¿Es posible empacharse de Wes Anderson? o ¿Es siempre bienvenida una inyección potente de Wes Anderson a nuestras venas? “La Crónica Francesa” pone a prueba estas preguntas con una antología desbordante de Anderson-ismos.
La película se divide en tres historias y un pequeño prólogo, cada uno representando un artículo publicado en The French Dispatch (sí, “La Crónica Francesa”) un periodíco ficticio inspirado en el famoso The New Yorker cuyo objetivo es llevar los peculiares acontecimientos del pueblito francés de Ennui a Kansas. Su fundador y editor Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray) acaba de fallecer, poniéndole punto final al proyecto, así que esta colección de historias funciona para honrar su memoria y exponer la calidad de su periódico.
El prólogo es liderado por el escritor viajero Herbsaint Sazerac (Owen Wilson) recorriendo el pasado y el presente de Ennui; es una pequeña y divertida viñeta que sirve sólo como una introducción al filme y un aviso de la oleada Anderson-ista en camino.
La primera historia, “The Concrete Masterpiece”, es dedicada a la sección de arte y narrada por Tilda Swinton (“La voz humana”). Aquí seguimos a un artista sociópata encarcelado (Benicio del Toro) que crea obras de arte con ayuda de su guardia y musa (Léa Seydoux); un comerciante de arte (Adrien Brody) reconoce su talento e intenta comenzar todo un movimiento artístico a través de su trabajo. Esta sección funciona mejor que las subsecuentes debido a su ritmo, irreverencia, excelentes actuaciones cómicas y sátira al mundo del arte.
Después tenemos la débil “Revisions To A Manifesto” en donde la reportera Lucinda Krementz (Frances McDormand) escribe sobre un grupo de estudiantes creando una revolución. Son liderados por Timothée Chalamet (“Dune”) repitiendo su papel de “Lady Bird”, pero en esteroides. Es un relato que huele a Truffaut y su juventud idealista.
Finalmente, “The Private Dining Room of the Police Commissioner” sigue a Jeffrey Wright (“No Time to Die”) interpretando a un crítico de comida rememorando su artículo sobre un famoso chef (Stephen Park) que trabaja para un respetado comisionado de policía (Mathieu Amalric) cuyo hijo (Winston Ait Hellal) es secuestrado por un chofer (Edward Norton). Aquí encontramos un destacado uso de animación para darle vida a una persecución y una entrañable actuación de Wright para llenar de calidez a una historia que elegantemente toca el tema de la intolerancia.
Entre historias podemos apreciar a Howitzer dando tips, haciendo preguntas sobre los gastos de sus periodistas y negándose a rechazar los trabajos presentados en su mesa. Prefiere gastar más que cortarle la voz a sus escritores. Esta exploración de la relación entre editor y escritor está presente directa e indirectamente en toda la película, pues a fin de cuentas, cada viñeta es supuestamente la recreación cinematográfica de un artículo que el mismo Howitzer curó.
Como es normal en este tipo de películas antológicas, la calidad de cada sección varía pero, en este caso, lo que se mantiene constante es la hipnótica estética marca de fábrica de Anderson e historias apresuradas, pero con el suficiente corazón para cautivar. Una de ellas incluso se cuela sin avisar directo a tu corazón.
Anderson aborda con humor temas como el costo del arte, soledad, el idealismo juvenil y las complicaciones del periodismo objetivo, pero en general, “La Crónica Francesa” se siente como un agradecimiento del director al periodismo y a aquellos que, a través de palabras e ilustraciones, inspiraron su imaginación. También podemos interpretarlo como una despedida a este tipo de revistas o periódicos que cada vez son más difíciles de encontrar en este mundo donde el contenido rápido y superficial, y sin un fondo periodístico adecuado, suele recibir más atención que una historia enriquecedora.
Sin embargo, “La Crónica Francesa” se llega a sentir como un oleaje desmedido de estilo y narrativa balbuceante. Con cuatro escritores (Anderson, Roman Coppola, Hugo Guinness y Jason Schwartzman) a cargo, el guion sobresaturado produce dos historias sin respiro y que, por momentos, se tornan incomprensibles. Además, el aspecto audiovisual puede ser abrumador. Tu tolerancia hacia todo esto dependerá de tu amor o carencia del mismo hacia el director.
El asombroso lenguaje visual no se queda estancado, pues Anderson nos muestra nuevos trucos como la alternancia entre blanco y negro, subtítulos apareciendo por doquier, juegos con el aspect ratio, la transición entre actores para representar el paso del tiempo o la creación de cuadros (si así les podemos llamar) formados por un montón de actores congelados cual estatuas de marfil. Este último es una bienvenida alusión a la inevitabilidad de imperfección (cuerpos temblando) en una estética perfeccionista.
El apartado técnico no falla. El diseño de producción y vestuario es exquisito, mientras que el score original de Alexandre Desplat seguro estará peleando fuerte en temporada de premios, pues además de encantador, es pegajoso. Aunque la verborrea y ritmo apabullante no logren convencer a tu mente, tus ojos y oídos se llevarán un festín.
“La Crónica Francesa” es un magnífico ejercicio audiovisual que funcionará de acuerdo a tu afinidad hacia el trabajo del director. Y aunque es el trabajo más débil de Anderson en mucho tiempo, igual encuentra la manera de entretener y celebrar a una noble profesión.
“La Crónica Francesa” ya se encuentra en cines.