La ciencia ficción siempre ha sido un género perfecto para hablar de problemas sociales llevándolos a lugares exagerados para hacerlos evidentes, esto ha dado como resultado historias que pueden tomar elementos tanto de nuestro pasado como del presente para mostrarnos un reflejo distorsionado del futuro. A veces esos reflejos son interesantes e invitan a la reflexión pero, en otros casos, son propuestas extrañas y demasiado ambiciosas cuyos mensajes no terminan de ser muy claros; Paradise, el nuevo thriller de ciencia ficción dirigido por Boris Kunz (Drei Stunden), pertenece a este segundo grupo de películas que intentan volar muy cerca del sol.

En el futuro, el dinero y los bienes materiales ya no serán la principal moneda de cambio para negociar, lo serán los años de vida de las personas. Aeon es una empresa privada que se dedica a ofrecer dinero por los años de vida de personas en situaciones desesperadas: tras hacer un pequeño análisis de compatibilidad genética, esos años se le inyectan a millonarios, científicos reconocidos e influencers con el poder adquisitivo para pagarlos y así rejuvenecer y alargar sus vidas.

Tom (Kostja Ullman) trabaja para Aeon convenciendo a los refugiados para dar sus años de vida a cambio de unos cuantos miles de euros para mejorar su situación económica. Tras un accidente, la esposa de Tom, Elli (Marlene Tanczik y Corinna Kirchhoff), se ve obligada a pagar una deuda millonaria con 40 años de su vida que serán inyectados después en el cuerpo de Sophie Theissen (Iris Berben), la dueña de la compañía. Tras este incidente las vidas de Elli y Tom son arruinadas por completo, sin embargo no están dispuestos a rendirse tan fácilmente y por ello deciden contactar con una clínica ilegal capaz de regresarle a Ellie los 40 años de vida perdidos si logra encontrar un donante compatible.

¿La trama suena rarísima? En efecto. Paradise debe tener algunas de las ideas más alocadas que he visto en una película, pero eso no la hace menos interesante. Si bien el proceso de extraer los años de una persona y después inyectarlos en otra es extraño y nunca se explica del todo cómo se lleva a cabo, funciona a la perfección como una metáfora del sistema capitalista donde ya ni siquiera el dinero es suficiente para vivir y la gente llega al extremo de vender su tiempo de vida, algo impactante y no tan alejado de la realidad si pensamos en las largas y agotadoras jornadas de trabajo que gran parte de la población mundial debe realizar para ganar un sustento mínimo y mantener a sus familias. La película lleva esto a un extremo casi ridículo pero, extrañamente funciona. Además, de cierta forma, también existe un comentario sobre cómo ciertos avances científicos solamente benefician a una pequeña parte de la población.

Todas estas ideas planteadas en Paradose terminan por no llegar a ningún lado gracias a la pésima escritura de los personajes: Tom, nuestro protagonista, es un tipo arrogante que al inicio se nos muestra sumido en las comodidades del sistema sin pensar en las vidas de todas las personas a quienes Aeon les quita años de vida, sin embargo, tras verse personalmente afectado decide comenzar a actuar de forma errática para conseguir su propio beneficio: secuestra personas, toma familias como rehenes, amenaza con matar a otras y, al final, por algún motivo inexplicable, cuando él y Elli están a punto de conseguir lo que quieren, de repente cambia de opinión y decide no seguir adelante con el plan a costa de la vida de alguien inocente. Estos cambios de actitud jamás están justificados de ninguna manera.

Lo mismo pasa con Elli. Ella duda todo el tiempo de seguir el camino que Tom le propone pero, en realidad, no está del todo segura. Constantemente se preocupa por las demás personas a su alrededor, por las decisiones cuestionables de su esposo y si vale o no la pena arriesgar a alguien inocente con tal de recuperar su vida pero, hacia el final de la película, de repente está completamente de acuerdo con toda la situación, no le molesta para nada sacrificar a una adolescente para recuperar su juventud y hacer realidad su sueño de tener un hijo. 

La mala escritura de los personajes se compensa con las grandes actuaciones de parte de todo el cast, especialmente de Kostja Ullman (A Most Wanted Man) y Corinna Kirchhoff (Drei), quienes toman lo que el guion les da y entregan todo frente a la cámara: por momentos actuaciones muy sutiles y en otras ocasiones explosiones de emoción, desesperación y miedo tanto en sus miradas como en los movimientos de sus labios. 

Los apartados técnicos también hacen más llevaderos los inmensos agujeros en la trama: el diseño de producción de Marc Bitz y Josef Brandl transforma por completo la ciudad de Berlín y sus alrededores para convertirla en una ciudad distópica con sus barrios marcados, el de los inmigrantes (en quiénes jamás se profundiza), por ejemplo, se nota consumido por la pobreza y la marginación social mientras las zonas de ricos se construyen alrededor de espacios arquitectónicos amplios llenos de agua y tecnología. 

Paradise, cuyo título jamás entendí o asocié con la trama de la película, está llena de agujeros de guion, mala escritura de personajes y una trama inverosímil que te hace levantar la ceja en más de una ocasión, sin embargo sus cuidados elementos técnicos y las buenas actuaciones por parte de todo el elenco ayudan a mitigar el impacto de una historia demasiado ambiciosa.

“Paradise” ya se encuentra disponible en Netflix.