¿Cuántas veces hemos visto películas en donde un cineasta colonizador pretende retratar la experiencia de una comunidad de color pero solo termina plasmando sus propias visiones o prejuicios de hombre blanco? Cuando un hombre blanco hace una película sobre una experiencia ajena a la suya, ¿a quién le debe pertenecer esa memoria? El director suizo-panameño Andrés Peyrot nos trae una magnífica reflexión de estas preguntas en God is a Woman (Dieu est une femme), un filme sobre un documental perdido y el hombre que rompió su promesa a toda una comunidad.

Ganador del Oscar a Mejor Documental por Sky Above, the Mud Below, en los años setenta el director y explorador francés Pierre Dominique Gaisseau decidió irse a vivir, junto a su esposa e hija de dos años, a la Comarca Guna Yala en Panamá, territorio habitado por los Kuna, una de las comunidades indígenas más grandes de Latinoamérica. A lo largo de todo un año documentó la sociedad Kuna y prometió compartir el resultado final con su gente, sin embargo esto nunca ocurrió y la película, que llevaría el nombre God is a Woman (“Dios es una mujer”), se perdió.

Así como Gaisseau pasó tiempo con los Kuna, Peyrot hace lo mismo en 2023 pero esta vez para visibilizar lo que la promesa rota significó para su comunidad y cómo las nuevas y viejas generaciones se unen para buscar y reclamar esa memoria. Mientras mujeres y hombres comparten sus experiencias de aquel rodaje, comenzamos a comprender a grandes rasgos qué tipo de película tenía en mente el francés.

Un sujeto central es Arysteides Turpana, un indígena Kuna que estudió en Francia, ayudó a Gaisseau en la producción de su documental y que se convirtió en una importante figura cultural para su país. Sus testimonios de la filmación son imprescindibles para comprender la mirada a través de la cual Gaisseau buscaba retratar a sus sujetos: el título era un reflejo de su idea terca de que la comunidad era totalmente matriarcal a pesar de evidencia de lo contrario; probablemente una herramienta para vender el filme. También revelador es un relato en el que Turpana describe cómo el director francés interrumpió un rito para quitar toda señal de plástico de sus tomas: quería mostrar a indígenas atascados en el pasado, incapaces de evolucionar.

Estas memorias y reflexiones van más allá de God is a Woman, pues plantean preguntas importantes sobre la industria del cine documental en general y la responsabilidad que tienen los directores al documentar experiencias ajenas. Al filmar sobre una comunidad, raza o pueblo, ¿hacia quién debería ir dirigida esa película? ¿A quién le pertenece esa memoria? ¿Cómo debe un director abordar a sus sujetos para plasmar con honestidad sus experiencias? Me viene a la mente el premiado American Factory que documentó las diferencias laborales entre la cultura china y la estadounidense, pero desde una perspectiva meramente gringa que antagoniza a los asiáticos. ¿De qué sirve un producto así que nunca intenta comprender y mucho menos dar a conocer las vivencias de sus sujetos?  

En este caso, Gaisseau quería expresar sus ideas sobre los Kunas en vez de permitir que las imágenes hablaran por sí mismas para representar de manera auténtica la identidad de la comunidad. Gaisseau estaba haciendo una película para europeos y no para los Kunas. Sin embargo, existen fascinantes matices en esta problemática que nacen del poder artístico, pues como eventualmente Peyrot nos permite apreciar, a pesar de todos sus defectos, el trabajo de Gaisseau sí tiene un impacto emocional e histórico en la propia comunidad que documentó.

La gran edición conecta ideas, sujetos, testimonios, música y hasta los problemas ambientales en Guna Yala para visibilizar la experiencia de la comunidad sin necesidad de narración. Peyrot captura la pasión de sus sujetos y las ansias de la comunidad por ver la película perdida, y evita caer en los errores de su “antecesor” al paulatinamente convertir a God is a Woman en una historia sobre jóvenes directores Kunas que buscan romper nociones colonizadores sobre lo que es o debe ser un indígena. Tomando como figura central al cineasta Orgun Wagua en su segunda mitad, el documental se convierte en una especie de respuesta artística Kuna al trabajo colonizador de Gaisseau.

El documental es indispensable para aprender sobre el mundo que nos rodea y las estructuras sociales que lo conforman, pero nada de eso sirve si el proyecto surge desde el egoísmo. Hacia el final de God is a Woman podemos ver fragmentos del trabajo original de Gaisseau e inmediatamente podemos contrastar su approach con el de Peyrot. Mientras el francés inunda su película con su propia voz, el suizo-panameño evita narración y le permite a los Kunas contarnos su historia. Ambos trabajos otorgan visibilidad y ambos generan una respuesta emocional en la audiencia, pero solo uno de ellos nació desde la empatía.

“God is a Woman” tuvo su estreno mundial en la Semana Internacional de la Crítica del Festival de Cine de Venecia 2023.

Imagen de portada cortesía de THE PR FACTORY.