El director Pablo Larraín (Spencer) lleva casi diez años entregándonos biopics alejados de las convenciones del género, donde explora tanto figuras históricas como sus ideas más íntimas alrededor de dichos personajes. El Conde, su más reciente película, retrata desde la sátira a una figura que de una u otra forma siempre ha estado presente en su cine, una sombra dolorosa e importante tanto para el realizador como para la historia de Chile: el dictador Augusto Pinochet.

En El Conde descubrimos que Pinochet (Jaime Vadell) es en realidad un vampiro que fingió su muerte tras cansarse de ser llamado un ladrón y un embustero por el pueblo de Chile. En la actualidad está deprimido, vive tranquilamente en una casa de campo acompañado de su esposa Lucía (Gloria Münchmeyer) y su fiel sirviente Fyodor (Alfredo Castro). El conde desea morir, pero sus hijos no lo dejarán ir tan fácil, pues todos desean una parte del gran botín que acumuló durante su gobierno. Toda la situación se complica para la familia Pinochet cuando aparece Carmen (Paula Luchsinger), una monja católica disfrazada con intenciones misteriosas.

El guion, escrito por Larraín y Guillermo Calderón (coguionista recurrente del director), bombardea al espectador con muchas ideas e información desde los primeros minutos de la cinta, e inclusive añade más conceptos cuando entramos al tercer acto. Esto le da a la película un ritmo inconstante, pues el planteamiento inicial es interesante, pero la historia se estanca durante el segundo acto por todas estas temáticas que abruman constantemente a la audiencia, sobre todo porque varias de ellas no aterrizan de la forma correcta. El tramo final logra recuperarse gracias a un par de giros sorpresivos y bastante divertidos. 

Una de las ideas mejor desarrolladas en la película es la relación iglesia-estado entre las autoridades católicas y los gobiernos (ya sean totalitarios o no). Esto está plasmado en el personaje de Paula Luchsinger (Ema), una monja católica con una doble misión por parte de sus superiores: quitarle todos sus bienes monetarios a Pinochet y asesinarlo. Si bien al inicio podemos ver cómo trata de cumplir su cometido (con la bendición de la familia del vampiro) poco a poco se ve seducida por el conde. De esta forma vemos cómo la iglesia llega a trabajar en conjunto con los regímenes totalitarios, a compartir sus ideas y amalgamarse con ellas.

Por otro lado, uno de los planteamientos que no terminan de cuajar es la presencia de cierto personaje histórico. El momento de su aparición se da en el tercer acto, muy cerca del final de la cinta, y sirve para reflejar cómo las dictaduras latinoamericanas fueron un producto del intervencionismo e intereses de las grandes potencias extranjeras. Desgraciadamente, esto puede resultar confuso para los espectadores si no tienen mucho contexto sobre la historia de Latinoamérica (personalmente, puedo decir que vi la película dos veces, la primera de ellas sin conocer el marco referencial de la dictadura chilena, y definitivamente es más disfrutable si uno entiende la situación); la cinta puede llegar a ser poco accesible y confusa para los espectadores casuales, pues Larraín asume mucho del público y cae ligeramente en la soberbia. 

Jaime Vadell (Neruda) hace un gran trabajo interpretando a este vampiro decadente y arruinado. Mucha de su actuación recae en lo físico: se ve débil, le cuesta trabajo caminar y llegar de un punto a otro de la habitación, sus piernas y sus brazos tiemblan con cada movimiento de la andadera y podemos notar el alivio que siente cuando consigue sentarse y contener el aliento un rato. Alfredo Castro (Museo) también destaca mucho como Fyodor, una especie de Renfield ruso violento y anticomunista; las conversaciones de ambos personajes son divertidas, llenas de un humor negro bastante crudo y con diálogos que nos llevan a algunos de los momentos más violentos y oscuros de la historia chilena.

El vampiro de Larraín funciona más como metáfora, pues en realidad no opera bajo las mismas reglas que los chupasangre habituales del cine: no se ve afectado por la luz del sol o los elementos judeocristianos y tampoco necesita autorización para poder entrar a un edificio. De igual forma no bebe sangre como tal, en su lugar devora los corazones de sus víctimas. Todo esto refuerza la idea de Pinochet como un monstruo, un asesino, pero no uno mitológico: él era real, de carne y hueso, y el director usa la sátira para llevar lo despiadado de este hombre a una encarnación física.

Teniendo en cuenta esta idea de Pinochet vampiro, Larraín dirige los apartados técnicos de la película hacia las formas y los códigos del cine de monstruos de Universal de los años 30, fuertemente inspirado en el expresionismo alemán. La fotografía en blanco y negro de Edward Lachman (Carol) transforma los claroscuros de la casa y del búnker subterráneo del exdictador en un antiguo castillo europeo lleno de corredores y mazmorras. Lo mismo podemos decir de los sets diseñados por Óscar Ríos Quiroz: la casa de Pincohet luce pequeña por fuera, pero en el interior es enorme, elegante y decadente (un reflejo del propio protagonista) mientras el búnker debajo de la propiedad simula un laberinto. Todo esto refuerza las ideas de Larraín y Calderón: las intenciones de sus personajes están ocultas en esos claroscuros y los personajes vagan a trompicones por los corredores laberínticos, se traicionan y tienen agendas secretas.

El Conde termina con un mensaje sutil pero alarmante: Larraín y Calderón nos advierten sobre el crecimiento de nuevos regímenes totalitarios, de nuevas dictaduras surgidas de la naturaleza cíclica del ser humano. Las ideas más destructivas y peligrosas están dormidas en un letargo del que comienzan a despertar. Todos los temas de la película son importantes y es necesario discutirlos, nos dan pie a tomar acciones para no repetir muchos de los errores del pasado, pero muchas veces estos conceptos terminan ahogando al espectador en la propia ambición de su director.

“El Conde” ganó el premio a Mejor Guion en el Festival Internacional de Cine de Venecia 2023 y ya se encuentra disponible en Netflix.