Ver “La herencia”, del director Vaughn Stein, es como tratar de recordar un sueño vagamente entretenido: hay momentos interesantes y puedes recordar por qué te llamó la atención, pero hay muchos detalles de más y varias cosas carecen de sentido. Pese a intentar ser un thriller inteligente sobre la moralidad y el poder, el producto final se queda corto en sus ambiciones, gracias principalmente a la incoherencia de su guion y a un ritmo atropellado que trata de cerrar todo en los últimos 20 minutos.

Lauren (Lily Collins) es una mujer que siempre ha tratado de alejarse del privilegio de su familia rica: como fiscal se dedica a poner tras las rejas a los corruptos y poderosos. Sin embargo, cuando su padre (Patrick Warburton) muere, le deja como curiosa herencia un sobre con información confidencial: en el jardín de su casa hay un búnker secreto. Cuando Lauren lo abre, encuentra a un hombre encadenado (Simon Pegg) en un estado deplorable. Éste dice llevar injustamente encerrado más de 30 años a causa de su padre, pero ¿lo dejará Lauren libre a costa de la reputación de su familia?

El principal problema es la gran cantidad de temas que la película trata de abarcar sin jamás desarrollar ninguno: además del dilema moral de Lauren tenemos la relación con su padre, el duelo de su madre, la carrera política de su hermano (la cual no lleva a ninguna parte), la adición de un personaje secundario sin incidencia en el resto de la trama y un caso supuestamente muy importante que la protagonista debe ganar. Todos estos elementos, así como la película en sí, son inconsecuentes, nada tiene pies ni cabeza y solo está metido para dar la ilusión de que algo pasa en pantalla.

Sumado a esto tenemos varias decisiones terribles cuyo efecto es más el de la comedia involuntaria y no el de un thriller, como un gracioso antifaz usado por Lauren para no ser descubierta por el prisionero, o la ridícula (e igual inexplicable) obsesión de éste con el pay de limón. Stein parece confundir desarrollo con caracterización, y les da a sus personajes elementos memorables pero totalmente fuera de lugar respecto a la historia.

Es complicado explicar qué sí se siente en orden en esta trama: la premisa en sí misma carece de sentido, ¿por qué un hombre dejaría a su hija un video críptico diciéndole sobre la existencia de un búnker en el jardín sin explicarle nada? El padre de Lauren solo le dice que ella es la correcta para esta misión, pero sí vivió 30 años con el prisionero, ¿cómo no le dice a su hija quién es y la razón de su encierro? ¿Qué hace a Lauren la indicada si no le da ninguna herramienta?

Las acciones de la heroína posteriormente no ayudan en nada, pues varían de acuerdo a la conveniencia de la trama. Lily Collins es una actriz muy carismática, pero su habilidad varía de papel a papel. Lo podemos ver claramente en dos proyectos de Netflix: su gran entrega y desgarrador retrato de la anorexia en “To the Bone” es tan conmovedora como desesperantemente insoportable lo es su infame heroína en “Emily in Paris”. En este caso, el guion no le da mucho y además ella no resulta creíble como una abogada entregada a la justicia. Los cambios de personalidad son extremadamente abruptos y Collins no ayuda a venderlos.

Simon Pegg está en uno de esos papeles vistosos en los cuales un actor “actúa mucho”, a la Mark Rylance en “Bones and All” y Stanley Tucci en “The Lovely Bones”, pero esto perjudica el producto final, pues es tan incómodamente raro que uno jamás cree en su inocencia, lo cual hace más incoherente la premisa y las acciones de Lauren.

Con tantas opciones para ver un fin de semana en cuanto a suspenso respecta, “La herencia” no solo es del montón, sino un mal collage de muchos mejores trabajos: carece de sorpresas, le sobra muchísimo tiempo y sus giros son risibles (sobre todo uno de último minuto tan gratuito que te hará girar los ojos). Esta es una de esas herencias que es mejor rechazar.

“La herencia” ya se encuentra disponible en Netflix.