Diego Armando Maradona llegó a jugar al S.S.C. Napoli en 1984. Hizo campeón al equipo, consolidó su leyenda como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos y se convirtió en un Dios para el pueblo napolitano. También, de manera directa o indirecta, le cambió la vida a muchas personas. Una de ellas fue el cineasta Paolo Sorrentino, quien creció en Nápoles durante este suceso histórico y utiliza su nuevo filme “Fue la mano de Dios”, un coming-of-age autobiográfico, para explorar esta relación metafórica en su vida.

Filippo Scotti interpreta al alter ego de Sorrentino, aquí llamado Fabietto. Es un adolescente tímido cuya vida y la de su familia, parece ser regida por la expectativa de la llegada de Maradona a la ciudad. Hay charlas comparando al sexo con la posibilidad de El Diego jugando en el Napoli; el tío Alfredo (un excepcional Renato Carpentieri) amenaza con suicidarse si los rumores no se cumplen; y cuando Fabietto tiene un ataque de pánico, su hermano Marchino (Marlon Joubert) le invita a pensar en la figura argentina para calmarse. Pero cuando finalmente Maradona llega al sur de Italia y la felicidad se apodera de Fabietto, un suceso cambia radicalmente su vida.

Como si fuera un reñido partido de fútbol, “Fue la mano de Dios” es una película de dos mitades. En la primera, Sorrentino nos presenta la alegría de la familia y la juventud; contemplamos a hermanos hablando sobre las curvas de la tía Patrizia (Luisa Ranieri) en la intimidad de su cuarto; experimentamos manifestaciones de amor y conflicto entre mamá (Teresa Saponangelo) y papá (Toni Servillo); encuentros vecinales, bromas pesadas (y muy graciosas); y una memorable comida familiar al aire libre que además de proporcionar risas, es una ventana a la vida de Fabietto y a conocer la personalidad de sus seres queridos. Estas experiencias son retratadas a través de un lente de ensueño; intensos verdes y azules abundan en la paleta de colores, mientras que paisajes y apariencias lucen inmaculadas. 

Con ayuda de la química de su elenco y soberbias actuaciones de Saponangelo, Servillo, Carpentieri y Joubert, el director captura el amor de una familia, preparando así el campo para una segunda mitad más filosófica. Y es que después del incidente, el filme redirige su tonalidad hacia la introspección. Aunque Maradona se convierte en una especie de salvador, la pasión por el fútbol de Fabietto es reemplazada por las ganas de hacer cine. Sus sueños de convertirse en director se intensifican porque las ficciones son la solución ideal a su predicamento: representan un lugar de refugio alejado de su actual e insoportable realidad. 

El personaje de Fabietto, introvertido e inexpresivo, es como un cuaderno en blanco que paulatinamente se va llenando de experiencias e inspiraciones. A lo largo del filme, vemos al joven constantemente fracasar en sus intentos por ver un VHS de “Once Upon a Time in America”. Sorrentino parece sugerir que, más allá de devorar películas en su juventud, fueron las vivencias plasmadas en ese cuaderno en blanco las que ayudaron a forjar su lenguaje artístico. Esta representación tiene su precio, pues por momentos esa frialdad distante del personaje genera una alienación hacia las acciones del joven.

Muy a su estilo, Sorrentino utiliza fotografía deslumbrante, movimientos dinámicos y humor irónico para darle espectacularidad a su juventud, pero también se rehúsa a apegarse a una narrativa clara o directa. Hay un marcado juego con el espacio y el tiempo; hay una diversidad de escenas con cualidades carnavalescas y no todas funcionan al 100% ni tampoco están unidas con el nudo más convincente, pero es en ellas donde observamos el poder de los recuerdos. El detenimiento en detalles, aparentemente aleatorios, que quedaron adheridos a la memoria del director le dan textura al filme entero.

La película presenta comentarios y visiones reductivas o hasta ofensivas de ciertos personajes, como la tía Patrizia o Aldo, personaje que utiliza una electrolaringe para poder hablar, pero debemos recordar que lo hace desde la perspectiva de un adolescente todavía inmaduro, en medio de una chorcha familiar y en una época definida. Sin embargo, hay una multitud de momentos que definitivamente provocan incomodidad y dan la impresión de que el director no tiene ganas de cambiar ciertas visiones de su pasado.

Sorrentino no nos muestra el camino más claro de su origen como cineasta, cambia demasiado de tono e incluso te deja una sensación inconclusa con respecto a muchos de sus personajes, pero en “Fue la mano de Dios” nos ofrece una hermosa y poética terapia cinematográfica, un carnavalesco álbum de recuerdos en donde el director reclama la alegría de su juventud y crea reflexiones el poder de un acontecimiento para transformar toda una vida.

“Fue la mano de Dios” ya se encuentra disponible en Netflix.