En este mundo en crisis, azotado por tantos conflictos políticos, Oppenheimer de Christopher Nolan es un arrollador recordatorio de la fragilidad en la que vivimos y el control total que los gobiernos ejercen sobre nuestro destino. Es más que un filme biográfico sobre el padre de la bomba atómica: es también un denso thriller épico histórico sobre ciencia, moralidad y destrucción que no está interesado en emocionar, sino en estudiar las maquinaciones políticas y juegos de poder que nos han acercado a una catástrofe nuclear.
Fiel a su estilo y alejado de cualquier linealidad, Nolan explora la historia de J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy) a través de tres líneas de tiempo frenéticamente intercaladas, casi a manera de una matrioshka. El grueso del filme trata sobre la vida y carrera del físico, desde sus estudios en Europa hasta su dirección del Laboratorio Los Álamos durante la Segunda Guerra Mundial; pero Nolan va y viene entre dichos acontecimientos y una auditoría en 1954 durante la cual Oppenheimer fue investigado como espía comunista. Estas secciones son a todo color y representan la experiencia subjetiva del protagonista, mientras que la tercera línea del tiempo, filmada en blanco y negro, nos muestra una investigación de la ya mencionada auditoría en relación al político Lewis Strauss (Robert Downey Jr.).
Christoher Nolan ama el concepto del tiempo y aquí lo manifiesta en distintos niveles. Además del ya mencionado juego entre líneas temporales relacionadas a la vida de Oppenheimer, existe un sentido de urgencia que persigue a nuestro protagonista y sus compañeros científicos, pues su trabajo en el Proyecto Manhattan es una carrera armamentista contra los nazis.
Lo anterior es reflejado de excelente manera por los aspectos técnicos de la película. La edición de Jennifer Lame (Tenet) no te deja respirar, pues va de un acontecimiento a otro, como imitando la prisa de los científicos por ganar la guerra. Asimismo, Ludwig Göransson (Black Panther: Wakanda Forever) crea un score que representa musicalmente una cuenta regresiva: es frío, tenso y, cuando llega el momento de aumentar la intensidad, es absolutamente sobrecogedor (en particular en sala IMAX); Göransson es clave en la inmersión a los conflictos personales e históricos que ocurren en pantalla.
Es tan asombroso como perturbador el hecho de que los temas de la película y las preocupaciones de Oppenheimer siguen siendo vigentes. Así como recientemente dependimos de avances científicos para volver a sentir seguridad tras la cuarentena y poder vencer al COVID-19, también es cierto que un ataque nuclear podría cambiar radicalmente el destino del planeta. Estamos ante la merced de la ciencia. Oppenheimer juega con estas ideas filosóficas de manera fascinante, pues tenemos a un grupo de personajes 100% apasionados que quieren ver el fruto de sus esfuerzos científicos pero que también le temen a las consecuencias de los mismos.
Si estás ayudando a tu país y avanzando en la ciencia, ¿es moralmente correcto crear un arma de destrucción masiva? Oppenheimer quiere acabar con la guerra pero paulatinamente se da cuenta de que su trabajo podría ocasionar el fin del mundo y que, a pesar de ser el maestro de la orquesta, en realidad no es más que un títere sometido a las órdenes y deseos de un poder político más grande. Todo esto le añade un grado de moralidad cada vez más grande a sus acciones. Cuando la noticia llega de que Alemania se rindió y los japoneses están muy debilitados, la complejidad moral incrementa exponencialmente y con ello la emoción de un logro científico se convierte en miedo y luego en remordimiento.
Y es después de la noticia de que Hiroshima y Nagasaki han sido bombardeadas que Christopher Nolan nos regala una de las secuencias más memorables de su filmografía entera, una en donde utiliza al terror para crear una magistral yuxtaposición narrativa del acontecimiento histórico. Vemos la ignorancia del patriotismo celebratorio contra un creador finalmente comprendiendo las escalofriantes consecuencias de sus actos. El uso del sonido es particularmente estremecedor como herramienta para representar el conflicto interno de Oppenheimer. Tal vez la secuencia de la explosión sea la más publicitada, pero es aquí en donde el boleto de sala IMAX en verdad se paga solo.

Cillian Murphy (Inception) despliega la frialdad inherente de una historia así, pero también una combinación de la arrogancia propia de un científico genio y la fragilidad, cada vez mayor, de un ser humano que ha puesto en jaque al mundo entero. Un espectacular elenco lo acompaña y aunque por momentos distrae ver tal desfile de estrellas, la calidad es tal que rápidamente te sumerges de nuevo en la historia. Gary Oldman (Mank) y Rami Malek (Sin tiempo para morir) son fenomenales con escasos minutos en pantalla, mientras que un excelente Matt Damon (Air) vuelve a demostrar, por segunda vez en el año, su magnetismo en pantalla, esta vez como un teniente y director del Proyecto Manhattan. Robert Downey Jr. (Iron Man) nos da una actuación sólida pero Alden Ehrenreich (Han Solo) se lo come entero cada vez que comparten cuadro. Como Albert Einstein, Tom Conti también dejará su marca en ti: su aparición en el tercer acto te pone la piel chinita.
Una crítica constante al cine de Nolan es su pobre exploración de personajes femeninos y aunque Oppenheimer es una mejora considerable en este aspecto, no deja de ser una gran debilidad del filme. Florence Pugh (El prodigio) y Emily Blunt (Jungle Cruise) interpretan a los intereses románticos del protagonista, sin embargo, a pesar de su soberbio trabajo actoral, el manejo de sus personajes es apresurado y deficiente. Además de este fallo, el ritmo de la película es, por momentos, demasiado denso y algunos diálogos no son del todo convincentes.
Hace unas semanas Sam Altman, CEO de OpenAI (creadores de ChatGPT), lideró un comunicado en el cual advierte que la Inteligencia Artificial plantea un “riesgo de extinción humana”. Tenemos a un hombre que después de desatar una invención potencialmente peligrosa en el mundo, busca mitigar las consecuencias del mismo. Tal vez fue hasta que tuvo los datos duros frente a él que logró comprender la magnitud de la amenaza; ahora pide apoyo para detener el rápido avance de la IA, pero no se atreve a hacerlo él mismo. Esta noción es la misma que, con ayuda de un gran apartado técnico y actoral, Christopher Nolan desarrolla de manera altamente efectiva en Oppenheimer, una película fría y calculadora, le podríamos llamar científica, sobre un hombre que perdió el control de su invento debido al miedo, un sentimiento que reina a lo largo de los 180 minutos de duración porque es el combustible que motiva, que ciega y que condena. Es una moneda de manipulación con la cual los más poderosos juegan a ser dioses, y nosotros, los mortales, podríamos sufrir las consecuencias.
“Oppenheimer” se estrena en cines el 21 de julio. Imagen de portada cortesía de Universal Pictures.
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