Mi bisabuela era amante del cine, le encantaba desde muy joven ir a ver películas de todo tipo, pero en sus últimos años su vista se deterioró y ya no podía leer los subtítulos de sus cintas favoritas. Tampoco las podía ver en el idioma original porque no sabía inglés. Entonces nos pedía que le lleváramos versiones dobladas al español, esto le permitió revivir sus historias favoritas hasta el final. El doblaje hace eso: democratiza el cine y lleva filmes de todo tipo a personas que de otra forma no podrían verlos, también le da la oportunidad a varios artistas de inmortalizar su propia personalidad e ingenio en la boca de personajes icónicos. Érase una vez una estrella, del director Nonzee Nimibutr, captura esta magia con mucha ternura y cariño.
A inicios de los años 70, un farmacine itinerante conformado por tres hombres de distintas edades (Sukollawat Kanarot, Jirayu La-ongmanee y Samart Payakaroon) se dedica a llevar películas a diferentes pueblos en Tailandia, las cuales doblan en vivo. Al final de cada función venden medicinas, pero el negocio está a la baja. Desesperados, van contra las reglas de sus jefes y contratan a una talentosa chica, Rueangkae (Nuengthida Sophon), para que doble los personajes femeninos. Pronto no solo las ventas empiezan a mejorar, sino que también el grupo descubre muchas cosas sobre la amistad, los sueños y la magia del cine.
Uno de los grandes aciertos de la película es que funciona a la vez como homenaje y presentación de la era de oro del cine tailandés. Todos los filmes que el grupo presenta son del legendario actor Mitr Chaibancha, quien hizo más de 200 películas en un periodo de poco más de 10 años. En esta época, se producían muchísimas películas, varias de ellas sin sonido debido a los costos de producción, pensadas para ser dobladas al momento de proyectarse. Estos elementos históricos son presentados de forma orgánica en la trama: aunque no hayas visto cine tailandés en tu vida, el director logra plasmar el gran amor que siente por estas cintas, su importancia y el impacto que tuvieron en la gente.
La ambientación es preciosa: el viaje de los personajes a través de distintos pueblos en Tailandia nos da una gran variedad de escenarios, tradiciones y contextos. Esto sirve para mostrar no sólo las diferentes realidades del país, sino también cómo el cine une a gente con bagajes muy variados: cómo las historias reflejadas en la pantalla conmueven a toda una nación. Los detalles de época también están muy bien cuidados y nos transportan al pasado con efectividad.
Sin embargo, donde la película verdaderamente brilla es en las escenas de doblaje, donde mediante cortes a los personajes, luego a la película que está siendo doblada y finalmente a las reacciones de los espectadores, el director logra captar ese momento mágico en el que el actor de doblaje logra hacer suyo el personaje y darle vida. Se presenta esta profesión como algo divertido, ingenioso y que le da una chispa especial al cine; a través de ello se puede observar el genuino amor y respeto que la cinta le tiene a este oficio.
El director mantiene un tono optimista, llevadero y nostálgico que te deja con una sonrisa. De forma similar a Last Film Show (aunque de forma mucho más ligera) este trabajo nos muestra cómo las audiencias son quienes realmente hacen el cine tan especial: cómo las emociones compartidas a través de las imágenes en movimiento son el verdadero motor del espectáculo cinematográfico. Esto es particularmente evidente en cómo el guion retrata a Mitr Chaibancha (a quien está dedicada la cinta): la cantidad de películas que hizo no es lo que lo convirtió en una estrella, sino su pasión por darle a las audiencias el mejor show posible (algo similar a lo que hace tan encantador hoy en día a Tom Cruise).
Érase una vez una estrella es una bonita comedia de época que sirve como tributo al cine tailandés, a la vez que transmite su importancia y magia a quienes no estén familiarizados con él. Su cariño por el doblaje nos recuerda lo importante que es este recurso para que las películas lleguen a la mayor cantidad de personas posibles. En un mundo donde las compañías quieren reemplazar a artistas (tanto de doblaje como quienes salen a cuadro) con inteligencia artificial, es bonito que filmes como este nos muestren cómo la creatividad y el ingenio humano es lo que realmente enamora a las audiencias.
“Érase una vez una estrella” está disponible en Netflix.