Por décadas se ha dicho que la novela posmodernista “White Noise”, o “Ruido de fondo”, de Don DeLillo, es inadaptable en el cine. Es por ello que debemos encomendar el ambicioso intento de Noah Baumbach (“Marriage Story”) por salirse de su zona de confort y darle vida cinematográfica a la peculiar prosa de DeLillo en forma de esta rara y fascinante sátira sobre consumismo, muerte, religión y educación académica que muchas veces parece carecer de explicación alguna.
Jack Gladney (Adam Driver) es un profesor experto en Hitlerología que lleva una vida tranquila junto a su esposa Babette (Greta Gerwig) y sus cuatro hijos, entre los que destacan el erudito Heinrich (Sam Nivola) y la preocupona Denise (Raffey Cassidy). Pero su convencional cotidianidad comienza a disiparse poco a poco: primero aparecen charlas en la cama sobre “quién debería morir primero” y después se hace evidente que Babette, quien parece tener extraños problemas de memoria, está consumiendo un misterioso fármaco a escondidas. Pero su normalidad se termina de romper completamente cuando un gran choque provoca una catástrofe ambiental, misma que obliga a la familia a evacuar su casa y el pueblo junto a miles de personas.
Dividida en tres partes, “Ruido de fondo” ofrece una cascada de sensaciones y temas dentro de los cuáles destaca el miedo a la muerte y los mecanismos que utilizamos para apartar nuestra mente de ello. Cuando el “evento tóxico” inicia, Jack utiliza la negación para intentar proveer seguridad pero el “no hay nada de qué preocuparse” rápidamente se vuelve obsoleto; en esa misma secuencia, Jack utiliza a la cena como excusa para distraer su mente del prospecto de que su vida podría estar en peligro.
Más tarde, después de atravesar una serie de caóticos escenarios que los acercan a la muerte (en la secuencia involucrando un río), nuestros protagonistas encuentran a cientos de carros atorados en el tráfico, e integrarse a esa larga línea de conductores los regresa a la tranquilidad. Tal vez esto venga de mi personalidad insegura, pero ¿apoco no es reconfortante hacer algo que muchas otras personas están haciendo? Es sentirse seguro de que vas por buen camino, que estás haciendo algo bien. Al humano le gusta sentir esa paz de ver a otros haciendo lo mismo.
Esta idea de orden se manifiesta durante las escenas del supermercado, un lugar que, llevado a la vida a través de un excelente diseño de producción, es muy importante en “Ruido de fondo”. No es coincidencia que ese el primer lugar que vemos en la tercera parte, dedicada al intento de regresar a la normalidad tras el evento tóxico. La historia juega con la idea del consumismo como herramienta para distraernos de nuestros miedos y ansiedades, y el supermercado es el símbolo por excelencia del capitalismo: en sus siempre ordenados y limpios pasillos podemos encontrar cierta tranquilidad y hasta familiaridad, así como todas las necesidades para completar nuestras vidas. ¿Qué dice de nuestra sociedad que este recinto plástico y materialista se puede asociar a tales sentimientos? La gloriosa escena de los créditos, al ritmo de “new body rhumba” de LCD Soundsystem, parece sugerir que es inevitable escapar de este mundo turboconsumista, así que lo mejor que podemos hacer es estar conscientes de ello y divertirnos mientras sucumbimos a él.
Baumbach (a través de las palabras de DeLillo) utiliza principalmente humor negro y socarrón para explorar todas estas ideas y dinámicas, pero también hay bienvenidas pinceladas de terror que el director ejecuta con gran efectividad (me despertó el apetito por verlo incursionar en un proyecto de dicho género).
Todos los personajes son pomposos y hablan de manera artificial; y la película en general no parece estarse tomando en serio. La fotografía de Lol Crawley utiliza tanto su paleta de colores como sus encuadres para darle energía a las tomas y así mantener con vida la vibra exagerada y juguetona que permea en la narrativa; para ello recibe mucho apoyo de la frenética edición de Matthew Hannam y de los bombásticos escenarios ochenteros de Jess Gonchor (diseñador de producción) y Claire Kaufman (decoradora de set).
La primera parte propone fascinantes conceptos que la segunda explora en forma de una tensa, divertida e impredecible especie de disaster film, sin embargo es en la tercera parte cuando el guion de Baumbach finalmente sucumbe ante el peso de tan extravagante historia. Aunque las destacadas actuaciones de Adam Driver (“El último duelo”) y Greta Gerwig (“Frances Ha”) te alientan a seguir viendo, el intento de juntar todos los temas rumbo a una conclusión satisfactoria se queda en eso, un intento mermado por lo poco interesante que resulta ser el matrimonio de los Gladney, el olvido de algunos tópicos (como el académico) y el cansancio generado por la locura narrativa en despliegue.
Al igual que los personajes de esta historia, el ser humano normalmente utiliza algún ruido de fondo para evitar estar con sus propios pensamientos. Algunas personas escuchan música mientras se bañan, otras ponen alguna serie mientras se quedan dormidos: ese ruido de fondo, que suele incluir de manera orgánica algún aspecto de consumismo, ayuda a erradicar al silencio y así apartar cualquier pensamiento sobre nuestra inevitable muerte. “Ruido de fondo” es una película extravagante, a veces divertida, a veces insoportable, que busca crear una reflexión alrededor de esa necesidad de distracción; Baumbach y DeLillo nos alientan a aprender a vivir con nuestros silencios y pensamientos para poder poner mayor atención a los grandes y pequeños placeres de la vida, desde una cena familiar en paz hasta un momento amoroso en un convento hospitalario.
“Ruido de fondo” o “White Noise” se estrena el 30 de diciembre en Netflix.