La reciente bonanza de cine sobre maternidad que desafía clichés e idealizaciones —como las excelentes “La hija oscura” y “Huesera”— continúa con “Cinco lobitos”, sobresaliente ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa que presenta, con tremenda honestidad, el ciclo generacional de ser madre.
Amaia (Laia Costa) acaba de dar a luz y cuidar a su hija recién nacida prueba ser una tarea extenuante. El incesante llanto de la bebé y las torpezas de su novio Javi (Mikel Bustamente) rápidamente colman su paciencia y agotan sus energías. Las cosas empeoran cuando Javi debe regresar al trabajo y dejar a Amaia sola con la recién nacida. Completamente abrumada, Amaia se ve obligada a regresar a casa de sus padres, ubicada en un pequeño pueblo vasco, para recibir ayuda. Sin embargo, aquí, las cosas tampoco son sencillas y pronto queda atrapada entre los numerosos problemas entre su madre Begoña (Susi Sánchez) y su padre Koldo (Ramón Barea).
No te dejes engañar por la temática aparentemente sencilla. Influenciada por Hirokazu Kore-eda y Yasujirō Ozu, Ruiz de Azúa pone en la mesa un conflicto doméstico y le exprime hasta la última gota de jugo. “Cinco lobitos” es absolutamente cautivadora y se mueve a ritmo relampagueante; el guion examina con agilidad y asombrosa precisión las complejas e imperfectas relaciones entre los miembros de una familia y la tensión derivada de ellas. Entre secretos, peleas, ira, frustración y cuidados, la película te atrapa como pulpo.
La fotografía de Jon D. Domínguez impregna de naturalismo al filme: la cámara es como un miembro silencioso de esta familia, siempre presente y perfectamente posicionado para capturar la intimidad de la historia. El diseño de producción es tan sutil como efectivo, pues una pequeña cocina se puede convertir en una olla exprés de emociones, mientras que el diseño sonoro potencializa la desesperación de una madre constantemente abofeteada por el llanto de su niña.
Así como el título de la película hace alusión a una canción de cuna que se ha repetido a lo largo de los años en España, los personajes de Ruiz de Azúa son un ejemplo de cómo los hijos repiten las conductas de sus padres, quienes a su vez probablemente hayan heredado las conductas de sus propios padres y así sucesivamente. Poco a poco aprendemos que Amaia tiene un temperamento semejante al de Begoña y eso pasa a ser una preocupación para la joven madre quien comienza a temer que su vida y su relación amorosa con Javi están por caer en un similar abismo generacional.
Cuando la enfermedad toca las puertas de la familia, los roles se invierten y es ahora Amaia quien debe cuidar de su madre, así como ella fue cuidada durante su infancia. Y ese es un proceso natural al que muchas personas deben enfrentarse durante su vida: los padres envejecen y los hijos asumen el rol de padres para cuidarlos. Y ambos procesos (el de la madre cuidando al hijo y el hijo cuidando a la madre) requieren de sacrificios, y eso es algo que suele ser ignorado por el cine y la sociedad en general. “Cinco lobitos” se aleja de representaciones idílicas y clichés de la maternidad para plasmar un retrato honesto sobre mujeres que sacrificaron o están sacrificando ciertas facetas de su vida para cuidar a su familia.
Ruiz de Azúa moldea estas dinámicas y reflexiones de manera orgánica, utilizando un excelente desarrollo de personaje para sumergirnos en los conflictos de la familia. El trío de actuaciones centrales es fenomenal en ese aspecto. Costa y Sánchez transmiten con total claridad el parentesco de madre e hija, y su baraja de emociones en despliegue da pie a impredecibilidad narrativa, mientras que Ramón Barea se balancea con exactitud entre esposo nefasto, padre amoroso e hijo (porque siempre necesitan cuidarlo) inútil.
“Cinco lobitos” es un magnífico drama doméstico cuyas numerosas capas son paulatinamente develadas, con mucha honestidad y empatía, para dar pie a un estudio sobre maternidad cíclica y sacrificio.
“Cinco lobitos” formó parte de la Competencia Internacional de Ficmonterrey 2022.