Hace muchos años, el crítico de cine Roger Ebert tachó a “Fight Club” y “La naranja mecánica” de fantasías fascistas que promovían comportamientos peligrosos: no es que Ebert no notara que esto era justo lo que las películas criticaban, sino que decía que su pulida estética romantizaba aquello que supuestamente condenaban, y la mayoría de las audiencias saldrían con esa idea. Algo similar se podría decir de “50 (o dos ballenas se encuentran en la playa)”, ópera prima del director Jorge Cuchí: una obra muy bien dirigida e interesante, pero cuyos recursos están al servicio de una historia irresponsable.

Félix (José Antonio Toledano) y Elisa (Karla Coronado) se conocen jugando el juego de la ballena, el cual consiste en cumplir una serie de retos diarios hasta llegar al número 50 y suicidarse. Los retos varían, desde depilarse las cejas hasta quemar un auto, su intensidad es completamente aleatoria. La joven pareja se enamora y decide llevar dicho juego hasta sus últimas consecuencias.

Esta película fue la gran sorpresa del Festival de Cine de Morelia en el 2021, donde se llevó los premios a Mejor Largometraje, Mejor Actor y Mejor Actriz. No solo eso, sino que también se presentó en la Semana de la Crítica en el Festival de Venecia y actualmente está nominada a tres premios Ariel: Mejor Ópera Prima, Mejores Efectos Visuales y Mejor Guion Original. Cuando uno al fin la ve es fácil ver por qué tanto galardón.

La dirección de Cuchí es precisa: maneja muy bien cambios de tono en una obra con un tema muy delicado. Es capaz de pasar de la tensión, a la repulsión e inmediatamente a la comedia negra. Apoyado de inteligentes diálogos y dos muy buenas actuaciones, logra sacar una carcajada a la audiencia mientras dos personajes platican sobre en qué dirección deberían cortarse las venas.

Destacable también es la fotografía de José Casillas, quien hace ver hemosos incluso los escenarios más lúgubres y que, junto al equipo de efectos especiales, crea una hermosa secuencia que le da el título a la película: una playa a blanco y negro con dos ballenas azules varadas en ella, que pretende representar al más allá. 

Sin embargo, su trabajo no se limita a ser preciosista, hay una muy inteligente decisión de jamás mostrar las caras de los adultos (muy al estilo de “Veneno para las hadas”), salvo en un momento clave y visceral. Este es un recurso muy inteligente a nivel narrativo, pues muestra lo ajenos que sienten los adolescentes a sus padres y comunica visualmente la barrera entre ellos.

Y es aquí donde los problemas comienzan, pues pese a que el director ha dicho en entrevistas que esta historia pretende alertar a los padres sobre los peligros del internet, al aislarlos de la historia (aunque sea un recurso muy efectivo para el romance) se pierde el efecto que esta situación tiene en ellos. Se les niega cualquier expresión o sentimiento, y se convierten en entes ajenos al servicio de la trama.

Las tomas preciosas embellecen ciertas situaciones hasta caer en el morbo, como los perturbadores encuadres de unas pinzas poniendo a un grillo en una planta carnívora mientras este se aferra con todas sus fuerzas a no morir, o escenas de Elisa cortándose con una navaja de afeitar el brazo y el costado del cuerpo. Estas imágenes provocan e hipnotizan, pero ¿cuál es su propósito? En una escena, cuando los personajes van a tener sexo, Elisa nos cierra la puerta en la cara y se corta la toma, entonces ¿por qué  no podemos ver este momento íntimo pero sí podemos observar cómo se mutila? Cuando estas heridas unen más a los jóvenes enamorados, el mensaje se hace aún más confuso.

Uno podría argumentar que si alguien toma “50 (o dos ballenas se encuentran en la playa)” como una apología al suicidio habla más de la persona que de la obra, pero cuando tienes a toda una sala de cine (como fue mi caso) diciendo “¡Ay, no!” cuando alguien no logra quitarse la vida, o gritando “awwww, ya bésense” a los protagonistas momentos después de que éstos matan a una mujer y un hombre inocentes simplemente porque sí, vale la pena cuestionar el efecto de lo que se presenta en pantalla. 

Una vez proyectadas, las películas cobran vida propia: independientemente de lo que diga el autor después, nada cambia el efecto que la obra tuvo en el espectador. Pese a sus buenas intenciones y muchas cualidades técnicas, “50 (o dos ballenas se encuentran en la playa)” convierte los traumas y el suicidio en recursos para una trágica pero romántica historia de amor, una cuya conclusión no solo es ofensiva para quienes pasan por estas situaciones, sino que las pinta como algo peligrosamente deseable.

“50 (o dos ballenas se encuentran en la playa)” ya se encuentra disponible en cines.