El largometraje debut del colombiano Juan Diego Escobar Alzate, “Luz, la flor del mal” es un macabro relato de folk horror que contrasta hermosos paisajes con la maldad derivada de un líder loco.
La película nos transporta a una remota comunidad religiosa que vive en las montañas de Colombia. Aquí conocemos a Laila (Andrea Esquivel) una joven que descubre una casetera abandonada en el bosque. Su padre (Conrad Osorio) inmediatamente la regaña, pues dice que la música que reproduce dicho aparato es del Diablo. Este hombre es el líder espiritual de la comunidad y lo llaman El Señor.
En tan solo unos minutos, Alzate establece a El Señor como una figura perturbadora y manipuladora. Oprime a sus tres hijas (Laila, Uma y Zion), culpa de todo lo malo a el Diablo, se cree un experto en temas de maldad y tiene a un niño encadenado en el patio, pues asegura que es Jesús y está aquí para aliviar las penas del pueblo.
Hay juegos de palabras muy interesantes. Cuando las hermanas se refieren a El Señor, no es claro si están hablando de su padre o de Dios, creando así una inquietante unión entre ambas figuras dentro de la historia. El Señor se ha establecido con tal fuerza en sus mentes y su influencia es tan grande, que bien podría ser considerado su Dios. Del otro lado, la fallecida madre de las hermanas se llamaba “Luz” y por lo tanto al referirse a ella, siempre hay una noción de la carencia de luz en sus vidas. La oscuridad manipuladora de su padre se ha impuesto.
Sin embargo, el espíritu de rebelión comienza a crecer en las tres hermanas. Aumentan las sospechas de que el niño encadenado no es el Mesías y aparece la figura de un hombre que busca enamorar a Uma. De esta manera, el filme se convierte en un forcejeo psicológico de poder entre El Señor y sus hijas.
Durante el desarrollo del filme, Alazte logra alejarse de clichés para formar una identidad propia. El colombiano establece una atmósfera de maldad en donde la desgracia parece estar a la vuelta de la esquina. Aquí no hay jumpscares o apariciones diabólicas, sino grotescas imágenes y una presión psicológica que lentamente asfixia el espíritu y voluntad de sus personajes.
Y como contraste tenemos la deslumbrante fotografía de Nicolás Caballero Arenas. Hay arcoiris, cascadas y cielos azules; las hermanas parecen ángeles bañándose y los caballos lucen como unicornios. Es un elemento utilizado para comprender a los personajes y el mágico mundo en el que creen.
Sin embargo, Alzate deja ver su falta de experiencia en pequeños detalles técnicos y narrativos. El director tiene que aprender a confiar en su audiencia y no utilizar tantas guías audiovisuales, pues hay flashbacks visuales y auditivos que salen sobrando, además de un abuso de efectos de sonido.
“Luz, la flor del mal” no es convencional y por lo mismo, no es para todo tipo de público. Es una película cruda y valiente que advierte sobre los peligros de la fe ciega a través de un sofocante y paulatino desarrollo de personaje.
“Luz, la flor del mal” se está exhibiendo en México a través de cines independientes como Cine Tonalá y La Casa del Cine.