“Una fábula basada en una tragedia real”: Así comienza “Spencer”, la nueva cinta de Pablo Larraín sobre la princesa Diana de Gales. La frase resulta muy apropiada para una obra que, contrario a lo que su título podría dar a entender, se aleja de las convenciones clásicas del biopic para dar paso a una experiencia cinematográfica que usa a Diana Spencer como excusa para explorar temas como la libertad, el privilegio y el costo de la fama.

La historia se desarrolla durante las vacaciones de Navidad de la familia real de Reino Unido, en las que Diana Spencer (Kristen Stewart), en medio de las sofocantes reglas y costumbres que la rodean, se replantea su matrimonio, sus aspiraciones y su destino como Princesa de Gales.

Pablo Larraín es un director que a lo largo de su filmografía ha usado la ficción para analizar hechos y personajes de la vida real. Si bien “No” y “Neruda” son algunas de sus películas más aclamadas, a simple vista podría parecer que “Spencer” se asemeja mucho más a “Jackie”, cinta que usaba la vida de la ex primera dama estadounidense para mostrar la construcción del mito americano de los Kennedy y la falsedad detrás de lo que llamamos “legado”.

Pese a que el estilo visual, la precisión técnica y la naturaleza de los personajes podrían dar a entender que se tratan de películas hermanas, lo cierto es que son dos piezas muy distintas. Mientras que “Jackie” usa la ficción para explorar la creación de una leyenda, “Spencer” usa la leyenda para encontrar la realidad en la ficción. La película juega con nuestras ideas preconcebidas sobre la princesa Diana para tratar de ver quién era esta mujer. 

A diferencia de “Jackie”, en la que la pluma de Noah Oppenheim jugaba muy de cerca con hechos grabados en la conciencia estadounidense (incluso Larraín llegó a usar metraje documental para varias secuencias), el guion de Steven Knight en “Spencer” está mucho más interesado en crear un escenario completamente ficticio en el que los propios prejuicios y posturas del espectador le van dando dimensiones a la historia y van llenando los huecos. 

La vida de Diana era tan pública en varios detalles íntimos, que cuando la película los muestra (como, por ejemplo, sus desórdenes alimenticios) uno se siente mal de saber de antemano que eso pasaba; el espectador se siente avergonzado de ser parte de ese chisme que poco a poco está destruyendo a una mujer que sólo busca ser feliz.

Al igual que “House of Gucci”, “Spencer” juega con la exageración y la farsa para encontrar verdades, y para ello la elección de Kristen Stewart es fundamental. Uno nunca se olvida que está viendo a la actriz interpretar a Diana: cada gesto, cada expresión, cada suspiro es hecho con una acentuación y exageración tal, que la película busca que veas que esta no es la verdadera Diana, sólo una imitación de ella.

Gracias al impecable compromiso de Stewart con esta idea, Larraín nos logra transmitir lo que fue la vida de Diana: un teatro, una idea en la que cada persona proyectaba sus deseos y miedos. La presencia de Stewart, una actriz que igual ha sido parte del cotilleo de la prensa desde muy joven, dota a la película de una capa que va más allá del guion, de una carga extra que cada espectador le dará de acuerdo a su opinión sobre la que alguna vez fue Bella Swan en “Crepúsculo”.

A Stewart se le suma un gran elenco, particularmente Thimothy Spall, que en un diálogo genial y sin un gramo de sarcasmo nos muestra la importancia de la realeza en la cultura británica, y la fabulosa Sally Hawkins, que es la causante de provocar una de las pocas risas genuinas en la cinta.

“Spencer” es una película impecable llena de contradicciones: los vestuarios son hermosos, pero ninguno (fuera del brevemente mostrado vestido de bodas) es de los icónicos atuendos por los que Diana es tan famosa; hay muchísimas escenas sin diálogos, momentos silenciosos que son acompañados por una preciosa y estridente banda sonora de Jonny Greenwood (“The Power of the Dog”) que amenaza con sofocarnos así como la princesa está sofocada en el gran palacio; el guion se niega a revelar sus mensajes explícitamente, pero recurre a metáforas con tan poca sutileza como las de un cuento infantil (faisanes criados sólo para ser asesinados, múltiples imágenes de Ana Bolena como fantasma en el castillo, Stewart comiéndose ávidamente un collar de perlas que le regaló su esposo).

Con esta cinta, Larraín nos ha traído uno de sus trabajos más arriesgados: una pieza que se niega a seguir las expectativas de la audiencia y, en su lugar, la invita a cuestionarse incluso el propósito mismo de hacer una película sobre la princesa Diana. “Spencer” es una obra al mismo tiempo delicada y audaz que, al igual que su protagonista, tiene mucho más que ofrecer de lo que uno pensaría a primera vista.

“Spencer” se estrena en cines de Latinoamérica a partir del 13 de enero bajo la distribución de Diamond Films.