Quienes frecuentemente visiten el catálogo de películas románticas de Netflix habrán notado la tendencia de la plataforma a sacar un tipo muy particular de película a la cual hemos bautizado “romance turístico”. La más reciente aportación a este género es “Romance en Verona”, del director Mark Steven Johnson, y aunque uno podría fácilmente desestimarla como otro título genérico de la plataforma, lo cierto es que es un buen ejemplo para analizar en qué consisten estos productos y por qué son tan atractivos.
La trama siempre arranca con el o la protagonista yendo a un famoso destino turístico tras un evento que ha desestabilizado su vida. En este caso, nuestra heroína es Julie (Kat Graham), una amante de “Romeo y Julieta” cuyo novio termina con ella un día antes de su viaje de ensueño a Verona. Su vuelo es terrible, su llegada caótica y, como cereza del pastel, cuando llega al lugar que rentó se encuentra con Charlie (Tom Hopper), un atractivo y atlético hombre en ropa interior. Debido a una confusión, ambos rentaron el lugar en el mismo periodo, y harán lo imposible por hacer que el otro decida irse.
El segundo ingrediente del romance turístico es presumir los lugares, la comida y darle un tour audiovisual al espectador por las principales atracciones de la ciudad; si esto ayuda a la historia o no es irrelevante y, en el peor de los casos (como “Amor y gelato”), se deja de lado la trama por completo: lo fundamental es ser una guía de viajes. Por suerte, antes de llegar a este punto, “Romance en Verona” pasa un buen rato en la lucha de poder de sus protagonistas, los cuales tienen buena química y sacan varias risas, sobre todo por el tono cada vez más elevado de sus bromas.
Esto no significa que los encuadres de la ciudad no existan: tenemos toda una secuencia de Verona despertándose en la mañana, desde una (de muchas) toma aérea de la ciudad, pasando por sus tiendas abriendo para presentar deliciosos postres, hasta un plano subjetivo de una taza de café siendo servida a la cámara sin razón narrativa alguna; no obstante, la película pone el romance primero para que los lugares y actividades a los cuales acudirán nuestros protagonistas tengan un aire romántico de cita: juntos se unen al tour de Julieta, piden un deseo de amor frente a su estatua e incluso asisten a Vinitaly, una importante exposición internacional de vinos (saliendo de estas películas seguro tendrás algunas ideas de qué visitar si viajas a Verona).
Todo esto se complementa con algunos personajes caricaturizados de la región: en este caso tenemos de regreso el estereotipo, ya usado en “Amor y gelato”, del conductor escandaloso y caótico, y el del despreocupado y mujeriego casero. Aunque no tienen tanta importancia en la historia, su inclusión siempre resulta en los momentos más burdos de la película.
La diferencia entre el romance turístico y la película estilo Hallmark Channel, como “Tratamiento real”, es que la segunda nunca se toma en serio y usualmente se desarrolla en países ficticios cuya artificialidad delata al instante sus pocas pretensiones. En cambio, películas como “Bajo el sol amalfitano” sí se encargan de que la comida, los paisajes y la información del lugar se vean increíbles, aunque no se pueda decir lo mismo de sus guiones u otros aspectos técnicos. En el caso de “Romance en Verona”, los resultados son variables: pese a un terrible inicio lleno de diálogos y actuación bastante artificiales, una vez que los personajes se encuentran y comienzan su guerra por el alojamiento la película fluye mejor. No es innovadora en ningún sentido, pero de entre las guías turísticas disfrazadas de romance disponibles en Netflix, esta es una cuya química entre sus guapos y carismáticos protagonistas la mantiene a flote pese a lo predecible del viaje.
“Romance en Verona” está disponible en Netflix.