Por: Alejandra Herrera. Cinta ácida que juega con metáforas y tintes crudos sobre temas como la pobreza, estupro y la muerte, sin duda marcó a toda una generación (y las que siguieron). A 25 años de su estreno, “Trainspotting” del director Danny Boyle sigue impactando en la gente que tenía uno o dos años de haber nacido cuando el filme estaba en su auge.

Drogas, sexo y un exceso de violencia son lo que caracterizan a este compendio de pequeñas historias vividas por un grupo de colegas veinteañeros allá en la Escocia de finales de los ochenta que, con el auge del punk, new wave, synth pop y el grunge da lugar a un ambientación triste, cruda y llena de paisajes contaminados. Una forma de ver a la sociedad, desde la mirada de la juventud que ha perdido la esperanza.

Para aquellos que tuvieron la oportunidad de ver la película justo cuando se estrenó, esto será un análisis más que intenta tomar importancia en pleno 2021. Sin embargo, para aquellos que comienzan en el camino de enriquecerse con conocimiento sobre la historia del cine, he aquí algunas observaciones sobre el grandioso trabajo realizado por Boyle en la gran pantalla.

Allá en 1962, Anthony Burgess, autor de la novela ‘La naranja mecánica’, ya había presentado una idea parecida a la de Irvine Welsh, autor de ‘Trainspotting’. En estos libros, los escritores presentan temáticas bastante similares, sin embargo, Burgess la sitúa en una realidad futurista y Boyle por su parte,  toma recursos de los caóticos finales de los ochenta para contar lo que Begbie, Renton, Sickboy y Spud hacían en sus tiempos libres.

Los dos autores trabajan con la idea de lo “punk” que significa ser joven y las repercusiones que el mundo de las drogas tiene en las personas, así como las actividades ilícitas planteadas en  ambos filmes. Gracias al trabajo audiovisual tanto de Stanley Kubrick como de Danny Boyle, estas dos críticas a la juventud permitieron darles rostro a tan controvertidos protagonistas.

Un poco de todo.

Se escucha de fondo Iggy Pop al tiempo que se es espectador de una persecución, seguido del enfoque a la gris ciudad en donde se sitúa la historia y que así continúa en casi cada uno de los encuadres en pantalla; es inevitable hacer una comparación de lo ocurrido en el libro contra lo observado a cuadro. La historia está cortada (empieza a la mitad del libro) y las historias de cada personaje se encuentran revueltas en el desenlace, dando la impresión de que 93 minutos no bastaron para darle un mejor desenlace. Incluso en el libro se puede percibir la apresurada historia final con la que Welsh intenta cerrar el círculo de anécdotas narradas por los colegas. 

La historia de “Trainspotting” no es lineal, eso es cierto. Debemos reconocer 2 cosas: el trabajo de guionismo (para darle más sentido a lo que se puede leer en la obra de Welsh) y esa capacidad de darle profundidad a los personajes sin necesidad de darles protagonismo total.

Un poco de todo entre drogas y escenas grotescas, incluso delirios provocados por el consumo de drogas duras, todo entremezclado para darle un toque de repulsión a cualquiera de las dos obras; tanto la escrita como la audiovisual.

¿Historia de amor?

-Y en ese momento, sabía que me había enamorado…– Frase cursi mencionada por Rents al momento de conocer a Diane, quien desde la perspectiva del libro, poco o nada tiene que ver con la forma en que él la mira. Este es uno de esos momentos que si fueran cortados de la película en nada afectaría al desarrollo narrativo. Diane, como la chica ideal para Renton, no es más que un personaje secundario con poco desarrollo y que, a medida nos acercamos al final, se puede percibir su nula participación.

No, aquí no hay historias de amor, solo un montón de jonkies que intentan darle sentido a sus vidas rebeldes.

¿Drugos o jonkies?

Como ya se había mencionado, dichos escritores mantienen en común la idea sobre lo rebeldes que pueden llegar a ser los jóvenes; por un lado, tenemos a la pandilla de Alex, un grupo de adolescentes que se sentían los dueños de la ciudad y ejercían la ultra violencia brutal y desmedida a cualquiera, sin motivo ni razón. Por el otro, se observa con más claridad a un líder tirano seguido por cuatro colegas sin entender el porqué de la violencia ejercida de parte de Begbie; más que colegas, eran subordinados asustados.

Pero, en una pelea por demostrar quién es más poderoso, donde la Molocko Vellocet (bebida que aparece en La naranja mecánica), cerveza Lager y un poco de heroína crean el ambiente perfecto para el caos, ¿quién ganaría?; en cuanto a pros y contras se puedan nombrar, tanto Alex como Frank, líderes autoproclamados de cada respectivo grupito, los caracteriza su mirada fría, cruel y psicópata; le seguiría la cantidad de drugos y colegas agregados a cada bando y luego, por supuesto las mañas que tienen para defenderse con el objeto que se les atraviese: Frank con sus navajas o vidrios rotos y Alex con su peculiar bastón. ¿A quién le apostarías?

Si de continuar con esta comparación se trata, uno de los puntos importantes aquí abordados es la conciencia. Cada uno la desarrolla de acuerdo a cómo sus protagonistas están viviendo las consecuencias de sus actos y estos dejan de tener sentido. Ambos encuentran una oportunidad en eso que habían rechazado en algún momento de su modo punk de vivir para volverse adultos comunes y corrientes.