Aaron Sorkin estaba desesperado por sacar su nueva película “El Juicio de los 7 de Chicago” (The Trial of the Chicago 7) antes de las elecciones estadounidenses del 2020 y es muy fácil entender por qué. Después de los disturbios Black Lives Matter, la aberrante conducta policial y la inútil respuesta del sistema legal, la historia de los 7 de Chicago sigue siendo muy vigente. Han pasado 32 años y las cosas en Estados Unidos no han cambiado.
Si tu conocimiento es limitado sobre las protestas y el juicio en cuestión, Sorkin (“The Social Network”) hace más por confundir que educar con su primer acto. Un montaje muestra a diversos líderes activistas preparándose para protestar contra la guerra de Vietnam frente a la Convención Democrática Nacional de 1968 con sede en Chicago.
Hay varios protestantes clave. Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rybin (Jeremy Strong) son líderes de un grupo en búsqueda de revolución cultural a través de la alteración del sistema. Tom Hayden (Eddie Redmayne) y Rennie Davis (Alex Sharp) incentivan la protesta pacífica. David Dellinger (John Carroll Lynch) es un hombre de familia propulsor del cambio social sin violencia. E involucrado también se encuentra Bobby Seal (Yahya Abdul-Mateen II) co-fundador del partido de las Panteras Negras.
Sin previo aviso, la película nos lanza a un enorme juicio en donde todos estos hombres están siendo acusados de conspirar e incitar disturbios en Chicago. Sus abogados son William Kunstler (Mark Rylance) y Leonard Weinglass (Ben Shenkman), mientras que Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt) es el fiscal en turno.

En realidad, la policía de Chicago reprimió brutalmente las protestas de todos estos grupos. Y meses después, cuando Richard Nixon llegó a la Casa Blanca, su departamento de justicia enfocó esfuerzos en castigar a todos los “revoltosos”. La historia de siempre.
Muy a su estilo, Sorkin lanza nombres por doquier y presuntuosamente insinúa que ya todo espectador conoce sobre el caso. Se le olvidó que no todos viven en Estados Unidos. Los primeros minutos del filme son frustrantes, pero poco a poco la historia se va asentando hasta obtener cierta claridad. Como lo hizo en “Social Network”, Sorkin utiliza una estructura de flashbacks y una dinámica edición para contar la historia.
El juicio comienza con una clara disparidad ideológica entre los afectados. Cada uno ve de manera distinta su situación; Hayden parece más preocupado en no ir a la cárcel y Hoffman utiliza la oportunidad para burlarse del sistema. Kunstler intenta darle indicaciones al grupo, pero es inútil.
Sin embargo, pronto se hace evidente que la historia va más allá de las personalidades de los acusados. El caso no es más que una farsa precedida por el desagradable y parcial juez Julius Hoffman (Frank Langella) que jamás le da una oportunidad a los 7 de Chicago. Se altera fácilmente, muestra ideas racistas, es incapaz de aprenderse los nombres de los involucrados, no deja hablar a los acusados y pone toda traba posible en su camino. El elenco es espectacular, pero Langella (“Frost/Nikon”) le roba el show a todos con una actuación efectiva que te hará querer aventar algo al televisor. La película depende de este personaje porque a través de él corren a cargo las emociones fuertes; los momentos más satisfactorios son cuando alguien intenta desafiar su tendenciosa actitud.

Además de Langella, las actuaciones del elenco son redondas y no podría señalar a un eslabón débil. Redmayne (“The Theory of Everything”), Rylance (“Ready Player One”) y Gordon-Levitt (“7500”) se destacan, pero es más fácil empatizar con el tono hippie y cómico de Baron-Cohen (“Borat”), quien además tiene un par de escenas dramáticas para empujar su campaña de Oscar.
Gracias al juez Hoffman, el caso real fue una indignante pachanga de injusticias en donde la sala de juzgado se llegó a convertir en un show cómico y con su guión, Sorkin aprovecha las habilidades de Baron-Cohen y Strong para sacarle jugo a esos momentos, hacer más ligera la historia y demostrar lo ridícula que es la estructura legal del país.
“El Juicio de los 7 de Chicago” ofrece un recordatorio de que el sistema estadounidense está diseñado para apoyar a la brutalidad policial, suprimir al activismo y castigar a cualquier persona que el gobierno considere como una amenaza. Sorkin utiliza un formato amigable para atraer audiencias y proveer una lección de historia; incluso hay un final emocionante perfecto para atraer votantes de la Academia.
Sin embargo, Sorkin ofrece un carnaval de personalidades y frustraciones en donde muchas veces la realidad es obstruida a favor de entretenimiento tradicional. Como una revisión histórica de los hechos, “El Juicio de los 7 de Chicago” deja bastante que desear. El director modera la violencia de los policías y hace a un lado a personajes relevantes del juicio a favor de una narrativa tranquila que arriesga poco. La película es entretenida, pero si es tan “urgente” como Sorkin dice, ¿por qué no empujar realísticamente la brutalidad de los hechos para así generar una conversación más profunda? o ¿es más importante para Sorkin ganar otro Oscar?
“El Juicio de los 7 de Chicago” ya se encuentra disponible en Netflix.