A finales de los años sesenta, el dramaturgo Matt Crowley estrenó en Nueva York “Los chicos de la banda” (o “The Boys in the Band” en inglés), una obra de teatro sobre una reunión de hombres gay que es interrumpida por un amigo heterosexual del anfitrión.
Inicialmente la obra fue un revolucionario éxito teatral por la manera en cómo representó a un grupo marginalizado durante una época de mucha intolerancia. Tras los disturbios de Stonewall en 1969 a favor de los derechos LGBT, la obra recibió críticas por el autodesprecio y conducta patológica de algunos de sus personajes, factor que sin duda contribuyó al fracaso de su adaptación cinematográfica en 1970.
En 2018, y para conmemorar su aniversario 50, el director Joe Mantello revivió “Los chicos de la banda” en Broadway con un elenco abiertamente gay que incluye a Jim Parsons (“The Big Bang Theory”), Zachary Quinto (“Star Trek”) y Matt Bomer (“The Normal Hearts”). La película que llegó a Netflix esta semana es una adaptación de esta nueva versión teatral, con los mismos actores y director.

La historia es simple. Un grupo de amigos gay se reúne para celebrar una fiesta de cumpleaños y con el alcohol fluyendo libremente, muchos secretos empiezan a salir a la luz. El anfitrión es Michael (Jim Parsons) un hombre religioso que recientemente dejó de fumar y beber. Es acompañado por su ex-pareja Donald (Matt Bommer), el ostentoso Emory (Robin de Jesús, nominado al Tony), su agradable compinche afroamericano Bernard (Michael Benjamin Washington), el fiestero Larry (Andrew Rannells) y su amante Hank (Tuc Watkins).
Las cosas se complican cuando Alan (Brian Hutcherson), roomie universitario de Michael, llega de improvisto a la fiesta. Alan no sabe que su amigo es homosexual y muestra actitudes homofóbicas, particularmetne contra Emory. Sin embargo, la desconfianza inicial se convierte en intriga cuando Michael insinúa que Alan no ha salido del clóset.
La borrachera expone los conflictos personales de cada miembro del grupo. Esto deriva en manifestaciones de amor y falta de autoestima exploradas a través de conversaciones sobre adaptación, monogamia e incluso religión; el análisis de la problemática relación amorosa de Larry y Hank provee los mejores y más atractivos momentos de la película.
El productor de “Los chicos de la banda” es Ryan Murphy (“Ratched”) y por un momento pensé que, como es costumbre en sus proyectos, el guión se iba a ver rebasado por el estilismo marca de fábrica de Murphy. Sin embargo, Mantello mantiene a raya el aspecto estético para imprimir su propio sello. Tal vez no es el filme más vistoso para el ojo, pero el director controla con sapiencia el ritmo para engancharte.

En adaptaciones de este tipo, a veces es difícil sacudirte la sensación de que estás viendo una obra de teatro simplemente llevada al cine (caso reciente: “One Night in Miami”), pero Mantello agrega astutos toques cinematográficos y acomoda sus elementos para hacerte olvidar del aspecto teatral.
Los diálogos son interesantes y te absorben gracias a la excelente ejecución actoral. Separar a Jim Parsons de Sheldon Cooper no es cosa fácil, pero a través de una feroz interpretación, el actor logra su cometido y te hace olvidar la existencia de “The Big Bang Theory”. Tuc Watkins (“Desperate Housewives”) es también destacado por la importante carga emocional de su personaje; su silencio habla montones y sus monólogos son poderosos.
Pero es Zachary Quinto quien se roba el show. Su llegada a la fiesta (en el papel de Harold) le cae como balde de agua fría al grupo. Su presencia impone y su relación hostil con Parsons saca chispas. Ya sea con regaños, miradas seductoras o comentarios irónicos, este hombre te obliga a prestar atención porque cuando habla todos se callan.
Los más grandes errores de la película llegan cuando Mantello se aparta de la reunión y muestra flashbacks o innecesarios montajes. Asimismo, el personaje de Bernard es dolorosamente subdesarrollado y el guión nunca se atreve a explorar su papel racial en el grupo.
El filme está dedicado al autor original Mart Crowley, quien falleció más temprano en el año. A través de su obra, Crowley buscaba mostrar las virtudes y defectos de la cultura gay en un momento histórico muy específico: unos años antes de la pandemia del SIDA que derivó en una aterradora plaga de homofobia. Creo que su mensaje era una especie de pronóstico del futuro inmediato: para vencer el odio de los demás, primero hay que vencer el odio a uno mismo. Y más allá de aprendizajes, hay que aplaudir a “Los chicos de la banda” por mostrarle un pedazo de historia a las nuevas generaciones utilizando un elenco gay y representativo de los temas de la obra.