Drácula es, probablemente, uno de los personajes con más apariciones en el cine, se trata del vampiro más famoso de la historia cuya imagen es generalmente asociada con la de un mortífero chupasangre. La novela de Bram Stoker, publicada por primera vez en 1897, es extensa y aunque se ha adaptado al cine en innumerables ocasiones hay fragmentos aún desconocidos para las audiencias. Tomando uno de estos pasajes poco explorados, el director André Øvredal (Scary Stories to Tell In The Dark) trae para nosotros Drácula: Mar de Sangre (The Last Voyage of the Demeter), película sobre la travesía de la tripulación del Deméter, barco encargado de transportar al Conde desde Rumania hasta su nueva residencia en Londres.
Clemens (Corey Hawkins) es un doctor afroamericano estancado en Rumania que decide embarcarse como médico de abordo en el Deméter con la finalidad de regresar a su país. Sin embargo, el viaje pronto se convierte en una cacería contra el mal tras la desaparición de algunos tripulantes en mitad de la noche y la presencia de un monstruoso e inesperado pasajero.
Uno de los grandes aciertos de Drácula: Mar de Sangre está en explorar uno de los capítulos menos conocidos de la novela original de Stoker. Los guionistas Bragi Schut (Némesis), Stefan Ruzowitzky (Los falsificadores) y Zak Olkewicz (Tren Bala) expanden la historia del libro e intentan construir un thriller de terror, muy parecido a Alien de Ridley Scott. Desgraciadamente fallan en sus intenciones pues aunque la premisa es novedosa, la ejecución está llena de conveniencias narrativas, personajes desechables y momentos predecibles carentes de todo impacto. Todo esto la hace una cinta imperfecta, destacable en sus elementos técnicos y actorales pero fallida en cuestiones narrativas.
Corey Hawkins (La Tragedia de Macbeth) es acompañado por Liam Cunningham (Game of Thrones), David Dastmalchian (The Suicide Squad), Woody Norman (C’mon C’mon) y Aisling Franciosi (The Nightingale). Todos explotan un guion que jamás se interesa en profundizar en sus personajes; su desarrollo es casi nulo y sus motivaciones, así como su pasado, se expresa de forma superficial en diálogos de exposición sin impacto. Sus actuaciones son contenidas y eso ayuda a vender el aura de peligro constante que los acecha, sin embargo cuando comienzan las desapariciones, asesinatos y acusaciones, todos pasan a ser desechables, no nos afectan en lo más mínimo pues no logran conectar con el espectador.
Por otro lado, estamos ante una cinta donde las decisiones de los personajes no hacen más que evidenciar los agujeros del guion. Por ejemplo, cuando Clemens (Hawkins) y Anna (Franciosi) descubren el escondite de Drácula, guardan la información para ellos, jamás la comparten con el resto de la tripulación y mucho menos intentan deshacerse de la caja. Lo mismo podemos decir del personaje de Dastmalchian, quien tiene al vampiro frente a él y en lugar de correr para ayudar a sus compañeros decide enfrentarlo solo con un cuchillo. El mismo Drácula no se salva de este pobre tratamiento: el personaje carece de diálogos y pese a mostrar señales de inteligencia solamente gruñe y acecha en las sombras, e inclusive es tratado como un espectro capaz de aparecer y desaparecer de una habitación en segundos.
Los apartados técnicos son lo más destacable del filme. La fotografía de Tom Stern (Gran Torino) se amalgama con el diseño de producción a cargo de Edward Thomas (Panic Room), aprovecha las sombras del interior del barco y sus galeras tenebrosas para transmitir una atmósfera oscura y amenazante. Por otro lado es importante mencionar la fascinación de Øvredal por los efectos prácticos y la mezcla entre estos y las imágenes generadas por computadora; esto es notable en el diseño del vampiro logrado, en su mayoría, con maquillaje y prostéticos.
El Drácula de Øvredal se aleja de las representaciones anteriores del famoso vampiro para crear su propio monstruo aterrador. Lejos queda la capa, el traje inglés de caballero seductor o el sombrero de copa del siglo XXI, en su lugar tenemos una criatura que demuestra muchísima inteligencia pero no duda en mostrar su salvajismo y sed de sangre a la hora de acechar a sus víctimas. Su apariencia recuerda a una mezcla entre el Nosferatu de Murnau y los vampiros de la serie The Strain de Guillermo del Toro: un rostro calvo de orejas puntiagudas, dientes afilados y ojos hundidos con un cuerpo blanquecino, uñas largas, movimientos reptilianos y la piel holgada.
Drácula: Mar de Sangre tenía todo para ser una propuesta de terror innovadora que invitara a un nuevo público a descubrir la novela de vampiros original a través de uno de sus pasajes menos conocidos, pero en su lugar es una película con pocas sorpresas, un pobre desarrollo de personajes y una trama predecible que contrasta con su buena construcción de atmósferas, un gran diseño de producción y un extraordinario maquillaje que le da vida a una versión distinta del clásico Drácula.
“Drácula: Mar de Sangre” ya está disponible en cines.