A lo largo de la historia del séptimo arte, ha habido varios directores que han hecho películas sobre el propio cine: algunas en forma de homenaje, como “Hugo” o “La la land”; otros a manera de reflexión de la relación del cine con el espectador, como “Tren de sombras” o “Punto de encuentro”; algunos lo usan como un recurso meta que enriquece la trama principal, “La mujer del teniente francés” o “Clouds of Sils Maria” son ejemplos de esto. En la poderosa “World War III”, el director Houman Seyedi le da una nueva dimensión: lo usa como un recurso para reflexionar sobre la desigualdad social y las injusticias cometidas en su nombre.

Shakib (Mohsen Tanabandeh) es un hombre sin hogar que vive al día con lo poco que gana en intermitentes trabajos de construcción. Aunque ha estado solo desde la muerte de su familia, ha formado un vínculo con Ladan (Mahsa Hejazi), una mujer sorda trabajando en una situación igual de precaria. Por azares del destino, mientras él trabaja en el set de una película sobre la Segunda Guerra Mundial, se le presenta la oportunidad de su vida: le ofrecen, en contra de su voluntad, el papel de Hitler. Sin embargo, un día llega Ladan a su lugar de trabajo a pedirle ayuda. Él decide esconderla, sin imaginar las consecuencias que esto tendrá para ambos.

Todos hemos escuchado historias de directores abusivos que colocan a sus trabajadores en situaciones precarias e injustas en nombre del arte. Fuera de criticar estas actitudes, se habla de dichos directores como personas perfeccionistas, artistas dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias en favor de su obra y cuyos abusos se justifican en nombre de ofrecer al mundo obras maestras. El inteligente guion de “World War III” nos muestra la otra cara de la moneda: cuestiona cómo se puede gastar tanto dinero en una producción mientras hay gente trabajando en ella a la que se le paga miserias, e incluso cómo se permite semejante gasto en países donde hay personas que viven al día.

Mientras que otras obras romantizarían la actitud del productor y director mostrados en esta película, acá se muestra lo que realmente son: personas preocupadas por su ego e intereses propios a las cuales poco les interesa el bienestar físico o emocional de su crew. En un momento muy revelador, Shakib le pide dinero a su productor, a lo cual este responde que ya ha gastado muchísimo en esta película: nuestro protagonista le responde “si ya gastó esa cantidad, ¿por qué le cuesta tanto darme esto?”. La perpetuación de la idea del artista atormentado cuyas acciones son justificables en favor de hacer una gran película es puesta en duda con un sencillo pero eficiente recurso: darle un nombre y cara a los menos favorecidos en la jerarquía cinematográfica.

Obviamente, este elemento narrativo es una alegoría de las injusticias que se viven en múltiples ámbitos sociales, pero al elegir la grabación de una película como su escenario, Seyedi le da una interesante capa de autocrítica a su trabajo, lo cual lo ayuda a diferenciarse de otros dramas de temática similar. 

El uso de la Segunda Guerra Mundial como contexto también le da una capa macabra a la explotación ocurrida en el set: en una de las muchas escenas desesperantes, se obliga repentinamente a los trabajadores a vestirse con uniformes de prisioneros del campo de concentración; en una claustrofóbica secuencia, la cámara los sigue hasta llegar a las duchas: los desnudan y hacen pasar al cuarto donde les espera su destino final, mientras los hombres gritan, desesperados por salir. Cuando cortan la escena tanto el espectador como los personajes salen del trance y uno tiene que espabilarse para recordar dónde está. El ejercicio es tan cruel para los trabajadores que uno no puede evitar indignarse ante él.

Además de este contexto, la historia está llena de giros inesperados, enriquecidos por situaciones en las cuales la vida de Shakib y la realidad de la película que está grabando se mezclan de manera inesperada, por ejemplo, el tener que esconder a Ladan como si se tratase de una refugiada a punto de ser atrapada por el enemigo. Todo esto da como resultado una atrapante trama con momentos tan impactantes como desgarradores cuyo inesperado desenlace te deja boquiabierto.

Además de la dirección de Seyedi, destacan la fotografía de Payman Shadmanfar y el diseño de producción de Mohesn Nasrolahi: los tensos planos sostenidos del primero se ven ampliamente enriquecidos por las bellas recreaciones, cuya precisión hace olvidar al espectador que se trata de un set. A ellos se suma la gran actuación de Mohsen Tanabandeh: su actitud sumisa y temerosa puede ser exasperante a ratos, pero su evolución resulta en un muy gratificante arco de personaje.

“World War III” es de esas películas de las que se puede hablar horas y horas por las distintas capas narrativas mediante las cuales aborda su conflicto central, sin nunca dejar de lado su trama. Como las mejores historias, a veces es difícil saber a dónde se dirige, pero cuando llega al final todas las piezas caen en su lugar y le dan a la audiencia una experiencia rica que la deja pensando por un largo tiempo.

“World War III” se presentó en el Festival Internacional de Cine de Venecia 2022 en la sección “Horizontes”.

Imagen de portada cortesía de THE PR FACTORY.