Ya los puedo leer en mi mente. Esos posts en redes sociales diciendo variaciones de “¿Apoco no le entendiste a “Pienso en el final”? Yo creo que deberías seguir viendo tus peliculitas de cómics”. Justo así. Y es que en su nuevo filme, Charlie Kaufman disfruta mucho recordándote lo poco inteligente que eres.
¿Cómo explicar “Pienso en el final” (o en inglés “I’m Thinking of Ending Things”)? En primera, es una adaptación de la novela del mismo nombre de Iam Reid. Un trabajo surreal sobre la condición humana cuya premisa parece ser simple: durante un día nevado, una chica (Jessie Buckley) va a conocer a la familia de su novio Jake (Jesse Plemons). Pero estamos hablando de Charlie Kaufman, director de “Synecdoche, New York” y escritor de “Being John Malkovich”, así que esto no es tan simple.
En el trayecto a la cena familiar, Jake y la chica (cuyo nombre e historia cambian constantemente) hablan sobre mucho y poco. Intercambian poesía y hablan del suicidio de un artista. También escuchamos el monólogo interior de esta mujer y en el cual hay una idea prominente: “Pienso en el final”. ¿El final de qué? ¿El final de la vida? ¿El inevitable final de su relación con Jake?
Al llegar a casa de mamá (Toni Collette) y papá (David Thewlis) nos encontramos con acontecimientos muy extraños, como sacados de “La Dimensión Desconocida”. Los diálogos familiares son muy incómodos, hay un sótano misterioso, vemos flashbacks a un viejo conserje escolar trabajando y la casa es como un vórtex en donde el tiempo y espacio no tienen sentido. Collette (“Hereditary”) y Thewlis (“The Theory of Everything”) lo hacen muy bien y hasta este punto, el filme conlleva una cautivadora aura de incertidumbre. Pero luego, comienza la autoindulgencia de Kaufman.

De vuelta al carro, Buckley y Plemons se enganchan en una conversación filosófica, en donde citan películas y libros que probablemente no hayas visto y por lo tanto, según Kaufman, eres un@ incult@. Y es apenas el inicio porque a partir de ahí la película abraza con fuerza el surrealismo para llevarte por caminos abstractos y aún más ideas complicadas. Tal vez no sería frustrante si la película durara menos, pero 134 minutos es un abuso.
Las charlas de “Pienso en el final” son altamente intelectuales y buscan la reflexión sobre traumas familiares, etiquetas, feminismo, envejecimiento, soledad, crítica al cine, búsqueda de sueños y muchas otras cosas. Hay ideas poderosas que se quedan en tu mente, pero solo son eso: ideas. El guión tendrá muchas referencias y exploraciones filosóficas, pero no tiene corazón. Entre tanta verborrea es muy difícil empatizar con estos personajes que en vez de seres humanos, parecen computadoras programadas para leer en voz alta el blog de un arrogante escritor que se siente superior a todos.
Deberás ver la película muchas veces para captar todo lo que el director quiere decir. Pero ¿realmente necesito a Charlie Kaufman diciéndome tonto por dos horas? ¿Por qué tengo que leer una entrevista con el director o un video oficial explicativo para entender sus intenciones? Si “Pienso en el final” es un gran filme, ¿entonces porque es necesario el uso de Google para disfrutarla? Es un montón de innecesaria autoindulgencia filosófica. ¿Vale la pena explorarla? Tal vez, eso depende de tu tiempo y tus intenciones.

Jessie Buckley (“Wild Rose”) es una absoluta joya y va en camino a convertirse en una de las mejores actrices de la industria. Gracias a su actuación es que el filme encuentra un poco de humanidad; la irlandesa transmite efectivamente sentimientos de ansiedad y frustración. entregando sus complicadas líneas con firme contundencia.
La producción es tremenda. La fotografía de Łukasz Żal (“Cold War”) es preciosa, el score musical de Jay Wadley te atrapa y el uso del sonido es una de las herramientas más poderosas que tiene el filme para generar ansiedad. Es una lástima que todas estos elementos técnicos no fueron complementados con una historia que los mereciera.
“Yo pienso en el final” puede ser cautivadora, frustrante e inteligente, pero no es accesible. Charlie Kaufman es un gran escritor, de eso no hay duda, pero necesita a un director que le jale el pescuezo. Cuando él está a cargo, las cosas se pueden salir de control. Aquí tenemos un claro ejemplo.