Hace más de 25 años “Riverdance” se presentó por primera vez: un show teatral de danza irlandesa que cautivó al mundo con sus impresionantes coreografías (si tienen curiosidad de ver algunas de ellas, pueden hacerlo en YouTube). Ante la popularidad de este espectáculo, los directores Dave Rosenbaum y Eamonn Buttler nos traen una película animada inspirada en el mismo: “Riverdance: la aventura animada”, la cual nos demuestra que el baile por sí solo no es suficiente para salvar una historia sin sentido.
El problema principal es que el show original no tiene una trama, son una serie de números de baile llamativos sin narrativa. Por ello, la película trata de llenar los huecos con personajes, acontecimientos y conflictos. ¿Cómo lo hace? Aquí va la respuesta:
Cuenta la leyenda que si el faro de un pequeño pueblo irlandés algún día se apaga, un tenebroso cazador (voz de Brendan Gleeson) pisará la costa para llevarse los cuernos del alce irlandés, los cuales mantienen vivos los ríos y la naturaleza de Irlanda. Un niño llamado Kegan (Sam Hardy) es el encargado de mantener el faro encendido, pero, tras una tragedia, se irá con su amiga española Moya (Hannah Herman Cortes) a una aventura donde descubrirá la verdad detrás de este mito.
No tiene nada de malo hacer una película a partir de un material sin historia: “Piratas del Caribe” se basa en un juego mecánico, “Across The Universe” hila las canciones de los Beatles con resultados más o menos coherentes, y “Ouija: el origen del mal” toma un juego de mesa y una terrible precuela para armar una pieza bastante interesante. No todos los resultados son buenos ni pasables (basta con ver “Slenderman”), pero el ejercicio se ha hecho antes.
La falla en “Riverdance: la aventura animada” es confundir el término “película para niños” con “película boba”. Tras una bella introducción con una animación que emula recortes de papel, se nos presenta una historia llena de chistes de flatulencias y fluidos corporales; subtramas innecesarias, como la de unas ranas en búsqueda de su hijo renacuajo, sin ninguna repercusión en la trama; personajes como un alce cuyo sobrepeso es un chiste recurrente que raya en lo ofensivo, lo cual el guion trata de justificar con un giro sacado de la nada.
Aun cuando dura poco más de una hora, se siente como si los creadores lucharan por extender el tiempo lo más posible, pero lo hacen con las ideas más ridículas; por ejemplo: en una de las secuencias más surreales, Kegan va a comprar dulces e inmediatamente después vemos al dueño de la dulcería bailando y haciendo volar los dulces alrededor, ¡hasta los bombones y chocolates hacen una coreografía!, ¿es acaso el dulcero un hombre mágico? ¿Es esto un número musical? ¿Debería ser una metáfora sobre el poder de los dulces? Nada de esto es respondido, Kegan se lleva sus gomitas y la tienda no vuelve a salir nunca más.
Los números de baile (la razón de existir de la película) tampoco sorprenden: parte del encanto del show es ver a las personas realizar elaboradas e impresionantes coreografías, no es lo mismo verlas ejecutadas por personajes y renos animados. Al igual que “Cats”, la magia del baile se pierde tras los personajes computarizados, los cuales no son lo suficientemente llamativos ni memorables (lastimosamente esta cinta no cuenta con el presupuesto de una película de Pixar).
Como “Paw Patrol: la película” nos demostró el año pasado, es posible sacar buenas historias para chicos y grandes incluso de los lugares menos esperados; sin embargo, donde la película de los cachorros aprovechó para crear una aventura llena de enseñanzas y personajes entrañables, “Riverdance: la aventura animada” desperdicia una gran oportunidad en un espectáculo decepcionante tanto para su audiencia infantil como para el show en el que está inspirada.
“Riverdance: la aventura animada” ya se encuentra disponible en Netflix.