Parece que el director mexicano Luis Estrada (“La dictadura perfecta”) se quedó atrapado en el tiempo porque “¡Que Viva México!” utiliza comedia retrógrada y discursos irresponsables disfrazados de parodia con la intención de crear una crítica mordaz a la situación del país, misma que, no hace falta decirlo, tiene un triste y vergonzoso grado de superficialidad.
La historia sigue a Pancho Reyes (Alfonso Herrera), un hombre que creció entre la pobreza y ahora es un burgués capitalista que despide a empleados de una fábrica a diestra y siniestra para complacer a su caricaturesco jefe, quien quiere “nalguear” a su secretaria y dice que México pronto se convertirá en Venezuela gracias al actual presidente. Pero Pancho y su clasista esposa Mari (Ana de la Reguera) quieren más, así que cuando el primero recibe la noticia de que su abuelo falleció, decide regresar a su pueblo con la esperanza de recibir una jugosa herencia.
La crítica social de Estrada es sumamente básica, es como algo que escucharías en una pelea entre tíos ya mayores y borrachos en una fiesta familiar. A pesar de que existen numerosas y alarmantes cosas que se le pueden y deben criticar a este sexenio, desde su respuesta a las altas tasas de feminicidios hasta la militarización del país, Estrada no se atreve a abordar ninguna de ellas, solo lanza pequeños e inofensivos comentarios contra el sistema de Bienestar y la corrupción que inunda el país. Es una crítica hueca que en vez de explotar el potencial del blanco tan grande que tiene, se decanta en replicar discursos fáciles y básicos que buscan explotar el miedo de las ultraderechas a una reelección.
En vez de criticar al gobierno con fuerza, como tanto ha alardeado su director, “¡Que Viva México!” se dedica a atacar a un sector de la población. Aunque sí critica a la ideología de la clase privilegiada, eventualmente intenta ponernos de su lado al vilificar a la familia pobre, aquí retratada como una bola de parásitos aprovechados y holgazanes. Y es que Estrada manifiesta su decepción del actual gobierno a través del “pueblo” al que supuestamente protege, aquí representado por la familia de Pancho: un desfile de vergonzosos estereotipos. Entre estas caricaturas unidimensionales tenemos a un padre descarado y flojo, un artista pedófilo, un político corrupto, un narcotraficante, un hombre con problemas intelectuales, un sacerdote hipócrita, una madre adolescente y una mujer trans, entre otrxs.
Estrada retrata a todos estos personajes y el lugar en donde ocurre su historia bajo un filtro anticuado, como sacado del imaginario de un gringo racista. El abundante amarillo en la paleta de colores, el mexicano flojo, sucio y oportunista, las casas derruidas y llenas de animales (aquí encontramos un discurso especista en donde Estrada sugiere que la presencia de animales significa suciedad), el desierto y los huaraches.
Sin importar tu opinión del gobierno, difícilmente podrás celebrar el humor en despliegue. Estrada y su coguionista Jaime Sampietro utilizan comedia retrógrada que tal vez hubiera funcionado hace 20 años, pero hoy es patética. Además de los chistes de pedos y caca al más puro estilo de Adam Sandler, así como el humor clasista y racista que abunda en tantas rom-coms mexicanas, encontramos un hilo transfóbico a lo largo de toda la película; para Estrada y Sampietro es gracioso decirle Jacinto a Jacinta (interpretada por el actor cis Cuauhtli Jiménez) una y otra vez. No es broma, estos sujetos creen que dirigirse a alguien por el género equivocado es chistoso. ¿En qué año viven y por qué algo así sería gracioso? Empezando por el casting, es evidente su alarmante ideología y desinterés.
Lo que sí debería ser gracioso pero en realidad produce profundo cringe es, y esta es otra prueba del arcaísmo del guion, el vocabulario que el director utiliza en un intento por parecer moderno. “Saca la foto vertical, sí, para el Insta, para hacer un boomerang”, dicen de manera forzadísima los miembros ricos de la familia Reyes en una escena. Estas y otras palabras como “fifí” se utilizan de manera inorgánica constantemente, como si Estrada estuviera intentando convencernos desesperadamente que no es boomer y que comprende a la modernidad mexicana. A esto se le suman dichos anticuados y elitistas como “Por eso estamos como estamos” y “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” para dejar en claro que el director se quedó atascado en el pasado.
Apoyada por la estética ordinaria, la monotonía de todos estos elementos (personajes, humor, vocabulario, crítica básica) le cobran factura a una película que rápidamente se torna insoportable y repetitiva. Considerando que su duración es de 190 minutos, pronto querrás verter lava ardiente por tus oídos.
Es claro que Luis Estrada ya perdió la brújula. “¡Que Viva México!” es un filme obsoleto, reaccionario y narcisista que intenta criticar a través de un discurso blando que constantemente cae en el clasismo, racismo, transfobia y especismo. No es una película ni para opositores del presidente, ni para sus seguidores, ni tampoco para neutrales. Es una película para los masoquistas que quieran enfrentar una prueba de resistencia audiovisual del más bajo nivel.
“¡Que Viva México!” ya está disponible en cines.