ya está disponible en Netflix.