El true crime, más que un medio de información, se ha vuelto una forma de entretenimiento. Netflix se ha apoderado de este formato y no lo dejará porque sabe de las enormes ganancias que genera. Sin embargo, hay ejemplos de buena investigación como “Las tres muertes de Marisela Escobedo”, documental que resalta por la cercanía y la empatía hacia Escobedo, pero también existen otros que solo usan los hechos como un método para explotar tragedias y venderlas al morbo; este es el caso de “El mochilero del hacha” o “The Hatchet Wielding Hitchhiker”, de Colette Camden, que expone el ascenso y descenso a la fama de Caleb “Kai” McGillivary, un indigente que salvó la vida de una persona al golpear al victimario con un hacha y que tres meses después fue enjuiciado por el asesinato de un hombre. 

La cinta inicia con las entrevistas al reportero Jessob Reisbeck y el camarógrafo Terry Woods, quienes cubrieron la primera aparición de Kai, un chico que viajaba por todo Estados Unidos como mochilero y que acababa de convertirse en héroe; posteriormente suben la cápsula a YouTube y de la noche a la mañana resulta ser un éxito viral, al grado de tener memes y ediciones musicales. En apenas 10 minutos, la cinta muestra la avaricia y ambición de Jessob, Terry y otras personas aquí entrevistadas, todas en búsqueda de más rating y fama a costa de Kai. 

Tras una búsqueda exhaustiva por encontrarlo para hacerlo famoso, Kai llega a Hollywood pero no coopera con los agentes y se comporta de manera indecente: se orina en el Paseo de la Fama, se embriaga a los 10 minutos de llegar a su hotel y nuevamente se orina, pero esta vez en un letrero de Jimmy Kimmel, quien lo iba a entrevistar horas después. Tal vez estas personas lo miraban como un chico extravagante, pero en realidad son comportamientos atípicos de una persona con salud mental.

Lastimosamente no sabemos mucha información sobre Kai y su vida antes de la fama: no se resalta su infancia, la relación con su familia o algún otro historial que pueda dar indicio de su comportamiento errático y su consecuente juicio y encarcelación. Las pocas personas que podrían haber hablado un poco sobre su salud mental son su madre y su primo, quienes aparecen en la última media hora y solo por un par de minutos, y es completamente absurdo que los reporteros y agentes tengan más tiempo en pantalla que ellos: un claro sesgo entre los puntos de vista.

El sensacionalismo es el motor de este documental e irónicamente no se habla del mochilero, sino de las personas que lo vendieron en su momento, solo que ahora Netflix lo está haciendo a 10 años de la noticia. La cinta expone estos comportamientos y no sabremos si lo hizo con intención de justificar o demonizar a los involucrados, pero por su ambigüedad solo cae en la explotación; siempre se hablaba de lo caótico que era Kai, pero su “originalidad” era lo que opacaba toda duda o cuestionamiento sobre él, y básicamente eso es el documental: una constante repetición de esa opinión.

“El mochilero del hacha” es un producto meramente genérico y no resalta entre toda la lluvia de contenido de true crime de los últimos años, de hecho no creo considerarlo dentro del subgénero, pues se habla del crimen hasta los últimos 20 minutos. Así como Jordan Peele lo acaba de demostrar con “¡Nop!”, el espectáculo es el pan de cada día para los oportunistas y nunca morirá por la demanda del morbo, y por culpa del consumidor que solo busca emocionarse y no cuestionarse sobre el contenido, sin importar que tenga o no la información completa.

“El mochilero del hacha” ya está disponible en Netflix.