“Yo siento las emociones a partir de las historias”, afirma el personaje de Tilda Swinton en “Érase una vez un genio” o “Three Thousand Years of Longing”, el nuevo espectáculo de George Miller, un viaje de tres milenios a través de distintas culturas, personajes y eventos históricos. Inspirado, al igual que el libro en el cual se basa, en “Las mil y una noches”, esta nueva aventura de Miller hace honor a dicho homenaje, tanto en su llamativo estilo como en su exotizante y limitada visión de Oriente.

Alithea (Tilda Swinton) es una experta en narrativa cuya pasión en la vida es encontrar lo que comparten todas las historias del mundo. Un día, en una conferencia en Estambul, va a un mercado y encuentra un frasco. Al abrirlo, surge de él un genio (Idris Elba), el cual le dice que puede concederle tres deseos que su corazón anhele, y así él al fin será libre. Ella se niega a pedir los deseos, pues conoce las historias de este tipo y sabe muy bien que nunca terminan bien. ¿Cómo puede ella confiar en el genio? Para convencerla, él procede a contarle su propia historia, y cómo ha esperado 3 mil años para este momento.

La versión original de “Las mil y una noches” que llegó a Europa fue una traducción que agregaba historias ajenas al relato original y reducía en grandes cantidades el erotismo de la obra. ¿Por qué? Para apelar a una audiencia europea cuyas intenciones eran escuchar los fantásticos relatos de lejanas y exóticas tierras de Oriente (la protagonista de “Érase una vez un genio”, de hecho, usa estos mismos adjetivos para describir su viaje). Con esto no se busca entonces realmente entender y apreciar las historias provenientes de culturas distintas y realmente conocerlas, sino moldearlas y hacer de ellas una vasija de fantasías colonialistas.

Acá sucede algo similar: lo que pretende ser un encuentro entre una mujer británica y un ser milenario se convierte en realidad en una excusa para explorar tierras extranjeras desde una perspectiva blanca. Mediante suntuosas y ricas viñetas se nos presentan relatos sobre Salomón y la reina de Saba, de sultanes y la caída de imperios, y de las ambiciones de una joven musulmana oprimida por el machismo de la sociedad. Sin embargo, el enfoque dado convierte a estos interesantes personajes en meros arquetipos sin profundidad. Muchos de ellos son incluso desprovistos de voz, pues el genio dobla sus voces para Alithea (y, por lo tanto, la audiencia). Aunque hay partes en las cuales se mantiene el idioma original de los personajes, este camino es abandonado en favor de un enfoque mucho más fantástico y accesible para el anglohablante.

De manera similar a los primeros documentales sobre viajes, tales como la infame “Congorila” que se burlaba de las comunidades africanas llamándolos tontos, enseñándoles sobre “verdadera” música como el jazz y prácticamente convirtiéndolos en una atracción de circo para la sociedad blanca europea, cuando se cuenta la historia de culturas ajenas a uno desde la perspectiva de la “otredad” se los caricaturiza y se cae en estereotipos que no solo no le hacen justicia dichas sociedades, sino que además perpetúan estereotipos en muchos casos dañinos.

Esta película pretende ser una exploración del amor a través del conocimiento de la cultura del otro, pero el genio ni siquiera recibe un nombre. En una escena, las vecinas de Alithea le dicen comentarios muy racistas sobre cómo otras etnias están quitándole la identidad británica a Reino Unido, a lo cual ella les responde fuertemente que son unas intolerantes. Este momento tiene la intención de mostrarnos que Alithea es una mujer abierta de mente y libre de prejuicios, pero en la siguiente secuencia, su solución para hacer las paces con sus vecinas es llevarles uno de los platillos orientales hechos por el genio: tal vez no es que sean racistas, solo son ignorantes… porque probar comida de otro país es la solución para quitar los prejuicios, aparentemente. Alithea se convierte entonces en ese personaje cuyo objetivo es darle a la audiencia la sensación de superioridad moral: es una forma de perpetuar una visión del mundo heredada del colonialismo disfrazada de progreso.

Esto no significa que no se pueda hacer historias sobre el otro sin pertenecer a ese grupo, un gran ejemplo son las obras de Marta Rodríguez y Jorge Silva que hablaban sobre las comunidades indígenas en Colombia y su lucha por reapropiarse de su historia. Sin embargo, ellos no buscaban convertir a sus personajes en atracciones o un objeto de estudio, construían las historias con ellos y de esa forma se convertían en el canal para transmitir un mensaje contado desde el interior de la comunidad. Su fundación sigue hasta el día de hoy dando espacio a que estas historias se cuenten desde una perspectiva humana y colaborativa.

No cabe duda de que George Miller es un gran director, capaz de convertir conceptos abstractos tales como el amor, la ira o el deseo en preciosas composiciones visuales. “Érase una vez un genio” es técnicamente una maravilla, con vestuarios increíbles, escenas espléndidas y llamativas y un sonido impecable que muchas veces funciona como transición entre escenas. Pese a lo sobrecargado de su historia, el director nos guía con mano firme a través de ella, manteniendo a lo largo de su primera parte un ritmo que atrapa al espectador.

Sin embargo, de forma similar a las historias a las cuales hace alusión, la historia principal (la cual toma la batuta en la segunda mitad) no es tan interesante. Es como si a mitad de “Las mil y una noches” Scheherezade dejara de contar historias y viéramos su día a día con el sultán: ciertamente no es el escenario más interesante del mundo. A esto se suma una falta de química entre Idris Elba (“Cowboys de Filadelfia“) y Tilda Swinton (“Memoria”), los cuales han demostrado su capacidad de transmitir sensualidad y romance en otros proyectos de forma individual, pero que acá no importa cuánto hablen de deseo y amor, pues eso no se ve en la pantalla.

“Érase una vez un genio” tiene muchas virtudes, es una pena que estén al servicio de una historia cuyo punto de vista es limitado, y de un romance carente de pasión. Quienes busquen un gran espectáculo visual podrán disfrutarla, pero si lo que quieres es una película similar con mayor sustancia e igual de hermosa, te recomiendo mejor ver “La noche de los reyes”.

“Érase una vez un genio” o “Three Thousand Years of Longing” se estrena en cines mexicanos el 8 de septiembre.