El siguiente texto contiene spoilers de Sonido de libertad.
Sonido de libertad, del director Alejandro Monteverde, parece a simple vista un interesante thriller que retrata un problema de gran importancia: el tráfico sexual infantil. Esta pequeña película independiente ha resultado un éxito en Estados Unidos, donde ha recaudado hasta el momento casi 200 millones de dólares con un presupuesto de menos de 15. Sin embargo, también es una de las películas más controversiales del 2023, en gran parte porque se la acusa de retratar falsa e irresponsablemente una problemática social en favor de sus intereses políticos.
Esta película cuenta la historia de Tim Ballard (Jim Caviezel), un agente del departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos que trabaja capturando personas que se dedican a la explotación sexual infantil. Sin embargo, un caso le cambia la vida para siempre: el de Rocío (Cristal Aparicio) una niña secuestrada que se encuentra atrapada en una red de tráfico sexual en Latinoamérica. Ballard deja su trabajo y estabilidad para hacer lo que los gobiernos no pueden: rescatar a Rocío y a muchos otros niños, y llevarlos a casa.
Para analizar apropiadamente Sonido de libertad es necesario explorar el resto de la filmografía de su director, Alejandro Monteverde: Bella y Little Boy. Ambas películas tienen una clara agenda ideológica disfrazada de entretenimiento inocente y sentimentalismo; sin embargo, detrás de las lágrimas y ternura, si uno las analiza puede encontrar el verdadero mensaje de la película y quiénes son los personajes que realmente le interesan.
En Bella, Nina (Tammy Blanchard) es despedida y dejada sin nada poco después de enterarse de que está embarazada, pero su amigo José (Eduardo Verástegui) la acompaña en el día de su despido, la apoya emocionalmente y la convence de tener a su bebé. El tono ligero y sencillo de la película la hacen parecer un filme independiente bonito y llevadero sobre las injusticias en el sistema para las madres solteras.
Sin embargo, a lo largo de la historia no conocemos nada de Nina fuera de su embarazo. ¿Cuáles son sus sueños y aspiraciones? No importa. Cerca del final aparece un pequeño monólogo de cómo su padre murió y su madre era distante, pero poco más. En lugar de eso, al personaje de Verástegui lo conocemos muy bien: es un exfutbolista cuya carrera acabó cuando por accidente atropelló y mató a una niña, ahora busca la redención y el embarazo de Nina le da la esperanza de hacerlo. La película es tan descarada que sugiere que gracias a que José ayudó a Nina a no abortar ahora ha expiado su culpa. Tan poco le importa Nina a la historia, que al final desaparece y se muestra cómo José se quedó con la niña mientras Nina los dejó, solo para regresar muchos años después con lágrimas de agradecimiento en los ojos.
El caso de Little Boy es similar: trata de un niño (Jakob Salvati) cuyo padre es enviado a pelear a la Segunda Guerra Mundial. Cuando escucha en misa que si “tiene la fe del tamaño de un grano de mostaza” puede mover montañas, usa su “poder” para desear que acabe la guerra y pocos días después Estados Unidos lanza las bombas atómicas. Hay una escena horrible en la cual el niño sueña que está caminando en un Japón devastado lleno de cenizas y ve los restos de su padre, pues cree que su deseo pudo haberlo matado. Parecería que la película hace una reflexión de cómo el final de la guerra no deja ganadores ni perdedores; pero (siempre hay un pero en estas películas) luego descubren que el papá del niño está vivo, todos celebran felices y el sacerdote del pueblo dice que Dios obra y nos da lecciones de forma misteriosa: en este caso le dio una enseñanza de vida a un niño a partir de la muerte de cientos de miles, pero según el sacerdote (y el guion) son sus deseos divinos.
Esto se ve igual reflejado en Sonido de libertad: la película pretende ser una denuncia de los horrores del tráfico sexual infantil, pero en realidad no está interesada en sus víctimas, sino en su héroe: Tim Ballard, el salvador al cual el guion relaciona directamente con San Timoteo (e incluso hace la insinuación de que San Timoteo es patrono de los niños, cosa que no es cierta). Los afectados son reducidos a su estatus de víctimas y una vez que Tim libera a Rocío en el tercer acto, todo termina con él regresando como salvador y ella cantando de nuevo en su hogar, pero ¿y qué pasó con el resto de niños en el campamento del cual sacó a Rocío? ¿Acaso ellos no importan? Para la película, eso no es relevante: Tim salvó a la niña y su arco de héroe altruista está completo.
