Lo que parecía ser un completo desastre para Disney, resulta no ser tan deprimente, pero tampoco sorprendente y es que esta nueva adaptación de la guerrera Hua Mulán funciona mejor como película referente a la cultura china (aunque con limitaciones) y al cine de samuráis, pero no como el seguimiento al clásico cinematográfico de 1998.

Entre los  múltiples retrasos que la pandemia de COVID-19 le ocasionó al mundo de la exhibición cinematográfica, “Mulánfue una de las películas más afectadas por estar a punto de estrenarse (en marzo de este mismo año), sin embargo, la estrategia del monstruo monopólico hizo que se tuviera que recuperar “algo” de los doscientos millones invertidos, es por eso que la decisión de estrenarla en algunos complejos ya en operación y al mismo tiempo en su servicio Disney+ en Estados Unidos (con su respectivo cobro extra), funcionó parcialmente, pero el daño colateral fue –y seguirá siendo- sucumbir ante la piratería, así como poner a discusión las ventajas y desventajas sobre los estrenos simultáneos (tanto en salas como en las plataformas), cuestión que hoy está más caliente que nunca ante la iniciativa de Warner Bros. de estrenar sus materiales tanto en cines disponibles como en HBO Max.

Sin embargo, más allá de todos los asuntos extra fílmicos que se han generado alrededor de esta nueva versión, no hay duda que una de las variables más importantes en la ecuación es la directora neozelandesa, Niki Caro, quien ya había trabajado con Disney en la dirección de McFarland: Sin Límites (2015) y donde ponía “en alto” el nombre de Estados Unidos (que contó con ayuda latina) a través del deporte, pero acá lo interesante –y desafortunado- es la reinterpretación que se le da otra vez a la leyenda china y a la cultura misma bajo el espectro discursivo, donde se sigue viendo la americanización de los sucesos mediante el melodrama, los diálogos, la fotografía, y a través de un sesgo a nivel de la construcción de personajes, donde el villano Bori Kahn (interpretado por Jason Scott Lee) carece de profundidad y recae en el cliché de caricatura. No pasa lo mismo con los personajes de soporte, en donde se incluyen a los representados por Gong Li y Jet Li, que si bien, también son intrascendentes, están ahí para darle soporte al discurso feminista de la protagonista Mulán, encarnada por Yifei Liu, que se visualiza desde un punto natural y coherente con respecto al génesis del personaje; aquí no se nota forzado.

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“Mulán” | Cortesía de Disney Plus

El costo de doscientos millones se hace notar en los miles de extras y las múltiples escenas de acción con sus respectivas coreografías, algunas de las cuales lucen impecables y otras se exageran. Muchas secuencias de peleas y de momentos clave recuerdan condescendientemente a “Los siete samurái(1954) o “Yojimbo(1961), ambas del icónico Akira Kurosawa, e incluso “El ocaso del samurái (2002) de Yoji Yamada o mejor aún a “El último samurái(2003) con Tom Cruise. Sin embargo, el filme sufre una peripecia constante debido a la  sobreexplotación de los ambientes y diseños generados por computadora, que no hacen más que expulsarte a trompicadas de la convención visual y narrativa.

Un punto que acerca a este largometraje a una película del subgénero chanbara (o de samuráis) son los símiles con los ejemplos mencionados, donde el tono se centra en la acción y la aventura melodramática, suprimiendo el lado musical y a personajes humorísticos o coloridos para despegarse de la caricatura. Como propuesta del subgénero se agradece, pero como adaptación en acción real de la clásica película animada, se padece. 

“Mulán” ya está disponible en Disney+.