La disparidad entre guión y dirección de “La diosa del asfalto” no podría ser más grande. La historia, escrita por Inés Morales, busca un empoderamiento femenino pero la dirección de Julián Hernández hace todo lo posible por arruinarla.
Tras obtener modesto éxito en el mundo del rock, Max (Ximena Romo) regresa a su barrio para ofrecer un concierto. Sin embargo, aquí se enfrenta a memorias crueles del pasado, reforzadas por un enfrentamiento con su examiga Ramira (Mabel Cadena), quien acaba de salir de la cárcel y busca venganza.
Tras un incidente entre Max y Ramira, la película viaja 10 años al pasado para explicar su relación, así como el entorno que las llevó a transformarse. Aquí, “La diosa del asfalto” nos muestra a un grupo de amigas que viven en condiciones precarias y bajo la merced del abuso masculino. Max huye de un hogar violento, Ramira recibe burlas por su preferencia sexual, Sonia (Samantha Orozco) es acosada por su padrastro, Guama (Alejandra Herrera) acaba en el hospital cuando se niega a tener sexo con un hombre.
La película intenta ser una fuerza empoderadora en donde las mujeres se unen para sobrellevar los obstáculos de su entorno. A través de su amistad se desahogan de los abusos y juntas cobran venganza de las actitudes misóginas de hombres de su comunidad.

El guión de Inés Morales es exagerado y nunca logra enfocarse en una de sus múltiples narrativas; su historia está repleta de conflictos melodramáticos, pero a ninguno se le da el desarrollo necesario para elevar a la película. Morales logra establecer el lazo de hermandad entre las protagonistas, por lo menos en algunas escenas, solo para más tarde recurrir a desarrollos que niegan sus propias intenciones.
Lamentablemente Julián Hernández no hace nada para elevar la historia. Más bien sabotea la película entera y la convierte en una telenovela de dos horas. Escenas que deberían centrarse en las palabras de una actriz para crear sentimiento son arruinadas por una pobre aproximación y peor mezcla de música y fotografía.
El director no sabe cómo tratar escenas así que recurre a caóticos movimientos de cámara para intentar inyectar drama y en todas, hace un desastre. Y cuando digo “caótico”, no es exageración. Literalmente parece que el camarógrafo está borracho porque no para de moverse. Siempre está dando vueltas, abusa del zoom, panea con locura y no deja respirar al filme. Al hacer esto, Hernández le está quitando el enfoque a la historia. Por ejemplo, cuando una mujer está apunto de ser violada por un policía, hay cortes sin sentido y exagerados movimientos de cámara que en vez de condenar las acciones de los sujetos, hacen de la escena un espectáculo. Esto se repite a lo largo de toda la película. Hernández no tiene ni idea de cómo transmitir sutilmente las ideas del guión así que se decanta por extremos sin sentido.
Además de los movimientos de cámara sacados de una telenovela del canal dos, Hernández utiliza música melodramática de órgano para restar seriedad a las acciones. Además, hay claros problemas en la mezcla de sonido y el maquillaje es utilizado de manera desmedida para aterrizar que alguien está drogada. La sutileza no existe en esta película; todo debe ser utilizado en un extremo para intentar comunicar algo.
El lenguaje audiovisual de “La dios del asfalto” es aborrecible. Julián Hernández utiliza todo elemento técnico a su disposición para hacer una mofa de toda escena, destrozando el guión de Morales y enterrando las sólidas actuaciones de su elenco.
“La diosa del asfalto” forma parte de la competencia oficial del Festival Internacional de Cine de Morelia 2020 y se estará proyectando el sábado 31 de manera presencial y en línea.