Una madre afroamericana habla felizmente con su hijo, pero luego la cámara se detiene en un primer plano, el sonido se va, y en su rostro al borde de las lágrimas se ve su inquietud. El momento dura unos segundos y luego continúa la plática alegre, madre e hijo bajan del carro y van de compras en el Estados Unidos de los 50. Ese es el inicio de “Till: Justicia para mi hijo”, de la directora Chinonye Chukwu, un poderoso melodrama de denuncia del racismo.
La mujer en cuestión es Mamie Till (Danielle Deadwyler). Ella teme por la seguridad de su hijo Emmett (Jalyn Hall), quien va a ir unos días a Mississippi con sus primos. Sus temores se hacen realidad cuando recibe la noticia de que su niño fue linchado de forma brutal en un ataque racista, por lo que ella hace todo lo posible por conseguir justicia.
Esta es una película de emoción cruda, donde el llanto y la ira de la protagonista son transmitidos sin tapujos o sutilezas. El melodrama es usualmente despreciado por la gente debido a su abuso en tramas que no ameritan su uso, pero aquí está más que justificado, pues es una forma efectiva de expresar el dolor y la indignación de Mamie.
En el centro de este torbellino de emociones está Danielle Deadwyler, quien da una interpretación audaz a la altura del material. Ella se entrega por completo al dolor y llanto desgarrador en los primeros planos del fotógrafo Bobby Bukowski, sin dejar de lado los conflictos y la transformación del personaje. En manos de otra intérprete, Mamie pudo haberse quedado en el arquetipo de la madre sufridora, pero acá es mucho más que eso.
Al igual que su protagonista, la película no solo provoca emociones fuertes, sino que cuenta con una poderosa crítica de la indiferencia hacia la discriminación racial. Al inicio, por ejemplo, poco después de la escena descrita en el primer párrafo, se nos muestra un Estados Unidos colorido, con bonitos vestidos y música alegre, emulando el estilo nostálgico con el cual varios rememoran dicha época; sin embargo, conforme avanza la historia se revela la ironía detrás de esta decisión: esa época tal vez era feliz, pero solo para aquellos con la piel blanca.
Así como en su anterior trabajo, “Clemency”, Chukwu nos entrega un muy bien construido estudio de las injusticias en el sistema estadounidense. Aunque esta cinta podría parecer completamente contraria a “Clemency”, la cual está construida por medio de emociones contenidas, largos silencios y una ausencia casi total de música, ambas son piezas en las cuales la directora y guionista construye toda su atmósfera con base en el estado emocional de sus protagonistas: en una refleja el distanciamiento emocional de una perpetradora de las crueldades del sistema, en otra nos presenta a la víctima de dichas injusticias con todo el sufrimiento que esto implica.
“Mi hijo llegó a casa apestando a odio racial”, exclama Mamie ante el cadáver desfigurado de su hijo, así como muchas madres aún lo hacen. El racismo sistémico todavía existe en la sociedad estadounidense en múltiples ámbitos: la exclusión de la propia Deadwyler en los premios Oscar de este año ha despertado una conversación sobre este aspecto en los premios y la industria cinematográfica. Sería sencillo desestimar a “Till: Justicia para mi hijo” debido a su abandono ante el sentimiento descarnado, pero cuando, después de tantos años, la discriminación y el racismo siguen presentes, cuando se ha hablado una y otra vez del tema sin tener resultados, cuando los propios directores blancos han pintado la historia y la experiencia afroamericana de formas ofensivas y han sido aplaudidos por ello, no queda más que gritar para que el mundo no olvide e ignore historias como las de Emmet Till.
“Till: Justicia para mi hijo” ya se encuentra disponible en cines mexicanos.