Es increíble la audacia de muchos directores para seguir perpetuando clichés y visiones arcaicas con respecto a la idiosincrasia de un país como el caso del cineasta Adrian Grunberg, quien dirige Demonio negro, una película con deficientes actuaciones, carente de emociones, y que impregna el discurso de que a México no lo salva nadie más que los hombres blancos estadounidenses.
Paul Sturges (Josh Lucas) viaja junto a su esposa Inés (Fernanda Urrejola) y sus dos hijos a Bahía Azul, una playa al norte de México. El viaje no es precisamente para divertirse y descansar, sino para trabajar, pues Sturges debe revisar una plataforma petrolera que ha presentado problemas durante mucho tiempo. Cuando llega se percata que la estructura ha tirado miles de litros de crudo, debido al constante ataque de un megalodón conocido como el Demonio negro. Paul ya no debe preocuparse por arreglar el asunto, sino en salvar a su familia del peligro de aquel ser misterioso.
Grunberg (Atrapen al gringo) pinta a un México desvalijado y sumido en la delincuencia y a gran parte de sus habitantes como seres violentos e irracionales. Estas características las contrasta con los atributos de su personaje principal: un héroe blanco estadounidense paciente, buena onda, asertivo y con dotes de salvador, quien está presente en el país para resolver un problema que los oriundos ni siquiera tienen idea de cómo solucionar. Josh Lucas (La purga por siempre) interpreta a un personaje condescendiente con la población de la comunidad, valiente y capaz cual superhéroe ante las circunstancias de vida o muerte y que está dispuesto a sacrificarse con tal de ayudar a su familia, sin importar si debe golpear con su puño a un tiburón de más de 18 de metros de longitud, que dicho sea de paso, nunca se siente como una amenaza real.
Por otro lado, los efectos visuales y la fotografía de Antonio Riestra (Mamá) son de tan deficiente calidad y detallado que sin duda parece que el espectador está viendo una de aquellas películas de serie B que pasaban en el Canal 5 un viernes por la noche con otros tiburones y cocodrilos como antagonistas principales. Además, la edición de Sam Baixauli y V. Manu Medina plastifica aún más las secuencias, en especial las de suspenso y acción, puesto que no tienen un ritmo orgánico y hasta se desfasan las reacciones de los personajes con su alrededor.
La película no tiene nada a su favor. El desarrollo de personajes es nulo; las actuaciones son estereotípicas y sin aprovechamiento dramático; los efectos visuales están muy mal trabajados, al grado que el tiburón aumenta y disminuye su tamaño de escena en escena; los discursos son xenófobos, pues retratan a México de la manera más mezquina posible; la narrativa es convencional y no logra desarrollar con claridad el drama ni el suspenso. No hay corazón, no hay alma, no hay prácticamente nada.
Es sorprendente que Demonio negro haya llegado a cines. Es entretenimiento vacío, carente de ideas y con un apartado técnico muy descuidado. Esta película intenta retratar una leyenda mexicana, pero lo hace desde una visión totalmente americana en la que repite otra vez todos los estereotipos que la industria hollywoodense ha propagado año con año sobre cómo es y cómo luce México.
“Demonio negro” ya está disponible en cines.