Tradicionalmente, el objetivo principal de documentales sobre la vida de personas famosas es mostrar qué hay en la mente de las celebridades y poder cuestionarlas o entender sus decisiones y acciones, es decir, humanizarlas. “El Niño de Medellín” es un relato sencillo, donde los discursos sobresalen y nos ayudan a comprender al personaje en cuestión, así como problematizar las acciones de los entretenedores con respecto a sus visiones sociopolíticas.
Matthew Heineman, director de obras como “Ciudad de Fantasmas” o “Tierra de Cárteles”, retrata en esta ocasión a un personaje mediático para la música urbana: José Álvaro Osorio Balvín, mejor conocido como J Balvin. Este es un largometraje con fragmentos de su vida antes de la fama mundial y el cierre de su última gira en el 2019, “Arcoiris World Tour” en su país natal: Colombia.
El director no se olvida de un interés discursivo en particular: la política. En el documental podemos ver cómo el personaje principal mantiene un discurso de conexión con la tierra donde nació, sin embargo, a los habitantes de esa tierra los invade la frustración y el coraje por ver a los sistemas agonizando debido a la corrupción y la ignorancia de sus gobernantes; y eso forma parte de la conexión.
En medio de las protestas del 2019 se cimbra el camino hacia el último concierto de Balvin y durante todo el filme surgen preguntas complejas, las cuales no obtienen respuesta inmediata, pero esperan con ansias ser contestadas: ¿cuál es la labor del artista o entretenedor?, ¿pueden dialogar públicamente sobre temas como la política?, ¿se puede borrar la delgada línea entre el personaje y la persona? Un hecho es simple: se hable o no se hable, siempre habrá más cuestionamientos negativos que positivos.
Constantemente vemos al cantante preguntarse sobre qué hacer, qué decir y cómo actuar públicamente con respecto a la situación sociopolítica que en ese momento atravesaba su país (aunque continúa actualmente). Es una preocupación incitada por el público, mismo que abarrota el estadio y momentáneamente se olvida de la situación. Es innegable la codependencia entre el artista y la audiencia, sin uno no existe el otro, y aquí surge otra pregunta: como seguidores, ¿qué se le debe exigir, en este caso, a un cantante?
Adicionalmente, Heineman, a propósito y provocativamente, nos sensibiliza ante un personaje sencillo e incluso cliché, pero no sólo lo cuestiona directamente a él, sino a la maquinaria que lo rodea. Toca los hechos duros del país y muestra cómo la clase privilegiada, incluido el medio artístico, se empeña en festejar y vanagloriar al artista; lo único que importa, dada la posición, es generar más dinero mediante un concierto.
Por otro lado, el filme cumple convincentemente su objetivo de humanizar, ya que anecdóticamente habla sobre los pasajes de depresión y ansiedad de Balvin, los cuales son comunes en personajes públicos; para los espectadores, los conciertos son una fiesta, para ellos una salida.
“El Niño de Medellín” puede complacer a los viejos fans y despreciar a los nuevos, ya que Heineman no tiene como punto central hacer una semblanza para conocerlo aún más, sino sólo ver el trayecto hacia su último concierto del “Arcoiris World Tour” y la relación política con su nación. Es un filme narrativamente sencillo y ligero, aunque con absorbentes temas de discusión.
“El Niño de Medellín” ya está disponible en Amazon Prime Video.