Voy a ser muy honesto: no sabía bien cómo comenzar este texto. Por un lado quería hablar sobre Alonso Ruizpalacios, uno de los directores mexicanos más importantes y completos de la actualidad, y por otro me interesaba hablar sobre su manera especial para romper la ficción dentro de sus películas. Me gustan esos segmentos en “Güeros” y “Museo” donde hace evidente el artificio cinematográfico y podemos ver la claqueta, los micrófonos, los efectos de sonido baratos, momentos donde somos partícipes, junto con todo el crew y cast de la cinta, del cotorreo y camaradería del día a día en un set o locación.

Mi pretexto para hacer todo esto era simple: “Una película de policías” se estrenaba en Netflix y yo iba a poder escribir mi texto. Vi la película y pese a no poder dejar de pensar en ella, en su forma, en el tratamiento de los personajes y en todas las cosas que Ruizpalacios y su equipo de la productora Noficcion hacen excelentemente, me es difícil poder decir algo de un producto tan distinto para los estándares por los cuales se rige la industria del entretenimiento actual.

La película

Cuando la película inició no sabía muy bien qué esperar, no soy adepto al cine documental (como supongo no lo son muchos espectadores casuales) pero me gusta lo que ha venido haciendo el director en sus producciones anteriores (tanto de corto como de largometraje) mezclando la realidad con la ficción, sucesos históricos con las historias de su interés personal, con sus personajes complejos e indescifrables.

Me extrañó el comienzo pues mi único referente anterior en cintas de este tipo era “La Libertad del Diablo” de Everardo González (un excelente documental que necesitan ver sí o sí) y aquí empezamos como en cualquier otra película: algo está pasando. Las acciones en pantalla se rompen cuando entra la voz en off de Teresa, una de nuestras protagonistas. A partir de ese momento el director inicia un juego extrañísimo pero interesante donde rompe constantemente los límites entre la ficción y la realidad moviéndose indistintamente en ambos planos, ayudado por un diseño de producción y de sonido extraordinarios.

Los distintos segmentos que construyen el metraje van evolucionando y elevando la cinta volviéndola más y más compleja. El lip sync al inicio no es notorio, pues la voz en off no nos permite apreciar esa disrupción, pero enseguida lo notamos y al mismo tiempo nos acostumbramos a ello. Vemos a dos actores, pensamos en ellos como dos personas comunes hasta la tercera parte donde Ruizpalacios hace algo impresionante pocas veces visto: mostrarnos la preparación de sus actores para poder interpretar de la manera correcta a este par de policías.

El proceso de los actores nos hace empatizar con ellos como histriones y le confiere por fin ese estilo documental al filme. Se juega con el aspecto, cambiamos de un formato horizontal a uno vertical, escuchamos sus experiencias e impresiones, las positivas y las negativas, tanto de lo vivido como de la propia película, y para sorpresa de todos, esto llega a la edición final de la cinta, algo bastante valiente.

En sus primeras tres partes “Una película de policías” acostumbra al espectador al formato, parte ficción parte documental, preparándonos así para la cuarta y última parte donde todo se junta y ya no se nos advierte como antes (ese momento en el cual “las luces se apagan, la grabadora sigue corriendo y van a descanso” funciona como una bisagra para decirnos a los espectadores “terminó, de momento, lo que venían viendo, ahora vamos al detrás de cámaras”) la separación entre los dos mundos: comenzamos a cortar entre las entrevistas a los Teresa y Montoya reales, las actuaciones de Mónica y Raúl, la ficción representada por los actores, la realidad de la policía, intercalamos el lip sync con las voces reales… todo choca para encausar la narración a uno de los planos finales (hermoso por cierto) y también a un diálogo potentísimo en el cual nos lanzan un balde de agua fría sobre la realidad de los mismos policías: ser policía es lanzarse a un vacío donde no sabes si hay agua en el fondo, si la alberca está vacía, si te vas a ahogar… solamente pueden tomar la decisión de salir todos los días a hacer su trabajo o no.

El documental

Y es con todo el detrás de cámaras donde vemos el lado más documental de la cinta de Alonso Ruizpalacios: se exhibe una realidad durísima que, puesta en palabras de los mismos policías, a nadie le importa.

Estamos acostumbrados a ver en las películas las academias de policía con sus campos de tiro y de entrenamiento, sus casilleros, toallas, grupos, todo. Aquí los realizadores muestran un mundo distinto, un México desconocido donde los cadetes le disparan a cajas de huevo aplastadas, donde marchan y corren a través de las calles de la ciudad que van a proteger o donde, ya como oficiales de policía, deben pagar cierta cantidad de dinero para tener acceso a un equipo de trabajo decente y en condiciones “óptimas”.

Si en algo cumple la cinta es en humanizar a estos personajes anónimos dispuestos a dar la vida por nosotros, por desconocidos. Empatizas con ellos; te muestra una cara distinta de las corporaciones de policía, algo pocas veces visto, pero sobre todo logra mantenerse neutral, Ruizpalacios no te dice “los policías sufren, tienen sentimientos, tenles consideraciones” pero tampoco busca que pienses “policías corruptos, desgraciados, míralos como roban y extorsionan”. Se mantiene a raya lo suficiente para evidenciar un sistema descompuesto del cual todos formamos parte con nuestras decisiones, y eso es lo más importante de todo.

Sin duda el realizador entrega un producto complejo que se desenvuelve y puede ser analizado a través de distintos niveles de lectura (el técnico, el social, el narrativo) pero también cumpliendo con entretener, conmover y mostrar algo jamás antes visto. Alonso Ruizpalacios termina por consolidarse como uno de los mejores cineastas mexicanos de la actualidad y nos invita a estar al pendiente de sus futuros proyectos, los cuales esperamos sean tan audaces y únicos como siempre.