En todos estos trabajos el director desarma a su audiencia con una afirmación universal con la que uno hasta se siente mal si discrepa, ya sea la ayuda a mujeres embarazadas, que la guerra es mala o el horror del tráfico de niños; pero conforme avanza la trama, los personajes víctimas de estos males son dejados de lado en favor del desarrollo o redención de algún hombre religioso que encuentra en Dios (y en las víctimas de estos actos horribles) el camino a la verdad. A estas películas no les preocupan los afectados, les interesa usarlos para manipular a su audiencia y llevar un mensaje religioso a través de la vulnerabilidad emocional.
Los creadores además propagan la falsa e irresponsable idea de que el tráfico infantil es ocasionado únicamente por seres que lucen malvados y tétricos en rincones alejados del mundo. Esto es tan falso que incluso la organización que fundó Tim Ballard (de la cual se distanció poco antes del estreno de la película) ha dicho que la mayoría de gente involucrada en estos casos pueden verse como personas comunes y corrientes, y que casi todo ocurre mediante la manipulación de gente cercana a las víctimas. La película no solo deja a los padres con la idea racista de que sus hijos estarán seguros si se mantienen alejados de países sudamericanos y gente sospechosa, sino que omite información fundamental que sí podría ayudarlos a estar más atentos y en guardia. Un ejemplo claro es cómo uno de los propios donadores de la película (no un villano en algún país alejado de Sudamérica) fue recientemente arrestado por secuestro de niños.
Además de esto, al usar el género de thriller para contar la historia, se caen en ideas sumamente peligrosas que ponen más en peligro a las víctimas de lo que ayudan. En una escena, por ejemplo, una de las estrategias del protagonista para salvar a los niños es abrir un falso centro recreativo millonario y fingir que es para prostituir menores. Para esto pide 50 niños, los cuales son llevados por los traficantes, luego llegan las autoridades, rescatan a las víctimas y encarcelan a los villanos. Sin embargo, en la vida real esto aumenta la demanda de niños, pues verdaderos traficantes (al verse en una situación así) buscarán 50 niños para cubrir el pedido, muchos de los cuales pueden verse envueltos en esa situación por primera vez como consecuencia de la trampa pensada por los supuestos héroes.
Hay quienes han asegurado que los que critican a Sonido de libertad han politizado una historia importante de manera maliciosa, pero lo que no mencionan es que han sido los propios creadores quienes han tomado el tema como una oportunidad para impulsar sus fines políticos, como el hecho de que el productor, Eduardo Verástegui, haya ido a presentar la película al expresidente imputado Donald Trump (quien actualmente enfrenta cargos penales). Tampoco señalan que varios de quienes han criticado lo peligrosos que son los estereotipos perpetuados por la película son expertos en el trato con víctimas de tráfico infantil.
¿Pero cómo es que una película con todos estos atributos ha llegado al corazón de tantos y ganado tanta popularidad? A diferencia de otras producciones cristianas, lo que hace que las películas de Monteverde sean tan llamativas es que cuentan con valores de producción y narrativas muy por encima de la media de este tipo de producciones: lejos de tener diálogos panfletarios, actuaciones mediocres o una factura bastante pobre (como es el caso de Breakthrough o Dios no está muerto), sus productos están bien hechos a nivel técnico y ocultan sus mensajes detrás de una trama atractiva para el espectador. Esto es lo que hace que las audiencias se las tomen más en serio y sean conmovidos por sus mensajes, lo cual las hace mucho más dañinas.
Aún con todo esto en mente, habrá quienes digan que al menos la película ha dado visibilidad a un problema muy relevante. En el cine donde pasaban la película cerca de mi casa, por ejemplo, una fundación de apoyo a menores en situación de abuso estaba buscando donantes, muchos de los cuales tal vez se vean más movidos a apoyar después de ver los horrores mostrados en pantalla. Sin embargo, no hay que perder de vista que estos esfuerzos y logros vienen del corazón de gente bienintencionada que ve en Sonido de libertad la oportunidad de conseguir apoyos que en otros momentos sería más difícil, no de los creadores del filme, quienes politizan y capitalizan una situación terrible de forma maliciosa e irresponsable. Si quieres ayudar, lo mejor es investigar sobre grupos o asociaciones que realmente apoyen a las víctimas de tráfico: ver esta película no ayuda a nadie, mucho menos a los más afectados por el tema.
“Sonido de libertad” está disponible en cines mexicanos.